En 2010 la serbia Marina Abramovic (Belgrado, 1946) llevó adelante su célebre performance The Artist is Present en el imponente Donald B and Catherine C Marron Atrium del MoMa. Metida en un vestido de color rojo intenso del que asomaban apenas la cabeza y las manos, permaneció inmóvil durante horas en una pequeña silla sosteniendo la mirada en los ojos de los espectadores que, de a uno, se le instalaban en frente, al otro lado de una mesita, para ser parte de su perturbador juego. Era una de las tantas actuaciones extenuantes y provocadoras de la que hoy es llamada “la abuela de la performance”: 77 días de aguantar entre siete y diez horas esa incómoda posición, sin reposo, para forzar al espectador a sostenerle la mirada tanto como pudiera.

Foto del artículo 'Marina Abramovic ganó el Premio Princesa de Asturias de las Artes'

Posiblemente, el momento más conocido de aquella agotadora experiencia que dio lugar a un documental del mismo nombre (dirigido por Matthew Akers y Jeff Dupre, 2012) sea el de la irrupción de Frank Uwe Laysiepen, conocido como Ulay, su expareja, a quien llevaba 23 años sin ver. Se habían separado en 1988, y también de eso hicieron un evento artístico que nombraron Los amantes: una caminata por la muralla china: Abramovic caminó durante 90 días recorriendo 2.500 kilómetros desde el extremo este de la muralla para finalmente cruzarse con su amante, que venía desde la otra punta, y despedirlo para siempre.

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La artista hizo de tensar los límites y poner a prueba su propia resistencia física, psíquica y emocional uno de los pilares de su trabajo, y eso es lo que parece haber valorado el jurado del Premio Princesa de Asturias de las Artes, que la reconoció como “una de las artistas más emocionantes de nuestro tiempo”, precisamente por las inquietantes y conmovedoras experiencias que ofrece en sus acciones y por la “valentía” para entregarse “al arte absoluto”.

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El museógrafo Miguel Zugaza presidió el tribunal que, reunido en forma virtual como ya es norma desde que se instaló la pandemia, destacó la obra de Abramovic como “parte de la genealogía de la performance, con un componente sensorial y espiritual anteriormente no conocido”.

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