Durante mucho tiempo, la crítica que se le hacía a la música tropical era que las orquestas no componían sus propias canciones, como si eso de por sí significara algo negativo. Es cierto, la música tropical es principalmente un género de covers, una característica que no la vuelve en sí misma un género menor. En los últimos años esta situación ha cambiado, y es una apuesta arriesgada que habrá que seguir muy de cerca. Arriesgada porque el público se habituó a encontrar, interpretados por sus artistas favoritos, los temas conocidos. Siempre hubo canciones compuestas por las orquestas, pero a partir del pop latino la cosa empezó a cambiar. En el caso de aquellas canciones de principios de siglo, se trataba, en la mayoría de los casos, de enlatados hechos con una fórmula repetida. La creación más constante y con verdadero trabajo artístico puede ubicarse posteriormente a ese movimiento fugaz y tiene en nombres como Carlos Fernández una de sus figuras fundamentales. Fernández trabajó con muchas orquestas, pero fue con la carrera solista de Gerardo Nieto que logró desarrollarse de forma más expansiva, lo que generó algo insólito para la música tropical: que los discos de un artista de esa movida tuvieran más inéditos que covers. Más tarde, con Los Negroni, Vanesa Britos, Denis Elías y Mariano Bermúdez, entre otros, esto se fue acentuando hasta llegar a discos como En el camino, el último trabajo de Bermúdez, en el que todos los temas son de su autoría junto a los músicos Mathias Prando y Emiliano Pineda.

Bermúdez se ha vuelto una figura fundamental de la tropical actual, tan inestable, y mucho más en este momento de pandemia, en que las orquestas no pueden trabajar y en muchos casos desaparecen. La evolución que ha tenido como intérprete es asombrosa, controlando los excesos más imperfectos para lograr dominar su registro, y descubriendo sus virtudes, que son muchas. Se trata de un gran cantante que con el tiempo ha logrado captar el juego de la plena para, valga la redundancia, jugar mucho más a la hora de cantar, ya sea con improvisaciones, con fraseos sincopados, con modulaciones que dialogan con los vientos o la percusión. Estas virtudes se apoyan en una orquesta, La Gozadora, que le hace el toque que necesita y que también ha evolucionado en su empaste, recuperando lo mejor de la tradición de orquestas de la tropical uruguaya.

Dentro de esa recuperación se podría mencionar dos buenas noticias de este disco: el tempo lento de la plena y el papel de los vientos. Con respecto a lo primero, no afirmo que toda la plena rápida, de influencia parodista, que tanto suceso tuvo hace más o menos una década, sea menor en calidad –baste como ejemplo el nivel superlativo de Denis Elías en ese estilo–. Sin embargo, muchas orquestas, siguiendo ese rumbo, han conseguido más fallas que aciertos, con plenas desprolijas, mal tocadas, que más que tener un tempo rápido parecen apuradas. La recuperación de una plena que permite incluso a los bailarines un mayor rango de recursos corporales, más cadera, más cintura, sin sentir que están bailando un twist, es un rasgo positivo, por el hecho de que se estaba perdiendo y además porque Bermúdez y su orquesta lo hacen con mucho swing.

El otro aspecto es el protagonismo de los vientos en el sonido del disco. Ninguna buena orquesta que se precie de tal debe subestimar el papel de los vientos, pero incluso debe ir más allá: no se trata de instrumentos decorativos para llenar los espacios vacíos que deja la voz principal o para acentuar un quiebre de la percusión. Es decir, claro que son eso, pero también mucho más. En orquestas fundamentales de la historia tropical uruguaya, como Combo Camagüey, Sonora Cumanacao, Conjunto Casino o Karibe con K, por nombrar algunas, los vientos formaban parte del sonido característico, de su identidad sonora, a tal punto que es posible reconocerlas al escuchar tan sólo unos compases de sus vientos. Es saludable apreciar la forma en que los vientos de La Gozadora tienen un papel en las canciones y en el sonido general de la orquesta en “Pisa el freno”, “Ya no más” o “Tiemblo”, trascendiendo el acompañamiento y permitiendo que quizá dentro de unos años sea suficiente escuchar unos segundos de una canción de Mariano Bermúdez para saber de quién es.

Las dos virtudes mencionadas dan, de alguna forma, paso a una tercera, formada por las dos anteriores, que tiene que ver con que –junto a Los Negroni en su momento– Mariano Bermúdez posiblemente sea uno de nuestros artistas más cosmopolitas, más en consonancia o en diálogo con un sonido tropical internacional actual y con una tradición mayor. Se nota que es una esponja que capta lo que anda sonando en la vuelta y lo integra de la mejor manera. Así, vuelve a mostrar la influencia del reggaetón que ya había mostrado en los covers incluidos en Momentos plenos (2016), esta vez en composiciones propias como “La noche” y “Hasta el suelo”, pero también hay un sabor a viejo, a tradición, principalmente a la salsa de los 80, esa que experimentó un sonido más digital, más eléctrico, y que incursionó en lo romántico y el pop, lo que es más evidente en canciones como “Usted y yo”.

Bermúdez y La Gozadora dan un paso arriesgado con este disco y salen victoriosos. Demuestran que es posible conectar con el público haciendo composiciones propias, sonar a algo nuevo pero cargando a cuestas toda la tradición tropical, y van por más: trascendió que ya están componiendo las canciones de su disco nuevo, que será enteramente compuesto por Bermúdez, y del cual un adelanto, “Roto”, confirma todo lo bueno que se ha dicho en esta nota sobre ellos.

En el camino, de Mariano Bermúdez. Del Barrio Records, Montevideo, 2019.