Hace tiempo, luego de leer un poema en un evento público, se me acerca una mujer y me dice amablemente: “Me gustó lo que leíste, pero no entendí nada, sólo me quedaron palabras sueltas”. Aquella impresión me dejó, precisamente, sin palabras; no dije nada, en el momento no supe cómo justificar mi actuación ni cómo resolver su recepción, suponiendo en ese entonces que tenía que remediar algo. Insistió en que no era un reclamo sino una experiencia; capaz, dijo, porque no era una lectora “entrenada” de poesía y necesitaba un sentido más claro en los textos. Sonreí, le agradecí su escucha y nos despedimos. Luego pensé que si un puñado de palabras se mueven en la memoria de un espectador ya es un gran logro. No olvidé ese comentario: “Palabras sueltas”. Palabras, sí; puede que al final, como lectores o escuchas del poema, sólo nos quede un verso que abra la sombra que acompaña nuestra misteriosa existencia, que subsista una palabra clave que detone la luz que ilumine un momento único. En unas contadas palabras se apoya nuestra vida y puede que sea nuestro único patrimonio final. La poeta Regina Ramos sabe de esto, y su más reciente libro, Señuelo, es una indagación en ese núcleo y corazón de la poesía: la palabra. Ramos se detiene frente a la materia prima que lleva al poema y, curiosa, explora su fascinante mecanismo, pregunta por su magia verbal, escucha “la energía pronunciada” con la que, nada más y nada menos, se nombra al mundo, haciéndolo visible.

Señuelo se inaugura con un texto en el que late el núcleo del libro. La estructura que deviene, las cinco partes siguientes y los poemas que la habitan, son una extensión de ese párrafo preliminar. Al final comprendemos mejor ese poema inicial porque la autora lo despliega en unidades más chicas y ahondadas en detalles. De entrada sobresalen, también, las alusiones a su objeto de estudio: la palabra. Ya sea la palabra vista por José María Arguedas en el epígrafe de la primera parte, o la revisitada a partir de la célebre frase cristiana “una palabra tuya bastará para sanarme”; también la palabra vista en su comportamiento gramatical, “conjunción adversativa”, todo gira en torno al mismo sol. El contenido también es la forma, el poema hablando de sí. “Yo caigo ante la piel / pero perezco ante el verbo”. He allí la intensidad de su experiencia verbal. De alguna manera, Ramos nos recuerda que el verso en el poema construye una forma intensa del lenguaje, diferenciado, indómito, raro, sospechoso. “La palabra que moja los dedos”, que “signa la carne”, no es la misma que cumple su ceremonial utilitario. Nos recuerda que en el poema se usan las mismas palabras, pero son otras, vibran en una frecuencia única, incluso en sus modos más extremos pueden llegar a suspender la relación entre el signo escrito y la cosa que representa. La poeta nos sugiere que a base de lenguaje se sale de este, y allí apunta, a la palabra que determina una dirección.

Pero Ramos no se detiene en el enigmático verbo que construye el poema: entre las frases encantadoras se revela la vida, las letras reconstruyen la experiencia. De allí que las últimas dos partes del libro tengan un tono más íntimo. Aparecen lo corpóreo y su tiente erótico, incluso cambia el formato y, ya bajo el modo de aforismos, se revelan sus pensamientos, las reflexiones que le va dejando lo efímero de cada paso, a tal punto que sospecha que acá “pocos aprenden a morir”. A diferencia de las primeras hojas, más centradas en la propia lógica del poema, los últimos textos recitan hechos que subrayan nuestra humanidad por su cercanía; un decir, además, nutrido por versos de poetas uruguayas predecesoras, esas líneas que también nos pertenecen. Porque esto hace la poesía: formalizar emociones difíciles de articular y ordenar nuestro abecedario interior. Palabras encarnadas, sí, ellas serán nuestra fortuna al final del camino. Habría que recordar al gran poeta y crítico Yves Bonnefoy cuando dijo: “Yo no he elegido la literatura, sino la poesía. No son la misma cosa. La literatura es una posibilidad de la lengua, la poesía es una manera de despertar la palabra”.

Señuelo. De Regina Ramos. Montevideo, La Coqueta, 2020. 95 páginas.