Era una ley general de la buena poesía. Al esplendor del estallido rimbaudiano del genio juvenil, le seguía la consolidación de la madurez y luego, casi siempre, un declive. En el mejor de los casos este “cuesta abajo” era una dulce pendiente. Las peores veces podía implicar un duro desbarrancarse. Jorge Arbeleche parece haber roto con esta dinámica.

Cuando en 2014 apareció su poesía reunida (Mito, en Ediciones Vitrubio, de España) fue lógico pensar que estábamos ante el punto más alto de reconocimiento para ese equilibrado abordaje lírico que había venido sosteniendo Arbeleche en sus distintos poemarios. El testamento poético de un autor de 71 años. Esa idea se reafirmó al año siguiente, cuando obtuvo el Bartolomé Hidalgo a la trayectoria.

Pero el poeta se rebeló contra ese bronce tranquilo. Cada libro que publicó desde entonces fue mejor que el anterior. No sólo mejor. Fue más personal. Incluso cuando se trataba de antologías, estas parecían reajustar el rumbo de lo escrito hasta entonces; proyectarlo con más precisión. Es el caso de El repetido escándalo del gallo, aparecido en 2017 en España y en 2018 en Uruguay, por los sellos Vitrubio y Estuario, respectivamente.

Viene luego la edición mexicana de Carta a García Lorca y otros poemas (Mantis, 2017), y ese poemario ya sugiere que su lírica parece ganar, más que muchas otras, cuando se vehiculiza en un libro bellamente editado.

Todo esto llega a su punto más alto, por el momento, en Escrituras, Premio Bartolomé Hidalgo 2021. Pocas veces el trabajo siempre acertado de Gustavo Wojciechowski, diseñador y editor de Yaugurú, acierta tanto. La delicadeza del papel y la tipografía elegidos, el exquisito detalle artesanal de la portada sostienen la materialización de un conjunto de textos de altísimo valor literario.

En Escrituras el lector da con “Escolar”, el primer paso de un sendero de dolor y belleza, quizá crepuscular. La conciencia de finitud y del carácter inevitablemente menguante de las fuerzas físicas, es, como lo dicen “Testamento” o “Registro”, un leve caer. Los recuerdos (¿el poeta mismo? ¿Quién está leyendo?) caen tan lento “como si apenas quisieran dejar su rúbrica en el hueco destinado al sitio del olvido”. Quizá la sección “Epopeya” sea la más críptica del libro y “Escorpión” la que actúa como invisible ancla de sentido, al fundirse con esa zoología metaforizante que el autor ofrece con maestría. Es como si Arbeleche, de tradición machadiana y lorquiana en muchos momentos de su trayectoria, se volviera, en estos años recientes, arbelechiano. Casi en el cierre, la sección “Escrituras” justifica haber sido elegida para darle el nombre a un libro que se abre hacia las complejidades de la interioridad.

Al final, en “Epílogo”, ajusta tres cuentas. Con la tradición española, y no es casual que este Arbeleche, en el cenit renovado de su potencia literaria, elija hacerlo en diálogo con el vanguardista calmo que fue Vicente Aleixandre. Cuentas con la poesía misma, en esa arte poética que es “Niebla”. Y también, como es debido, ajusta cuentas con la noche.