Historia visual del anticomunismo en Uruguay (1947-1985). Magdalena Broquetas (coord), Fernando Adrover, Matías Rodríguez, Marcos Rey, Javier Correa y Álvaro Sosa. Montevideo, CSIC-Udelar, 2021.

En los últimos años, los estudios académicos han comenzado a cuestionar el concepto de derecha como categoría de análisis para el abordaje de lo social. En su lugar ha ganado terreno el plural derechas. Este matiz, que a primera vista parece irrelevante, pone el énfasis en la diversidad de perspectivas ideológicas, tradiciones políticas y formas organizativas que componen el campo de “las derechas”. No es lo mismo un liberal que un fascista. No es lo mismo un evángélico provida que un intelectual libertario. Sus referencias intelectuales y sus prácticas militantes son diferentes e incluso contradictorias. Sin embargo, en contextos particulares –usualmente coincidentes con períodos en los que las jerarquías de clase, género, raza y generacionales son percibidas bajo amenaza por estos sectores– suelen unirse en coaliciones tácticas para enfrentar al enemigo común, y estas coaliciones bien pueden evolucionar hasta convertirse en nuevas formaciones políticas.

Lo que mantiene unido al campo de las derechas no es el amor, sino el espanto. He aquí el tema de este libro. Anticomunismo es el nombre que se le ha dado a una serie de ideas, imaginarios y prácticas mediante las cuales históricamente las derechas han dado forma a ese enemigo común. No quiere decir estrictamente “miedo o rechazo al comunismo”, ya que el enemigo no es (sólo) el Partido Comunista –el anticomunismo existe desde antes del nacimiento de la Unión Soviética; a 30 años de su muerte, aún goza de buena salud–, sino a todos aquellas organizaciones sociales y políticas cuya práctica ponga o pueda poner en jaque el orden social jerárquico en cualquiera de sus dimensiones. Esto implica, para el caso uruguayo –aunque bien cabe recordar que el anticomunismo es un fenómeno global, con sus particularidades regionales y locales–, que bajo la categoría “comunista” puedan caer desde el Partido Comunista propiamente dicho hasta sectores de centro de los partidos tradicionales, pasando por organizaciones feministas, centros culturales, otras organizaciones de izquierda e incluso sectores de la iglesia católica. Para las derechas anticomunistas, todos estos sectores funcionaron y funcionan coordinadamente con el fin de subvertir el “orden normal de las cosas”, para ellas compuesto por la familia tradicional, la propiedad privada y la relación armónica entre “los orientales o uruguayos”, identidad que subsume y anula las diferencias de clase, etnia o género. Y esa coordinación funciona bajo una dirección central, que durante gran parte del siglo XX estuvo compuesta por el binomio Cuba-Unión Soviética y que actualmente parece encarnar en China, la ONU y su agenda 2030.

El anticomunismo, entonces, es una forma (conspirativa) de interpretar el conflicto social, es un marco intelectual y narrativo para legitimar políticas específicas (represión, censura, descalificación), es una guía para la acción, un proyecto que busca subsumir las identidades de clase, género y generacionales en la identidad esencialista de la nación.

Este libro analiza la visualidad anticomunista producida en Uruguay durante la segunda mitad del siglo XX. Los estudios sobre anticomunismo y derechas no son nuevos en Uruguay, pero sí lo es el abordaje de sus productos visuales, tan importantes para la construcción de subjetividad como desatendidos por la historiografía tradicional. En lugar de trabajar a partir de fuentes que iluminen sobre las élites gobernantes, religiosas o empresariales, aquí se opta por analizar los productos culturales que apuntaron a construir el sentido común de amplios sectores de la población: dibujos, caricaturas, tiras de humor político, mapas, viñetas, fotografías y, en menor medida, registros cinematográficos.

Las derechas usaron estos productos con un fin general: expandir el miedo al comunismo. Pero también lo hicieron con fines específicos. Los mapas cumplieron un rol fundamental durante los primeros años de la Guerra Fría, en tanto graficaron la ubicación espacial del enemigo comunista y su progresiva expansión por el orbe, concebido como un virus que debía contenerse de la misma forma que se contiene a una enfermedad altamente contagiosa. Las caricaturas y viñetas cumplieron la función de descalificar mediante la sátira, señalando las contradicciones entre el discurso y la práctica del enemigo comunista o deshumanizándolo mediante la figuración de sus militantes como animales o sujetos monstruosos; este tipo de fuentes es especialmente interesante para analizar el uso que las derechas hicieron del humor como arma política. Los dibujos en clave realista fueron usados para visibilizar situaciones (reales o imaginadas) que no podían mostrarse de otra manera, como las condiciones de trabajo en los países socialistas, mientras que las fotografías, habitualmente tendenciosas o descontextualizadas, cumplieron el rol de elemento de prueba para discursos elaborados por otros medios y construyeron sentido sobre realidades que poco o nada tenían que ver con aquella que las imágenes testimoniaban, lo cual alerta sobre el punto de que las fake news no son ni mucho menos un invento de la era de las redes sociales.

Más allá de la importancia y actualidad del tema, este libro tiene otra virtud y es la adopción de un estilo de escritura sencillo, que no va en desmedro de la solidez teórica y metodológica del enfoque. Esto demuestra que es posible producir conocimiento académico riguroso y a la vez accesible para aquellas personas que no son profesionales de las humanidades o las ciencias sociales. Puede adquirirse en formato papel y también descargarse gratuitamente de la página web de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.