Uno de los planos más logrados de la carrera de David Fincher es el díptico simétricamente calcado que abre y cierra Gone Girl (2014). Ahí, ante nosotros, Rosamund Pike: la mano del narrador que acaricia su nuca hitchcockiana, el súbito giro de su cabeza (un movimiento entre armónico e intimidante, como el de ciertos animales cuando son acorralados y saben que no tienen nada que perder), la oscuridad de los dos ojos azules y el porcelanato de aquellos pómulos en los que te podrías deslizar como un niño que encera el suelo con franelas como patines.

Gone Girl era una película sobre la imposibilidad radical de conocer realmente a alguien, sobre un límite casi nouménico del amor y la comunicación entre los seres humanos. Y ahí Pike era la encarnación perfecta de esa imposibilidad. En la película era varias mujeres a la vez no sólo porque pareciéramos atravesar versiones rashomonianas de un mismo o varios sucesos, sino por una falla geológica originaria, la idea de que nunca somos simplemente una sola persona.

No era sólo su actuación, era algo de su misma fisicalidad (una Grace Kelly exhumada de una gruesa capa de permafrost) que envolvía a su personaje en un nivel de opacidad extrañísimo, como si su aura fuese de una negrura vantablack, esa extraña sustancia de un color que genera la mezcla de ausencia de profundidad y el miedo a ser tragado por ella.

La Marla Grayson de Descuida, yo te cuido (dirigida no por David Fincher sino por J Blakeson) es, sobre todo en esta virtud infranqueable y compacta, una continuación de la Amy Elliott Dune de Gone Girl. Con la melena recta cortada a filo de diamante y ese humo que sale sin esfuerzo de su nariz como si fuera el vapor de las fauces de un dragón, por momentos puede parecer un robot o un maniquí maligno, pero la cámara se detiene unos segundos en ella y algo luce completamente opuesto a todo lo estanco y fijo de un modelo de cera: un juez da un fallo a su favor y el (falso) rostro humano y comprensivo que ella esgrimió en la defensa se descompone en la estructura infinitesimal de una sonrisa sobradora. Todo su personaje se concentra en esa extraña cualidad con que mezcla algo duro e impenetrable con una capacidad de mutación constante, como la de un virus.

Marla Grayson es, a su vez, el personaje más odiable y abyecto que haya dado Hollywood en la última década. Esto no es changa: el cine actual está lleno de pedófilos, asesinos múltiples, responsables de crímenes de lesa humanidad, despechadas némesis telenovelescas y jefes inescrupulosos, pero hay algo en lo que hace Marla Grayson –y, sobre todo, en el cinismo impune con que lo hace– que de golpe la coloca en un lugar distinto, casi inalcanzable.

Marla dirige un entramado corrupto que se dedica a rastrear a viejos de buena posición, falsear diagnósticos y convertirse en su guardiana legal sin que ellos ni sus familiares sepan siquiera qué está sucediendo.

Este esquema de enriquecimiento es presentado en los primeros 15 minutos del film, y todo parece poder seguir como una operativa infalible, hasta que Marla se mete con la vieja equivocada. Entonces, la película termina de definir su núcleo dinámico: el de dos personas horribles (Marla contra el hijo de la señora –Peter Dinklage–, un capo de la mafia rusa) enfrentadas en una contienda en la que intentan aniquilarse una y otra vez.

Pese a la fascinación que causan las chispas producidas por el enfrentamiento entre estos dos seres abyectos, el uso de antihéroes o personajes directamente deplorables (sobre todo si es una película de acción, con ciertas cuotas de thriller, y no un film misántropo de Todd Solondz) suele necesitar una categoría extra que nos permita engancharnos a sus motivos y, al menos por un deseo lúdico o narrativo, hinchar por que sus planes lleguen a concretarse. Sin embargo, el personaje de Marla es tan odioso que siempre querríamos que perdiera, aun si fuese contra un enano mafioso vinculado a la trata de mujeres. Hay algo raro ahí, porque se puede leer a kilómetros que se intenta colocar a Marla bajo el prisma de esa nueva iconicidad de personajes femeninos fuertes –aun en su maldad–, pero nunca llega a funcionar.

Quizá la forma más útil de analizar el personaje de Rosamund Pike sería compararlo con otro personaje femenino extremo, salvaje y vengativo que también apareció en el último año: la Cassandra Thomas (interpretada por Carey Mulligan) de Promising Young Girl (Emerald Fennell, 2020). En algún sentido, por más parecidas que sean en su fortaleza y su temeridad, Marla es el reverso de Cassandra (una chica que intenta vengarse de la violación sufrida por una amiga haciéndose pasar por presa fácil ante potenciales abusadores, para después psicopatearlos). Tanto Cassandra como Marla son personajes dispuestos a morir por sus ideas y anhelos, pero mientras que Marla lo hace porque está tan enfocada que no le teme a nada, Cassandra va hacia su muerte para demostrar algo. Cassandra es un síntoma del sistema, un cortocircuito que quiere señalar en su exceso una falla inherente del cableado de los vínculos entre hombres y mujeres, mientras que Marla es el acting out de un sistema que entendió a la perfección y frente al que, más que cambiarlo, quiere acomodarse de la forma más provechosa posible.

El problema principal de Descuida, yo te cuido es que el cinismo de su antiheroína sobrepasa los límites para que anhelemos su victoria. Si logra su plan, más que el triunfo de un personaje femenino fuerte sería el triunfo (casi la celebración) de un espíritu capitalista despiadado. El director sabe esto bien, y entonces tiene que hacer un delicado equilibrio para no permitir que pierda (sería, de alguna manera, despojar de poder a ese personaje femenino) ni tampoco que gane (terminar por rendirle culto al capitalismo rampante). El tema es que ante este membrete es necesario envolver a sus protagonistas en un plot armor (armadura de guion) para que la película siga una senda, aun cuando eso exija deus ex machinas, súbitas habilidades de la Mossad para una tipa que en principio sólo es muy buena en clases de spinning, y una mafia rusa particularmente pacata y poco efectiva en el arte de matar personas.

El final es lo que tiene que ser y, a la vez, de alguna manera, es sorprendentemente decepcionante. El riesgo de tener personajes que sirven a una idea, en lugar de un conjunto de ideas que parten de los personajes.

Descuida, yo te cuido (I care a lot). Dirigida por J Blakeson. Canadá, 2021. Con Rosamund Pike, Peter Dinklage, Elza Gonzalez y Dianne West. En Netflix.