Una discusión que suele reeditarse bajo distintas formas y en distintos momentos es si una obra artística debería abocarse simplemente a la búsqueda de la belleza, entendida como un parámetro universal o al menos universalizable, o si debe plasmar las inquietudes y los conflictos del contexto histórico en que se concibe, con lo que sería, para quienes sostienen esa postura, incluso como un agente de cambio social. Entre el esteticismo y el instrumentalismo extremos, como en todo, hay una infinita gama de grises, aunque ha de decirse que, sobre todo en América Latina, no son tiempos muy favorables al esteticismo aséptico.

María Schelotto Varela y Gladys Franco son poetas que tienen entre sí una distancia generacional de 50 años. Ambas, cada cual a su modo y desde su lugar, encaran varias cuestiones relativas a conflictos políticos y sociales del contexto histórico en que se mueven, en dos libros publicados el mismo año. Franco, en La bestia del amanecer, se centra en la búsqueda aún inconclusa de los desaparecidos durante el terrorismo de Estado, y en las marcas que fue dejando esa tragedia colectiva. En esta se entrelazan, además, otras tragedias similares, perpetradas también por quienes detentan el poder: “Rotos / los cuerpos / de tus antepasados / indios / que no valían nada / dicen / que eran indios / de porquería / o / negros / que no valían lo pagado por ellos / [...] dicen / entonces / que no valen nada / los huesos / que llevamos / transparentes / cada 20 de mayo en papeles ajados”.

La simbología de los huesos se repite a lo largo del libro. La connotación mortuoria de la imagen de una osamenta es milenaria, pero además aquí refuerza la idea de lo que el tiempo no corroe. Se habla de muertos, pero no de cadáveres frescos, recientes, sino de cuerpos sobre los que el tiempo ya ha actuado. Los huesos son lo único que persiste luego de la descomposición, y al mismo tiempo representan el dolor que los años de complicidades y encubrimientos sobre el destino de estos muertos no han podido deshacer.

Es posible, teniendo en cuenta todo lo escrito sobre este tema, que a algunos lectores pueda parecerles un poco repetido. Es muy notorio que la causa del esclarecimiento de lo ocurrido durante el terrorismo de Estado, luego de tantos años, ha desarrollado una retórica propia, tanto en sus manifestaciones políticas como artísticas. No obstante, resultan misteriosas las formas en que los sucesos y las palabras se releen con el paso del tiempo. Los años 90 –y podría decirse que la primera década de este milenio– fueron tiempos muy volcados hacia el esteticismo, y toda pretensión reivindicativa sonaba sospechosamente a un establishment cultural asociado con los valores de la izquierda sesentista, y hasta hace poco hubiera resultado muy extraño que una poeta de 25 años de edad se cuestionara si habla desde sus privilegios, o que vinculara una decepción amorosa a una postura política. Por esto, leer La bestia del amanecer con cierta contigüidad a Charlas de bar, de la joven María Schelotto Varela, genera cierta afectación de un texto a otro, como si existiera una suerte de relación de oposición complementaria.

Foto del artículo 'Hijas de su tiempo: Gladys Franco y María Schelotto Varela'

Franco parte desde un discurso generacional ya consolidado, desde una identidad colectiva que ya sufrió las consecuencias de cuestionarse el mundo en el que vivía. Schelotto, por el contrario, escribe desde la mirada de quien empieza a conocerlo y cuestionarlo. Su libro es bastante más intimista; mientras que el poemario de Franco utiliza mucho la primera persona del plural, el yo lírico de Schelotto es singular, y no es casualidad. Si bien no todos los textos son puramente “de denuncia”, en casi todos se expresan las tensiones sociales que atraviesa su generación: la dependencia establecida con las tecnologías de la comunicación, la dificultad de crear lazos en momentos tan conflictivos, en que lo personal nunca deja de ser político... No obstante, no hay aquí panfletismo, aunque sí un lenguaje liso, llano y directo que parece guardar un extraño parentesco con el del libro de Franco, quizá por el tronco común con una tradición de poesía socialmente comprometida uruguaya y latinoamericana. Pero el yo lírico de Charlas de bar no tiene certezas respecto de una reivindicación universalizable sobre el bien o sobre una sociedad “mejor”: apenas comienza a percibir que hay cosas que deberían cambiar. Por eso también se permite momentos de lúdica desconexión (muchas veces relacionadas con desconexiones literales de dispositivos tecnológicos) porque “a la diversión no le importa el playback”. Pero incluso esos momentos alimentan la pequeña llama que recorre todo el poemario, como lugar donde se guarda la belleza de las pequeñas cosas.

De algún modo, exceptuando las referencias muy millennial del libro de Schelotto, hay algo en su tonalidad emocional, en sus búsquedas personales, que hace pensar que el de Franco podría haber sido escrito por el mismo yo lírico 50 años atrás. Sería sentencioso, pretencioso y hasta cursi ponerse a analizar qué debería pasar para que las jóvenes como Schelotto no arrastren dentro de unas décadas heridas tan profundas como las que exhibe Franco. Por lo pronto, quedan ambos textos como testimonio de un tiempo y de dos generaciones... o quizá más.

Charlas de bar. De María Schelotto Varela. Montevideo, Yaugurú, 2021. 60 páginas | La bestia del amanecer. De Gladys Franco. Montevideo, Yaugurú, 2021. 48 páginas.