Con el premio mayor de la edición, la universalmente codiciada Palma de Oro, para el film Titane (Titanio), de la realizadora francesa Julia Ducournau, otorgado el sábado en la ceremonia de clausura, se cerró el más extraño, accidentado y agotador festival de cine de las últimas décadas (al menos, para la prensa acreditada).
Desde mayo de 1968, cuando la agitación estudiantil y obrera llegó al festival de Cannes a través de los jóvenes directores de cine, hoy consagrados, que decidieron plegarse a la huelga, suspendiendo las funciones a fuerza de colgarse de las cortinas de la pantalla y forzando su cancelación, no ha habido otra edición más tensa que esta. Con todo, la gran fiesta del cine mundial pudo desarrollarse y finalizar, algo que no estaba claro cuando empezaron a correr los rumores de equipos enteros de películas en cuarentena en sus hoteles o cancelaciones de estrellas, tan necesarias en una alfombra roja que Hollywood ya abandonó hace tres años en beneficio del Lido de Venecia.
De entre estas ausencias, la más gravosa para el certamen fue –sin duda- la de Léa Seydoux, dado que formaba parte de cinco películas de la sección oficial. Desde el primer día la tensión pandémica se apoderó de la Croisette, con pruebas de antígenos cada dos días para todos los acreditados que no presentasen la vacunación europea completa. Lo cierto es que, según cifras oficiales, sólo hubo 70 casos positivos en un total de casi 30.000 acreditados al festival. La cifra, habiéndose tomado las medidas pertinentes de aislamiento –y vigilancia-, no parecía ser muy preocupante para los organizadores.
La plaqueta asesina
Ducournau es la segunda directora mujer en recibir la Palma de Oro en toda la historia del festival (la primera fue Jane Campion, en 1993, por La lección de piano, pero fue un premio compartido). La cineasta, de 37 años, era la más joven de los que aspiraban a la palma este año, y, visiblemente emocionada, recibió el galardón de manos de Sharon Stone. “Desde pequeña, cuando veía la ceremonia de clausura de Cannes, pensaba que los films que eran Palma de Oro eran films perfectos. Mi película no es perfecta, lo sé, hay quienes dicen incluso que es monstruosa. Gracias por dejar entrar a los monstruos”, dijo Ducournau sobre su película Titanio.
Cannes envía así una fuerte señal aperturista al otorgar el premio máximo a una película transgresora, compleja y que deja además una huella indeleble de feminismo. Era también el film más trash y más abiertamente violento de la competencia. Absolutamente empecinada en su radicalidad no realista, de esas películas que no hay que buscar entender sino sentir, Titanio es provocadora, visceral y también brillante al mezclar un humor negrísimo con la emoción que navega en aguas del terror psicosomático.
La película empieza con un accidente automovilístico al cual su protagonista, Alexia, sobrevive gracias a la colocación de una placa de titanio en su cerebro que le deja una cicatriz que será visible el resto de su vida. Años después, Alexia asesina con una pinza de pelo a hombres o a mujeres que la desean y tiene relaciones sexuales con autos (también con seres humanos y algún camión) mientras persigue, feroz, una nueva identidad. Homenaje al oscuro universo de Crash, de David Cronenberg, con algo del Brian de Palma de Carrie, y mucho del mejor Quentin Tarantino, Titanio se erige como una obra mayor, que reinventa –y recompone- el género como cine mutante.
El resto del palmarès
El gran premio del jurado fue ex-æquo para Un héroe y para Compartimiento nº6, quizás la gran sorpresa (ciertamente negativa) de este palmarés. Se trata del segundo premio en prestigio del festival y se lo llevaron, entonces, el iraní Asghar Farhadi y el finlandés Juho Kuosmanen. Este último ya había ganado en 2016 el Premio de la sección Un Certain Regard con la olvidable El día más feliz en la vida de Olli Maki.
Compartimiento nº6 es una coproducción entre Finlandia y Rusia. Por eso, el argumento (un viaje en tren entre Moscú y Múrmansk, al norte del círculo polar, y el improbable enamoramiento de la pareja de pasajeros que lo ocupa) despierta bastante suspicacia. La naturaleza de esa relación, en la que una mujer finlandesa lesbiana cae finalmente seducida por un minero ruso machote y acosador, parecería diseñado por el aparato propagandístico de ese Vladimir Putin homófobo a quien todos conocemos bien.
Farhadi ha alcanzado el que es hasta ahora su galardón de mayor perfil en sus participaciones en Cannes. Ya tenía un premio a mejor guion por El viajante (2016). Un héroe se desarrolla a partir de la historia de un hombre que busca no volver a la cárcel por una deuda. Su invención de una trama por la cual él habría devuelto una bolsa llena de monedas de oro de una manera desinteresada parece remitir a la picaresca de las comedias amargas con guion de Rafael Azcona y también a la commedia all’italiana de Mario Monicelli. Habla de una sociedad iraní sumida en la desconfianza y la manipulación, en la que finalmente Farhadi impone un conflicto moral, que es la fuente de toda su obra dramática.
El premio del jurado, también compartido, para La rodilla de Ahed y Memoria, es la reafirmación en este festival del tailandés Apichatpong Weerasethakul luego de su Palma de Oro en 2010 por Uncle Bonnmee.
El director, después de su proyección de Memoria, el jueves, recibió una ovación durante 15 minutos con su característico estupor zen. Aunque buena parte de la crítica haya quedado un tanto desconcertada ante esta película sobre una “mujer antena” –Tilda Swinton– que, a partir de unos extraños ruidos que sólo ella oye, un golpeteo de sonidos graves que la despiertan, descubre que se comunica con otra dimensión. En el tono moroso que lo caracteriza, Weerasethakul declaró al recibir el premio: “En este período extraño el cine nos ha acercado. Quiero enviar vibraciones de esperanza”.
El israelí Nadav Lapid, de quien ya hemos hablado, entró en Cannes con fuerza con el premio para La rodilla de Ahed, un film incendiario y rabioso contra el régimen político de su país y, más específicamente, contra la política de exclusión –cuando no de aniquilación– de la población palestina. Su historia sobre un cineasta –sabemos de él que de joven participó en la invasión de Líbano– y su viaje a una aldea remota donde se espera su intervención en un debate cultural pone en primer plano cómo esa teocracia que gobierna el país impone su censura incluso en el más despoblado confín. La imprecación de Lapid –por medio de un personaje que tiene mucho de álter ego– toma dimensiones casi bíblicas en el acto de venganza o de respuesta cargada de simbolismo como reacción a ese sistema de control de un país que ha vivido 15 años bajo la asfixia amoral que marcó los gobiernos del recién depuesto primer ministro Benjamin Netanyahu.
El premio a mejor dirección fue para Léos Carax por su soporífero y extravagante musical Annette, film de apertura de esta edición, protagonizado por Adam Driver, Marion Cotillard y una especie de marioneta que encarna a la Annette del título y que denuncia los vicios del star system hollywoodense y la explotación de los niños estrella. La película fue coescrita y musicalizada por el grupo estadounidense Sparks.
La japonesa Drive my Car, de Ryusuke Hamaguchi, se tuvo que conformar con el premio al mejor guion. Muy poca cosa para sus méritos: en sus tres horas, que transitan por el peso de la muerte de los seres queridos y por una necrofilia emocional que se va desvelando en un crescendo formidable, está el mejor cine de todo el visionado en Cannes 2021. Basada en una novela de Haruki Murakami, recibió, no en vano, el casi siempre muy revelador premio del jurado Fipresci (la crítica internacional).
Lo mejor de la ceremonia: Spike Lee
El presidente del jurado oficial de la 74ª edición, Spike Lee, se presentó en la gala con uno de sus llamativos atuendos, como si ya anunciara algún tipo de espectáculo unipersonal. Lo cierto es que Lee fue el causante del gran desconcierto que marcó la ceremonia del sábado, al anunciar por error la Palma de Oro ni bien comenzaba la gala.
Normalmente, el momento del anuncio del premio mayor debe llegar justo al final, cuando la tensión del público y los cineastas se encuentra en el punto más alto. Cuando la maestra de ceremonias anunció el premio a la mejor interpretación masculina, se dirigió a Spike Lee para preguntarle: “Señor presidente, ¿tiene usted el primer premio?”, en alusión al primer premio en anunciarse. Lee respondió en inglés “Sí, lo tengo” y, acto seguido, comunicó: “La Palma de Oro es para...” mientras el resto de los miembros del jurado le gritaban para advertirle de su error y hacían lo posible para que entendiera que aún no era el momento. Todo fue inútil. Hasta los esfuerzos de la maestra de ceremonias por disimular. Lee ya había pronunciado, sin pausa ni intriga, el vocablo “Titane” después de anunciarla como Palma de Oro, y prácticamente la totalidad del auditorio lo captó rápidamente. Incluso la directora del film ganador, Julia Ducournau, quien luego contó que no lo creyó inmediatamente: “Fue realmente muy raro. Yo lo escuché. Luego hubo un momento borroso en que pensé que me había vuelto loca”.
Lee arguyó más tarde que había sido una jornada muy larga de deliberación –y la prueba es la cantidad de premios que han otorgado, dos de ellos ex aequo–, después de dos semanas en las que tuvieron que ver 24 películas. Y pidió disculpas. Algunos medios publicaron el premio una hora antes de que finalizara la ceremonia. El video donde se ve a Spike Lee declarando precozmente el premio a Titanio tuvo más de 15.000 reproducciones de modo casi inmediato. Y es antológico el despropósito de la situación: los miembros del jurado atónitos, Matti Diop que no se lo cree, se lleva las manos a la cara y ya no levanta la vista, Jessica Hausner intentando detenerlo con el brazo, Maggie Gyllenhaal que se incorpora desesperada, las risas en el sofá blanco del jurado, casi carcajadas, mezcla de pánico y estupor. El daño estaba hecho, pero tuvo su gracia. “Festival accidentado y tenso hasta el final no deja de ser un gran festival”, dirá el proverbio.
Alejandra Trelles, desde Cannes.