En otros tiempos, la crónica de viajes como género literario fue mucho más cultivada que en el momento actual, cuando la inmediatez de las comunicaciones nos trae cualquier lugar del mundo a la pantalla de nuestra PC o celular, a través de reporteros, drones, blogueros o simples turistas que podemos tener como contactos en nuestras redes. Mariana Enriquez lo rescata en Alguien camina sobre tu tumba (originalmente publicado en 2013 por Anagrama), pero, de forma muy coherente con su universo personal, ya de por sí sólido y reconocible, lo hace visitando un objetivo particular en distintos lugares del mundo: cementerios.

Intencionalmente o no, el título evoca una fórmula muy común en los epitafios de la Antigüedad, cuando era normal que fueran escritos como si el difunto se dirigiera a cada visitante, y frecuentemente usando vocativos como “Oh, caminante” o “Tú, caminante”.

En estos textos visitaremos varios cementerios, algunos muy famosos, como el Père Lachàise en París, el Staglieno en Milán o el de la Recoleta en Buenos Aires. Otros, menos conocidos, constituyen a veces las historias más interesantes: un cementerio aborigen en Australia utilizado impúdicamente en forma recreativa por adolescentes en viaje de fin de curso, o el del cementerio de Carhué, en la provincia de Buenos Aires, afectado por una gran inundación en 1985 que provocó un dantesco escenario de cruces emergiendo sobre el agua y ataúdes flotantes.

Si bien hay tumbas de famosos (hay un capítulo especial para Graceland, la casa de Elvis Presley en la que descansan sus restos, y una sesión de fotografías en la tumba de Karl Marx en el Highgate de Londres, que, irónicamente, no es un homenaje al autor de El capital sino a la banda favorita de Enriquez, Manic Street Preachers), los intereses de la autora se relacionan mucho con los de su literatura de ficción propiamente dicha: santos populares, historias de fantasmas, interrogaciones sobre las historias de tumbas extrañas o inusuales... Es sobre estas historias, las que hay en el cementerio mismo, que está puesto el foco.

Los textos tienen un formato narrativo, si bien en muchos la anécdota es mínima, no mucho más que la historia de una visita al cementerio. En algunos casos hay narraciones más complejas, como una pequeña historia de amor adolescente en el Staglieno de Milán, el extrañísimo show de Manic Street Preachers en Cuba enlazado a una visita a la Necrópolis de Colón en La Habana, el robo de un hueso inidentificable del Cementerio de París o la definitiva inhumación de los restos de una desaparecida reencontrada en el cementerio de Moreno, en la zona oeste de Buenos Aires.

Hay también una importante atención hacia las derivas históricas de los cementerios y cómo interactúan con el resto de su entorno urbano, con una mirada claramente antropológica, que evidencia distintas relaciones con la muerte no sólo en los distintos lugares, sino también en distintos momentos. Las fosas comunes de las víctimas de las pestes en los cementerios más viejos de Europa, los rastros del Día de los Muertos en el cementerio de Guadalajara (la autora lamenta no haber coincidido nunca con esta festividad en sus visitas a México), los grandes y ostentosos panteones de las familias patricias en varios camposantos, los traslados o reorganizaciones de las necrópolis en distintos momentos de la historia.

Dentro de la obra de Enriquez, este es un libro a la vez coherente e inusual. Quienes hayan leído otros de sus libros quizás extrañen sus golpes de efecto, sus “momentos gore”. Acá todos los relatos transmiten esa sensación de paz y quietud tan lógica en estos escenarios. Siguen apareciendo muchas marcas de estilo de la autora, sus descripciones minuciosas de detalles que parecen nimios pero se revelan inquietantes, la esquiva sensualidad, la agudeza de su mirada etnográfica para describir las características de cada lugar y sus habitantes, sus digresiones, sus pinceladas de humor y, sobre todo, su estética. Tal cual dice en la contratapa Roberto Abad, de la Revista de la Universidad de México, Enriquez “tiene un radar para lo extraño”. Pero en este caso se trata de una extrañeza distante, lejana, que contrasta bastante con la cotidianidad y cercanía de los escenarios en que transcurre la mayor parte de los cuentos más ficcionales de Enriquez. Aquí hasta las historias más macabras se encuentran ya digeridas por el tiempo, ya resueltas y explicadas, y son reelaboradas a través del relato, volviendo a la vida en el texto y luego guardándose nuevamente en su nicho, tumba o panteón. Quizá se pueda explicar con la declaración de la autora, que se encarna en uno de los últimos relatos (el entierro de la exdesaparecida en el cementerio de Moreno), para la cual, como persona que vivió la infancia en los días del terrorismo de Estado, “resulta menos aterrador tener una tumba con nombre que no tenerla”. Pero no hay que hilar tan fino ni remitirse a circunstancias tan particulares: ya de por sí la crónica de viajes tiene una base en la lejanía y el extrañamiento, y este libro, en definitiva, es una recopilación de crónicas de viaje.

Aunque placentera, la lectura deja cierta expectativa. Siempre queda la pregunta de cómo quedarían muchas de las historias que se cuentan si se encontraran en uno de esos relatos de ficción a los que Enriquez nos ha acostumbrado. No obstante, no deja de ser una oportunidad de acercarse al muy reconocible universo personal de la autora de una forma distinta.

Alguien camina sobre tu tumba. De Mariana Enriquez. Montevideo, Hum, 2021, 304 páginas.