En términos muy simplistas, podría definirse la historia de la literatura en el mundo occidental moderno (y del arte y el pensamiento en general) como un eterno vaivén entre clasicismo y vanguardia, tradición y ruptura. De pronto surgen movimientos fermentales, novedosos, con afanosas experimentaciones y más preguntas que respuestas, muchas veces con la pretensión de echar por tierra todo lo que les precedió. Luego las formas se estandarizan, y lo que fue fresco y vital se vuelve una estructura rígida y vetusta, lo que genera como respuesta otros movimientos de ruptura. Y también existen movimientos de ruptura que implican retomar una tradición.

Dice Silvia Guerra en el prólogo a Un viento sosegado (50 sonetos), de Javier Etchevarren: “Tenemos un siglo amplio de ejercicio del verso libre, tenemos cierta extenuación del verso libre y, claro, es tema de poetas encontrar nuevas formas de escritura”. Si bien difícilmente pueda decirse que existe un movimiento generalizado hacia formas poéticas pautadas, como el soneto, y en el panorama poético actual sigue predominando el verso libre, existen algunas expresiones que hacen pensar que las formas clásicas han dejado de ser estigmatizadas como un academicismo acartonado, y que puede devolvérseles una actualidad que no tenían, como es el caso de muchas composiciones de Horacio Cavallo, por ejemplo. Es posible que la preponderancia que adquirieron las lecturas en vivo en los últimos años haya llevado al rescate de esa dimensión sonora de la poesía que implican las métricas y rimas clásicas, pero también quizá una característica del arte del siglo XXI, a diferencia del de su predecesor, sea la imposibilidad del gesto fundante de la vanguardia, en medio de una realidad mediática en la que se mezclan tiempos, lugares y estéticas y en que las distinciones entre lo culto y lo popular, lo selecto y lo masivo, se van desdibujando cada vez más con el tiempo. Si la rima se había vuelto casi un tabú propio de reunión de lectura de señoras en una comisión de fomento, en esta variopinta y ecléctica alta modernidad todo puede encajar.

Tanto Etchevarren como Fernández de Palleja en Poemas analfabetos se proponen jugar con formas asociadas a lo clásico, a lo académico: el primero, como dijimos, el soneto, y el segundo, la enciclopedia. Poemas analfabetos es una recopilación de la columna que Fernández de Palleja tuvo en la revista Lento, llamada "Diccionario de poesía". No se trata de una enciclopedia de o sobre poesía, sino de una en la que por cada entrada hay no una definición sino un poema, y se encuentran, obviamente, en estricto orden alfabético, con entradas tan diversas como “aire”, “ciudad”, “erudición”, “karma”, “orgasmo” o “Uruguay”. Al igual que en el caso de Etchevarren, la idea que aúna los textos es una forma, y da la impresión de que ambos la exploraron en forma temáticamente exhaustiva, como si hubieran querido decir absolutamente todo a partir de ella, con la limitación de que alguna vez hay que ponerle el punto final al libro. Hay momentos de gran intimismo y en ocasiones quizá algo de desnudez o sinceridad, hay evocaciones de otras obras, de momentos históricos, de grandes narrativas, y también pequeños momentos lúdicos, con ciertas dosis de humor muchas veces metalingüístico.

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En ambos casos, además, se trata de géneros relacionados con la cultura letrada: al contrario de otras formas, como la décima o el romance, surgidas de la canción popular y diseñadas para la transmisión oral, el soneto es hijo de la literatura amanuense previa a la imprenta, conservada por esforzados copistas, y es ideal para transmitir un concepto en una sola página. La enciclopedia está ligada también, desde la antigüedad, a las posibilidades de acumular conocimiento que generó la escritura, sin contar la revitalización que tuvo con la imprenta y el iluminismo.

Escribir partiendo de una forma y no de un concepto conlleva sus riesgos específicos, igual que quedarse en el concepto sin la forma. En estos casos, no se trata de que se haya caído en floripondios culteranos: la lectura es ágil, el lenguaje es sencillo pero no simplón, y no hay una erudición críptica como podría esperarse. Pero no siempre parece estar justificada la elección; no necesariamente parece que hubiera otra excusa para darle a la idea cierta forma (soneto o entrada enciclopédica) más que el propio hecho de que el autor se la haya propuesto como objetivo. No obstante, quizá el escribir desde un objetivo ya sea de por sí un mérito, considerando que muchas veces la idea de la poesía (coloquialmente, pero también en espacios más específicos, por desgracia) suele canalizarse hacia su lado más llanamente expresivo o autorreferencial. Es cierto que a veces es posible irse hacia el otro extremo, y en algunos casos podría hacer falta un poco de densidad emotiva, sobre todo en los textos que se refieren a tópicos muy cargados (el amor, la ausencia, la nostalgia). En todo caso, la literatura también está hecha de ejercicios, y nunca está de más ejercitarse.

Un viento sosegado. 50 sonetos. De Javier Etchevarren. Montevideo, Yaugurú, 2021. 80 páginas. Poemas analfabetos. De Fernández de Palleja. Montevideo, Civiles Iletrados, 2020. 84 páginas.