Es una obviedad pornográfica que la política atraviesa cualquier actividad humana que implique la toma de decisiones sobre la distribución de recursos, la reivindicación de derechos, la lucha por abolir una opresión y un largo y no menos importante etcétera. Hasta en la reunión más tradicional de copropietarios de un edificio, en la que la señora del quinto discute con el muchacho del tercero sobre el costo de los gastos comunes, la humedad del pasillo y el devenir del portero, hay política, y en ella se trasluce una ideología, una forma de ver y entender el mundo.

Esa obviedad es tan explícita que a algunos les gusta negarla, tapándola con un sobre negro, como a aquellas revistas. Así las cosas, cada vez más asistimos a una tara en el discurso público –en las redes, ¿dónde más?–, que busca desacreditar la política y siempre viene armada con la frase “están politizando” equis actividad. Incluso hay quienes van más allá y dicen que tal o cual quehacer y la política “no se mezclan”, como si fueran vino y sandía, agua y aceite.

Es por esto que la publicación en plataformas digitales del disco Textos políticos. 20 años de compromiso (1980), de Alfredo Zitarrosa, resulta un acontecimiento trascendente, más allá de sus virtudes artísticas intrínsecas, porque nos recuerda con una patada en el pecho que el arte y la política pueden ir de la mano si alguien se lo propone con seriedad y cabeza. Pero, claro, estamos hablando del cantautor uruguayo por antonomasia; son pocos los artistas que pueden encarar un proyecto de este tipo sin ser lineales, obvios y propagandísticos; el panfleto suele ser más hijo de las deficiencias artísticas que de las virtudes políticas.

Textos políticos es un álbum que Zitarrosa parió en su exilio en México, editado en aquel país en 1980 y recién publicado en Uruguay en 2004 –en CD, con algunas variaciones en el repertorio– por el sello Ayuí. Esta última edición es la que acaba de ver la luz en plataformas digitales –Spotify, Amazon, Youtube y afines–, en el marco del importante trabajo de curaduría y difusión de la obra del cantautor que viene realizando el Archivo Zitarrosa.

El disco consta de diez canciones, ordenadas por el autor, correlativamente, con “el interés de revelar cuál ha sido y cómo se produjo el desarrollo de una determinada convicción (o conciencia) política en un contexto social concreto, el Uruguay de los últimos 20 años”, escribió Zitarrosa en un extenso librillo que traía el LP original y que está disponible por completo en la web del archivo (zitarrosa.org).

En el texto original el cantautor se despachaba con su escritura, desglosando canción por canción, para “explicitar la relación dialéctica” entre ellas y “la realidad que les dio origen”. Además, decía que si “política” es “propuesta y conducción”, estos textos y canciones “deben considerarse una recopilación de fracasos”. En cambio, si fuese “participación y compromiso”, entonces “han cumplido su papel en el quehacer y la lucha consecuente de los trabajadores organizados, incluidos nosotros los que cantamos”.

Yo y mi circunstancia

En el disco hay varias canciones que eran inéditas y también versiones con algunos cambios de letra. Un gran ejemplo de estas últimas es “Chamarrita de los milicos”, que, según comentó Zitarrosa en el texto del disco, “fue escrita de un tirón en la mesa de un bar de Bulevar Artigas y 18 de Julio, el 27 de enero de 1970”: “Ese día había nacido mi hija Carla Moriana y yo sentía que le estaba escribiendo al que no pudo ser su abuelo, mi padre adoptivo, Carlos Durán, quien siendo hijo de coronel ‘colorado’ había terminado de ‘milico’ en los años 40”.

Además de que es una chamarrita pura, y fácilmente se podría bailar –ahí está la calidad artística, que también implica goce estético–, en cada estrofa hay un par de versos que tiran verdades sobre el quehacer militar y dejan mucha tela para cortar (“aunque salga a hacer mandados, / un milico es un soldado”; “los milicos no son bobos, aunque sirvan para todo”; “cuando pasa el presidente, / los milicos ya no son gente”). A la versión de Textos políticos, que fue grabada en México en 1977, cuando en Uruguay la dictadura marchaba a toda máquina, Zitarrosa le agregó: “Hay milicos como hormigas, / pero todos no son Artigas”.

“Mire, amigo, no venga / con esas cosas de las custiones, / yo no le entiendo mucho, / discúlpeme, soy medio bagual. / Pero eso sí le digo, / no me interesan las elesiones; / los que no tienen plata / van de alpargatas: / todo sigue igual”, dice la primera estrofa de “Mire, amigo”, la que abre el disco, con aires anarquistas, compuesta en 1960 –las canciones siguen el orden cronológico–. En el texto que la acompaña, Zitarrosa consigna que si bien desde los albores de la vida institucional de Uruguay la lucha por el poder se dio entre los dos partidos tradicionales, “en la tenencia de tierras y negocios el verdadero poder fue compartido siempre”.

1962 avanza marcado por la “Milonga cañera” y casi todo lo acontecido hasta fines de los 60 atraviesa la polca “No se puede”, que “intenta formular por el eufemismo el imperativo de unidad necesaria, en 1968”. Después pasa por la “Chamarrita de los milicos”, para cerrar el primer lado del vinilo original con “Milonga de contrapunto” (1971), una canción clave del disco. Se trata de una larga diatriba (11 minutos) enfocada en el gobierno de Jorge Pacheco Areco –mencionado en forma explícita, nada de eufemismos–, en la que Zitarrosa hace el contrapunto con Hilario Pérez (guitarra y voz). Algunos de los versos, que estrictamente son referencias históricas, hoy quedan sólo como eso, pero hay otros tantos que resultan tan inmortales como la voz que los emite: “Hay una cosa evidente / y hay que decirlo también: / que el que manda sabe bien / cómo engañar a la gente”.

“Diez décimas de autocrítica” y la inconmensurable “La canción quiere”, ambas de 1972, están marcadas por las turbulencias que ya adelantaban la podredumbre institucional que desembocaría en el golpe de Estado el 27 de junio de 1973, año para el que en este disco está “Adagio a mi país” en una versión grabada en vivo en el Auditorio Nacional de Ciudad de México en 1977 (en aquel 1980 Zitarrosa decía que esa “tal vez” era la “más conocida” de sus canciones políticas).

El viaje por el compromiso político del cantautor con su tiempo, su contexto y sus compatriotas de a pie termina con “Desde el exilio”, de 1980, un recitado sobre guitarra en el que Zitarrosa traza un hilo narrativo de sus circunstancias hasta esa fecha. Al igual que en “Guitarra negra”, su pieza política por excelencia, lanza cada verso con una autoridad apabullante, haciendo sonar verdaderos incluso aquellos en los que se tira para abajo: “No hemos triunfado, es cierto. Yo triunfé mucho menos; / como cantor no he sido más que un hombre famoso, / discográfico, turbio en el error, un trueno / mal afinado, a veces un trueno estrepitoso”.