En el patio de la casa de Eduardo Galeano, en el Buceo, Sánchez I y Sánchez II dan por millonésima vez la vuelta al mundo. Para ambos –o ambas, se desconoce su sexo– el mundo se concentra en ese jardín salvaje, pensado por Helena Villagra en cada detalle. Como las viñetas de Galeano. Algo desmelenadas, pero trabajadas hasta la perfección.

Un estilo que ha llevado al montevideano a moverse en esa tensa cuerda floja donde se abordan temas documentales con herramientas literarias. Por algo alguna vez aseguró que su libro más conocido, Las venas abiertas de América Latina (1971), que combina historia, sociología y economía política, estaba escrito como una novela de piratas. El libro más conocido pero no el mejor. Es verdad que Las venas abiertas... fue una escuela de formación política y también de formación de la sensibilidad para varias generaciones. Pero el estilo de Galeano todavía no había cristalizado. Debía y podía mejorar.

La memoria familiar sitúa la patria chica de Sánchez I en Santiago del Estero, Argentina. Tan errada no está. Ese tipo de tortugas se conoce como tortuga terrestre argentina, aunque su nombre científico sea Chelonoidis chilensis. En todo caso es una especie “endémica de los arbustales y bosques en las regiones áridas y semiáridas del centro-sur y sur de Sudamérica”. Lógico entonces que se sienta como en casa en ese jardín donde hay vasijas de barro paraguayo y alguna que otra planta de ala de ángel, traídas también del norte argentino, colocadas para recordar a Helena su Tucumán nativo.

Fue precisamente Helena Villagra el punto de partida del Galeano que sus lectores más fieles reconocen apenas ven de lejos uno de sus textos. Se encontraron en Argentina y ese amor a primer contacto duró toda la vida. De inmediato partieron al exilio y ahí, en la costa catalana, Galeano fue escribiendo las páginas de su partida de nacimiento: Días y noches de amor y de guerra (1978). Ahí está la combinación de historias mínimas y de gran historia, de lo público y lo privado, del amor y la guerra. Empezar a mirar el mundo por el ojo de la cerradura, como afirmó en más de una oportunidad.

Si se las mira no se nota. Pero Sánchez I y Sánchez II tienen el secreto de su longevidad en sus telómeros, esas estructuras que protegen sus cromosomas desde adentro, así como la caparazón protege su cuerpo desde afuera. Los telómeros de Sánchez I y de Sánchez II se acortan mucho más lentamente que los nuestros. Por eso ellas vivirán unos 200 años, y los humanos alrededor de 80. Así lo averiguaron en julio de 2019 los investigadores españoles del Grupo de Telómeros y Telomerasa y lo publicaron en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.

El intercambio de ideas con Helena –que hacía mucho más que contarle sus sueños y era reconocida por Eduardo como su “editora en jefe, en el sentido británico del término”, es decir, la que ayuda a dar forma final al material– fue despojando cada vez más el estilo. Decir más con menos, acotaba el autor, y en eso se le notaba la veta periodística. Fue oxigenante “nueva pluma” en Marcha y en Época, moldeó casi a su gusto esa maravilla que fue Crisis, fue uno de los fundadores de Brecha y, más tarde, se contó entre los impulsores iniciales de la diaria. Se trató, no hay que olvidarlo, de una de las voces más precoces e importantes del periodismo narrativo en lengua española. Ese despojamiento, ese hallazgo de una manera de narrar y de un tema coral para ser narrado, alcanza su momento de mayor esplendor en los tres tomos de Memoria del fuego (1982-1986). Su mil años de soledad.

Aunque aseguraba ser primo de los cerdos –“los nadies del reino animal” –, al extremo de llenar de imágenes porcinas su escritorio y nombrar como Ediciones del Chanchito su editorial casera, Eduardo Galeano tenía telómeros de humano. Hoy, 3 de setiembre, hubiera cumplido 80 años.

Había nacido en Montevideo en 1940 y se había despojado de muchos ropajes para convertirse en el más latinoamericano de los escritores de la segunda mitad del siglo XX. No se pudo despojar, sin embargo, de su pasión por el fútbol, por las caminatas por la rambla y –aunque problemas cardíacos lo habían obligado a volverse vegetariano– tampoco abandonó nunca su arte de hacer inolvidables asados para sus amigos. Fueron sus amigos, precisamente, los que reunidos y reunidas en el Café Brasilero –la “oficina” de Eduardo– dieron nacimiento el año pasado a una asociación para recordarlo, con estatutos y todo. Para evitar la ira póstuma del homenajeado, decidieron no hacer grandes festejos por los 80 años y reservar la pirotecnia para el cumpleaños 81, en una cuenta regresiva que hoy comienza. La solemnidad no le iba bien al concubino de Sánchez I y Sánchez II.

Punto G

La Asociación de Amigos de Eduardo Galeano se constituyó el año pasado en una asamblea en el Café Brasilero, que contó con Alejandra Casablanca como maestra de ceremonias y en la que Raquel Diana leyó alguno de sus textos. Su presidente es Pedro Daniel Weinberg. Hoy la asociación inaugura su cuenta de Twitter @AmigosGaleano para comenzar a preparar los festejos del aniversario 81, que se cumplirá en 2021.