Esquivar el cruce con Brasil en la Copa América de fútbol resultaba casi tan importante como evitar cruzarse con los peruanos en un eventual torneo continental de poetas. Es sabido que en literatura en verso Perú es uno de los grandes de la lengua española. Es fácil encontrar en aquel país de los Andes un once ideal e imbatible en el último siglo. Desde César Vallejo hasta Mario Montalbetti.

En este 2021 la poesía uruguaya podría aspirar a cierta paridad de centenarios, jugándose por Amanda Berenguer frente a un intratable Javier Sologuren. Poeta y traductor como Amanda, el peruano fue también editor y también tuvo una legendaria máquina impresora para parir con ayuda de su pareja, como hizo Amanda en compañía de José Pedro Díaz, obras fundamentales de la lírica de su país. Sologuren fue además antólogo, crítico y experto en cultura japonesa.

Aunque su nombre resuena en el oído de los poetas como un animal lejanamente legendario, es, en verdad, escasamente leído en estas tierras. Esto no ha mejorado demasiado ni siquiera ahora, que hubiera cumplido cien años (su centenario ocurrió el 19 de enero, pero las recordaciones continúan: el 15 de julio culmina la recepción de trabajos para el congreso sobre Sologuren que organiza la Universidad de Piura). No es fácil traer desde Lima los varios tomos de su obra completa y menos aún sus libros aislados. Habría que conformarse con alguna solitaria importación de su poesía reunida, Vida continua, que desde su primera aparición, en 1965, ha tenido sucesivas ampliaciones.

Con ese curioso radar atómico para lo verdaderamente importante en términos culturales que tenía, Marcha, el semanario de Carlos Quijano, publicó una reseña de una página sobre dicho libro el mismo año de su aparición. Ya entonces se destacaba el despojamiento de Sologuren para alcanzar la profundidad. O como dirá Eduardo Milán en un artículo publicado en la mexicana Vuelta en 1991: “Su poesía es una alianza extraña entre la profundidad casi metafísica y la facilidad con que nos comunica su apariencia”.

Fue Milán, precisamente, quien incluyó a Sologuren en Las ínsulas extrañas (2002), una de las principales antologías de poesía en lengua española de la segunda mitad del siglo XX. No era Sologuren un desconocido para los poetas uruguayos. Además del citado artículo de Marcha, emergerá como parte de una muestra de siete poetas del Perú en el número 13 de la polémica revista Mundo Nuevo, de julio de 1967, dirigida por Emir Rodríguez Monegal, hoy también centenario. En 1969 Mario Benedetti lo suma a Poemas de amor hispanoamericanos, para Arca. En 1970, en el número 6 de Maldoror, también se podrán leer textos de Sologuren, en esa ocasión compartiendo campo de juego con Berenguer.

Sologuren y Berenguer se verán de nuevo en la cancha grande en varias antologías: una de las más recientes será Juegos de manos (2012), de Visor. Más allá de lo que sea justo, en ese mano a mano apenas podemos aspirar a un empate. En poesía, y más contra Perú, empardar siempre es negocio.