Es mi alma ‒infinita‒ la que ya está colmada
de canciones confusas y ruidos;
Es mi corazón ‒eléctrico‒ el que ya está lleno
de corrientes inflamadas.

Con la mirada algo desconfiada –“como pato al arreador”, dirían nuestras abuelas‒ Yegishe Charents, de polera verde, se planta ante nosotros. Duda que los que nada sabemos podamos, al menos, entender algo. El pintor del retrato es Martiros Sarian. El año es 1923, apenas culminado el genocidio armenio que empezó en 1915. Entre medio millón y dos millones de personas exterminadas por el Estado turco.

Mi alma se ha convertido en una estación de radio
que emite para todo el mundo y toda la humanidad;
Es tan alta la emisora de mi alma,
igual que el Masis ‒tan alto y tan firme‒
poderoso y terrible.

En su poesía, Yegishe Charents habla de una de las cumbres de su tierra, asociada, según las leyendas de esa vieja nación, al diluvio universal de la tradición judeocristiana. Pero no habla sólo para los suyos. Habla para su tiempo. Y su tiempo es un tiempo en el que las fronteras se atraviesan por las ondas de radio y por los puños en alto.

En estos días de ardor
‒impulsada por el viento confundido‒
cantar la canción de millones de corazones distantes o cercanos
se vuelve ‒ahora‒ mi destino.

Yegishe Charents llevaba en el mismo baúl la bandera armenia y la bandera roja de la patria soviética recién nacida. Hijo de esos primeros años de la revolución (la “etapa de la pureza” que comenzó en 1917 y culminó con el suicidio de otro poeta, Vladimir Maiakovsky, ocurrido en 1930), también Yegishe Charents encontró la barrera del estalinismo.

Las purgas impulsadas por Iósif Stalin en los años 30 se ensañaron, entre otros, con los sospechosos de nacionalismo. No entendía, Stalin, que esa acumulación simbólica podía ser benéfica, que podía ser el paso atrás para tensar la honda y lanzar con más fuerza y con más brazos los dos pasos adelante de cada etapa histórica. Y menos entendía Stalin a los poetas.

En esa década infame, Yegishe Charents, el bolchevique armenio, cayó en desgracia. Es decir, cayó en el gulag. Su caída fue por no callarse. Cuando Stalin ejecutó a Aghasi Khanjian, primer secretario del Partido Comunista de Armenia, Yegishe Charents escribió siete sonetos en homenaje al muerto. Así que fue encarcelado por ese delito de poesía. Tenía piedras en los riñones y murió en la enfermería de la prisión, el 27 de noviembre de 1937.

Luego de la muerte de Stalin, Yegishe Charents fue rehabilitado en 1958. Editaron un sello con su rostro. Un sello de 40 kopeks. Casi la mitad de un rublo.

Desde entonces lo han traducido a varias lenguas. En español hay un puñado de sus poemas. Esta semana, nuevo aniversario del genocidio armenio, se publican en esta columna fragmentos de una versión libre y neófita de “Hacia el futuro”. Porque su canción es, por momentos, “gigantesca como una eiffélica torre enorme”.

Y mi alma es ahora una estación de radio,
desde la que envío su canto rojo fuego
hacia un horizonte muy lejano,
a todos los corazones, que viven y que existen;
en todos los puntos cardinales.