No vamos a olvidar el 2020. La pandemia pasará, vendrán otras pestes, pero siempre recordaremos el año que acaba de terminar como el de la covid-19. Las y los artistas le dedicarán más de una obra, lo fijarán en la memoria colectiva y con seguridad algunas de las composiciones inspiradas en este inusual período pasarán a ser parte del cancionero popular y se cantarán tanto que ya nadie recordará las autorías. Pero para eso falta. Por el momento, el borde del calendario nos invita a repasar los destaques del período, en este caso con énfasis en la música de raíz folclórica, que de alguna manera es y será semilla.
Lo bueno
Los premios Graffiti son a esta altura una institución y una buena muestra del panorama musical, por lo tanto, a pesar de que supone posar la mirada en álbumes de 2019, vale la pena recordarlos. El reconocimiento a mejor disco de folclore se lo llevó –una vez más– Copla Alta por Buenas nuevas. Hay dos familias sonoras que se destacan hoy en día en el universo de la canción criolla y se mezclan con naturalidad: el fenómeno fronterizo, que nuclea ritmos como la polca, el chotis y otros géneros, siempre con los instrumentos de fuelle como sostén, y, por otra parte, la tradición de la milonga y sus variantes, en la que la guitarra cobra protagonismo; el dúo treintaitresino es heredero de esta tradición. Buenas nuevas consolida su estilo de voces bien impostadas y recoge inspiración en la vida rural pero con matices ciudadanos, cosmovisión que puede rastrearse hasta sus coterráneos Los Olimareños.
Lo folclórico tuvo otros destaques en los Graffiti: el premio a edición especial lo obtuvo el merecido Tributo a Larbanois & Carrero. Las revisiones del cancionero siempre son bienvenidas, y en este caso el homenaje es también un gran disco. Participan, entre otros, Ana Prada, Chole, Lea Ben Sasson, Dino, Carlos Malo y Fernando Cabrera. Además, Larbanois & Carrero ganó el premio a mejor álbum en vivo por el volumen 1 de 40 años en vivo, que durante este año llegó a los cuatro capítulos. Cada vez que el dúo de las barbas edita es un acontecimiento para el género, y este repaso exhaustivo de su carrera no es la excepción, ya que además de disfrutar el amplio repertorio vale la pena escucharlos en su ambiente natural, el escenario.
En el plano de las ediciones, sin embargo, 2020 no fue abundante en álbumes. Entre lo destacado aparece el EP Elogiando al viento, de Melani Luraschi y Eduardo Larbanois, en el que se versionan los clásicos “Ky chororo”, “La nochera” y “Yo no soy de por aquí”. Gran selección de canciones para que cantante y guitarrista se luzcan; como todo buen extended play, dan ganas de seguir escuchando. También sobresale El mismo cielo, de Milongas Extremas. El cuarteto, que comenzó versionando en clave criolla a Extremoduro, grabó este disco en España con la producción de Iñaki Antón, guitarrista de la legendaria banda vasca. Como en los anteriores trabajos, se reinventan, pero siempre con el 6x8 y la impronta punk como sello.
2020 también fue el año de Porque todas quiero cantar, el homenaje multimedia de Florencia Núñez a la canción rochense. En principio iba a ser la película que finalmente se estrenó en el último festival de Cinemateca, pero la fuerza de las canciones impulsó el disco, que contiene seis himnos departamentales, como “En tu imagen”, “Contigo y en el palmar” o “Canción del camaronero”, y los seis tracks compuestos junto con Nicolás Molina para la música incidental de la película. Las versiones de Núñez se alejan del folclore pero no pierden el alma, el salitre, el sabor a butiá y los adoquines, como si fuera una mano tendida en el pop para quien quiera adentrarse en el universo musical rochense. De alguna manera también es una tesis que, en media docena de canciones, demuestra que hay un sonido, una mirada y una forma de decir propia del palmar.
En los últimos estertores de diciembre se editaron dos trabajos tan distintos como necesarios. Jorge Portillo (Portillo, Genuflexos) presentó el cuarto volumen de Música para viajes interdepartamentales, la serie ideada e iniciada por Fabrizio Rossi –del sello Feel de Agua–, cuya propuesta es crear obras inspiradas en viajes solitarios por Uruguay mientras se disfruta el paisaje por la ventanilla. En este, como en los anteriores –también grabaron Francisco Trujillo y Mena–, lo folclórico merodea durante todo el viaje con menos o más protagonismo; además, uno de los pilares del proyecto es que todo el registro se hace con un grabador de cinta abierta, cuyo sonido evoca a los viejos longplays de la música criolla uruguaya de mediados del siglo pasado. Portillo se las arregla con la guitarra para orquestar sus canciones despojadas y hacer caber en dos minutos pequeños universos.
Por otra parte, Catherine Vergnes lanzó Soy campera. Durante el año había adelantado varias de las canciones que integran el trabajo: “Te robé el sombrero” y “Vamo vamo”, de su autoría, y una excelente versión de la milonga riograndense “El bocal”. Sin embargo, se destaca “Nací de un río”, una hermosa litoraleña con aires de chamamé –en coautoría con Sofía García– que no desentonaría en el repertorio de Aníbal Sampayo. De este último versiona “El bailongo del rengo”, una polca que según el autor fue su primera composición. La sanducera también aprovechó el año pandémico para llevar adelante el proyecto Guitarreando, una gira por 75 centros educativos de todo el país y más de 10.000 kilómetros de recorrido. Como cierre de la experiencia, en su canal de Youtube se puede ver el cortometraje documental Guitarreando con Catherine Vergnes, que da cuenta del carisma, la experiencia y la popularidad de la cantante, que acumula en las plataformas digitales cientos de miles de reproducciones de cada una de sus propuestas.
La crisis sanitaria fue también una oportunidad para las reediciones digitales, proceso que año tras año suma catálogo y, con esto, memoria y lugar en el mundo virtual. En este sentido, el sello Bizarro, guardián de la colección Orfeo, presentó en 2020 una veintena de remasterizaciones, entre ellas varias joyas del tema que nos compete: Alfredo Zitarrosa aporta Del amor herido, De regreso y el En vivo grabado en 1985, un documento musical imprescindible de la apertura democrática que, por alguna razón –con seguridad, la falta de reediciones–, no tuvo hasta ahora el arraigo popular que sí ostentan Angelitos, de José Carbajal, y Si este no es el pueblo, de Los Olimareños, registro de su actuación en el estadio Centenario el 18 de mayo de 1984. El Sabalero suma a su catálogo virtual dos de sus discos noventeros: Viento en popa y el a esta altura de culto Entre putas y ladrones, en el que hace propias las canciones del argentino Higinio Mena; y Los Zucará, su álbum 25 años en vivo, una buena puerta de entrada al dúo rochense.
Acompasado con los tiempos que corren, 2020 fue prolífico en sencillos. En esta batea participaron, por ejemplo, Anita Valiente con “Gatito del cepo”, Sin Estribos y su versión del clásico fronterizo “Gaucho doble chapa” y Meta fuelle –ganadores del último Charrúa de Oro en el Festival Nacional de Folclore de Durazno– con las canciones “El pedido” y “Rueda de amigos”. Clara García, quien trabaja el repertorio criollo sobre todo vinculado con la figura de Amalia de la Vega, publicó dos versiones: “Truco”, un gato autoría de la calandria oriental y Víctor Abel Giménez, y la tonada “Pena junto al río claro”, de las chilenas Margot Loyola y Cristina Miranda. Lo disruptivo de la cantante, aunque esto parezca una paradoja, es la pureza de sus interpretaciones, que van en busca del sonido original, esa senda por donde viene transitando desde hace unos años el Cuarteto Ricacosa y que se va convirtiendo en camino.
Lo malo y lo feo
En abril falleció Chito de Mello, el músico riverense vanguardista en la defensa y la puesta en valor del portuñol. Eugenio de Mello nació en 1947 en Yaguarí, sexta sección de Rivera, pero a los pocos años ya formaba parte de la barriada de Insausti, en la capital departamental. Esas periferias nutrieron su obra, que comenzó a registrar de manera tardía, con más de 50 años. Aunque él sostenía que no cantaba folclore sino canto popular, era tal vez una de las propuestas más folclóricas de la actualidad, por lo puro de su arte, que tomaba de la música de raíz lo que necesitaba –al igual que de otros géneros– para amplificar su discurso siempre libertario, fronterizo y bagayero.
Más allá de lo que se pueda destacar, al igual que para el resto del sector cultural, este fue un año para el olvido y parece extenderse. Si bien teatros y salas comenzaron con las aperturas a partir de estrictos protocolos y aforos limitados, el principal escenario de esta corriente musical –las fiestas tradicionales y los festivales folclóricos– continúa suspendido. El Festival Andresito le Canta al País, el Festival Nacional de Folclore de Durazno, la Patria Gaucha y el Festival del Olimar ya suspendieron su edición 2021. A este panorama hay que sumar el cambio de programación en las radios públicas, que significa el fin de programas como Aldea sonora y El sonido de todos y el anuncio de cierre de la radio Clarín, espacios fundamentales de difusión y puesta en valor de la canción autóctona.
Sin embargo, más allá de nuevas normalidades, es de esperar que, tal como sucedió en 2020, el folclore continúe haciendo huella, con la tradición en el anca y al trote largo. Las guitarras están templadas.