Un pacto que vaya más allá del entretenimiento y el terciopelo. Esta línea de continuidad del teatro de Raquel Diana también está presente en Era como que bailaba, una pieza sobre la peripecia de una mujer gigantesca y minúscula que termina en un femicidio. Pero que es más que eso.
No hay plan. Raquel Diana, uno de los nombres principales del teatro uruguayo ‒actriz, directora, dramaturga‒ no cree tener un plan. De tener razón sobre sí misma, esta obra que ahora repone, un monólogo que escribió y dirige pero que encima del escenario deja en manos, voz y cuerpo de Elisa Fernández o, lo que es lo mismo, de la rapera Eli Amic, no se podría alinear con sus piezas anteriores.
Sin embargo, sí. Aunque no en la superficie. Si en algo hay una continuidad, reconoce cuando se le insiste con la pregunta, es, en primer lugar, en la búsqueda de un lenguaje que intenta ser poético. Conectar con la poesía. En la forma, pero también en el espíritu. “La poética que se genera en la escena, o en el propio texto dramático es, eso sí, un territorio que quiero habitar”.
Continuidad II
Antes de eso están “los temas que me golpean”, dice. En el caso de Era como que bailaba el tema va más allá de la peripecia de María, que es la María de Woyzeck (1836) de George Büchner, ese personaje mínimo en una obra que está centrada en su marido. El soldado raso Woyzeck es el ser más desgraciado de su tiempo. Lo maltratan, pasa miseria, experimentan con él. Sin embargo, ese hombre que no puede nada puede una cosa, que es matar a su mujer. “¿Por qué la mata? Porque puede. Es un ser sometido y desgraciado que, aun así, puede algo. Y eso que puede es matar a su mujer”, dice la dramaturga.
Por eso el spinoff, ese recurso de tomar un personaje menor de otra obra y desarrollar su historia volviéndolo centro de una obra diferente es, en este caso, un acto de subversión. Un acto de justicia teatral. De justicia poética.
“El movimiento feminista creo que es el que está ofreciendo al mundo alguna clase de utopía”, sostiene Diana, y al sostener eso se pregunta, más en el fondo, sobre lo que la sostiene. “¿Es posible construir un mundo diferente? Es posible, con otras bases. Y eso no es poco. Por eso me sentí alentada a escribir sobre esto”.
Continuidad III
El lenguaje poético, los temas que la golpean, “y los cruces”. Cruzar un clásico de la literatura con un asunto del aquí y del ahora “podría ser algo que me gusta hacer”. También el cruce con la música. Por eso siente un parentesco entre Era como que bailaba y Banderas en tu corazón (2001), su obra ricotera. María es pariente “de los personajes desolados, que están más cerca del rock and roll que de una expresión ideológica más cerrada”. No en relación con un estilo musical en particular, sino con una música liberadora o que busca alguna libertad.
La protagonista de Era como que bailaba es Eli Amic, cantante y compositora de rap nacida en 1987. “Soy de izquierda; el consumismo feroz y el neoliberalismo no me identifican para nada”, dijo en una entrevista que dio a la diaria en julio de 2019, y algo de ese espíritu hay en el personaje que compone ahora en La Gringa Teatro.
Esa combatividad de Eli Amic ‒que la llevó a estar en el centro de la polémica al llamar a “resistir a la derecha” en un recital que dio un mes después de la victoria electoral de Luis Lacalle Pou‒ se siente en la presencia escénica de Elisa Fernández. Dos mujeres que son la misma habitando la obra de una dramaturga uruguaya de hoy que escribe sobre una mujer austrohúngara imaginaria de dos siglos atrás. “Hay algo que nos es común a las mujeres, a las infinitas mujeres que son una en algún sentido ‒dice Diana midiendo sus palabras, entrando con pies de plomo en un terreno en el que no quiere sonar demasiado mística‒, y ahí es que se establece una conexión interesante con el público”.
Continuidad IV
Escribir, dirigirse y actuar fue algo que hizo en oportunidades anteriores y que ahora, en cierto modo, agradece no hacer. Porque a veces implica “morir de pleonasmo”. Le interesan mucho más las conexiones que se dan dentro de la comunidad teatral. Y sin embargo. “Yo soy una mujer vieja y antigua ‒miente, acaba de cumplir los 60‒ así que cuando empecé en el teatro ‒en 1979 en la sala El Reloj, que hoy es, continuidad del azar, La Gringa‒ los roles estaban bien definidos. Si eras actriz eras actriz; si eras directora, aunque había muy pocas mujeres directoras en ese tiempo, eras directora; y si eras escritora, también había muy pocas, eras escritora. Creo que lo interesante del arte hoy en día es que se es creador, o creadora, en sentido amplio. Cuando me doy permiso de asumir que la línea que divide la escritura de la escena no es tan definida, que puede haber bordes y que al final ¿qué importa? Bueno, ahí siento felicidad. Pero si no, hacerlo todo es una experiencia trabajosa”.
Rupturas
Los cruces y las continuidades la llevan a pensar en el teatro como algo a ser repensado. Hoy pueden estar en La Gringa porque el espectáculo ganó un fondo de la Intendencia de Montevideo. “Sin los subsidios es imposible vivir de la taquilla”, en especial con los aforos reducidos del presente. “Hay un pacto del capitalismo que creo que se ha roto. El teatro no se puede vender, es así”, sostiene. Y lo sostiene porque “la gente que busca entretenimiento tiene muchos lugares a los que recurrir, por ejemplo en las plataformas como Netflix, y capaz que el teatro tiene que volver a una cosa más de ágora, más de pensar, más de rito sagrado. Capaz que la palabra ‘rito’ es un poco exagerada, pero vale en el sentido de Antonin Artaud”. Un sentido, el del rito, el de Artaud, que Diana trae al presente; el teatro como “un lugar en el que suceden cosas un poco más duraderas que ver una serie en un sofá”.
Sólo cuatro funciones. Los sábados de febrero, a las 20.00, en La Gringa Teatro (Galería de las Américas, 18 de Julio 1236). Reservas: 092 388 779. Entradas: $ 400.