La colección “Cuadernos de ficción” de la editorial Estuario reúne en cada título 11 cuentistas y 11 ilustradores. Cada volumen se titula con una sola palabra, que remite a una idea presente en todos los cuentos, suficientemente amplia para admitir ser tratada desde diferentes estéticas y estilos, y suficientemente clara para funcionar como hilo conductor dentro de esa diversidad.

La palabra “mentira” como disparador puede dar lugar a peripecias de lo más variopintas. Una de las más obvias, las infidelidades conyugales, aparece en dos de los relatos: uno de Patricia Pujol, “Por la lujuria”, y otro de Rosario Lázaro Igoa, “Otra piscina”. En el primero se cuenta una infidelidad desde una perspectiva femenina, narrada por su protagonista, mientras que el segundo se enfoca en la complicidad entre un hijo pequeño y su padre. Pero otros cuentos juegan con ese frágil límite entre la mentira y la ficción, como el elaboradísimo y eficaz “Efímeras criaturas que se multiplican y ahogan en una gota de agua”, de Pablo Fernández Agosto, que al final descubrimos inspirado en un hecho histórico y muy conocido, o el jocoso “La ironía trágica de un montevideano típico”, de Ibéro Laventure, en el que un ignoto Martínez da rienda suelta a hedonistas ensoñaciones, constantemente interrumpido por personajes “del mundo real” que lo llaman al orden.

No faltan peligrosos descubrimientos de conspiraciones de las élites mundiales, como “Quince minutos en el futuro”, de Gustavo Aguilera, pero tampoco historias tan simples como angustiosas sobre vínculos familiares disfuncionales, como “La mejor casa de todas”, de Alejandra Zina. Entre los más impactantes figuran “La cuidadora de las bestias”, de Federico Watkins, en el que una aparentemente simple y costumbrista historia en relación a un noviazgo iniciado con el rescate de un perro callejero termina en el descubrimiento de un secreto atroz e inesperado, lo que da un viraje completo al tono del relato, y “La mentira de Cándida”, de Belén Riguetti, que también parte de un relato aparentemente prosaico sobre una abuela moribunda, y da un viraje con una revelación que, en este caso, está a medio camino entre la ficción científica y la revelación mística.

Como en “Mentirosos: algunos epílogos”, de Diego Castro, la verdad revelada tras la mentira nos lleva a un mundo ajeno a las reglas del nuestro, aunque en este último caso nos trasladamos al reino de lo mítico habiendo partido de un indigente que irrumpe en una conferencia de Jacques Derrida. Gabriel Sosa, por su parte, con uno de sus habituales escenarios de pequeñas localidades del interior cuenta, en “Poniendo el hombro en Colonia Olarticochea”, el desenlace trágico de una estafa perpetrada por un edil en relación a un complejo de viviendas.

Jorge Machado Obaldía, en “Pasajera en tránsito”, uno de los cuentos más logrados de la selección, ofrece la historia de una mujer que huye hacia cualquier parte de su vida cotidiana pero, con el sentido de la realidad un tanto trastocado, se pasea en traje sastre y zapatos de taco por el agreste entorno de las islas del Delta argentino.

Una de las cosas que revelan los cuentos reunidos por esta consigna en particular es lo eficaz que sigue siendo el recurso de la anagnóresis, esa vuelta de tuerca ya caracterizada por Aristóteles por la que a uno o varios personajes se les revela un hecho que ignoraban. Explotado tanto por la tragedia griega como por las telenovelas latinoamericanas o las series de Netflix, ese artificio nos hace volver hacia atrás en el relato para enterarnos de una cantidad de cosas que siempre estuvieron frente a nuestros ojos y no habíamos percibido. En este libro, además, se apela, como en todos los títulos de esta colección, a un formato de cuento más bien clásico. Se trata en todos los casos de cuentos cortos, que casi siempre se dirigen hacia el desenlace sin mayores digresiones, como recomienda el ideal decimonónico plasmado en el “Decálogo del perfecto cuentista” de Horacio Quiroga.

Otro aspecto interesante que muchas veces pasa desapercibido en las reseñas sobre esta colección (y en las reseñas de libros ilustrados en general) es la oportunidad de reflexionar sobre la ilustración de textos literarios. Obviamente, no nos toca evaluar las ilustraciones en cuanto a su realización propiamente visual, pero sí cómo dialogan con los textos. En este volumen hay una única ilustración al principio de cada cuento. Da la impresión de que centrarse en un elemento o un escenario, y no en una escena completa (una mesa de cafetería con dos tazas a medio tomar justo antes de que arranque la aventura extramatrimonial narrada por Pujol e ilustrada por Silvio Daniel Kiko; una notebook en cuya pantalla se ve la forma estilizada de un ojo en el de Aguilera ilustrado por Pablo Praino), es una estrategia eficaz para no adelantar demasiado la trama, con el consecuente riesgo de espoilearla.

En otros casos, como en el de Castro, en que el cuento ya incluye elementos suficientemente disímiles como para que nos preguntemos cómo van a ensamblarse, la decisión del ilustrador Alejandro Figueroa de superponer tres momentos distintos del relato en la misma ilustración también funciona. Como excepción, Andrés Trías alcanza ese efecto al ilustrar el cuento de Laventure mediante el recurso de dibujar directamente un momento correspondiente al inicio y ya de por sí sugerente: el personaje en el diván del psicoanalista y sobre él una nube de diálogo en la que aparece corriendo desnudo.

Dos ilustraciones son particularmente ingeniosas. Por un lado, la del texto de Watkins, en la que Dante Ginevra deja ciertos detalles que cobrarán sentido en el desenlace, pero lo hace de forma tan imperceptible que no lo desentrañamos antes de tiempo. Por otro, la de Lucía Boiani para el de Riguetti, que toma el riesgo de crear una imagen que no aparece en el cuento pero dialoga con él: mientras en la sopa de letras que la protagonista recuerda que le sirvió alguna vez su abuela, ahora moribunda, se forma en la cuchara la palabra “real”, el desenlace nos lleva a cuestionar esa realidad o al menos su existencia exclusiva.

En todo caso, el estilo de las imágenes siempre es adecuado al clima del cuento, como suele pasar en los “Cuadernos de ficción”. El resto de las ilustraciones corre por cuenta de Richard Ortiz, Maco, Alejandro Rodríguez Juele, Nicolás Brondo y Nique.

Autores varios

Escriben: Gustavo Aguilera, Diego Castro, Pablo Fernández Agosto, Ibéro Laventure, Rosario Lázaro Igoa, Jorge Machado Obaldía, Patricia Pujol, Belén Riguetti, Gabriel Sosa, Federico Watkins y Alejandra Zina.

Ilustran: Pablo Praino, Alejandro Figueroa, Richard Ortiz, Andrés Trías, Maco, Nicolás Brondo, Silvio Daniel Kiko, Lucía Boiani, Alejandro Rodríguez Juele, Dante Ginevra y Nique.

Mentira. De autores varios. Montevideo, Estuario, Cuadernos de Ficción, 2020. 152 páginas.