De todas las bandas que nacieron –y murieron– en la generación del rock uruguayo posdictadura (1985-1989), Los Estómagos es la que quedó con un halo más grande de leyenda, culto y demás palabras rimbombantes, quizás porque fue la más oscura y pospunk de toda esa camada. Más allá de cualquier subjetividad, esto se puede comprobar con algo bien palpable: los discos que homenajean al grupo comandado por Gustavo Parodi, Fabián Hueso Hernández y Gabriel Peluffo en un país en el que no abundan este tipo de álbumes.

En 1996 el extinto sello Orfeo publicó Extrañas visiones, un CD con 14 versiones de canciones de Los Estómagos grabadas por un abanico de exponentes del rock nacional bien heterogéneo, como La Tabaré, La Trampa, El Peyote Asesino, Claudio Taddei, Chopper, Buenos Muchachos y The Supersónicos, pero también de otros palos, como Kongo Bongo y nada menos que Eduardo Darnauchans (con una versión muy a su estilo de “Ídolos”). El disco no está mal, pero tiene algunas fallas, como la calidad de sonido de las grabaciones, que no es óptima, además de una desprolijidad conceptual: tiene canciones repetidas (dos versiones de “En la noche” y otro par de “Solo”).

25 años después, para demostrar que la influencia y el halo de culto de la banda siguen intactos, Little Butterfly Records y Bizarro Records acaban de publicar en plataformas digitales el álbum Solo en busca de un lugar, otro disco homenaje a Los Estómagos. Pero, por supuesto, con versiones interpretadas por otras bandas y sin ninguna canción repetida (en un total de 15).

No lo vamos a descubrir ahora: la gracia de versionar una canción radica en buscarle la vuelta para que musicalmente no suene igual a la original –porque, de lo contrario, sería un cover, eso que hacen las bandas que se dedican a homenajear a otros grupos a tiempo completo–. Las formas de hacerlo son casi infinitas, desde cambiarle el género hasta tomar un detalle –como una intención rítmica que apenas se desliza en la original– y hacerlo pasar al frente, exagerándolo. Cuando no se le busca la vuelta, sucede lo mismo que con aquella remake de Psycho (Alfred Hitchcock, 1960) que hizo Gus Van Sant en 1998, que era una copia casi idéntica, plano por plano, de la original, sólo que a color –y con actores más bobones–. Para eso, escuchamos la canción original y a otra cosa.

Como buenos ejemplos, en Extrañas visiones teníamos la versión más luminosa y más funk –con vientos y todo– de “En la noche” –la original ya tenía flor de guitarra funky en los versos–, a cargo de Claudio Taddei, que la hizo suya desde que cantó la primera palabra, la versión reggae candombeada de “Fuera de control” por Kongo Bongo y la ya mencionada “Ídolos” de Darnauchans, con la tos como un “arreglo” de color rítmico.

En este nuevo homenaje nos topamos con una versión de “Fuera de control” de HA dúo (Hugo Fattoruso y Albana Barrocas) que mantiene el pulso bailable de la original, pero está impregnada por la atmósfera pos Opa típica del grupo, con la voz de Barrocas distorsionada, artificial y robótica, y con los sintetizadores espaciales de Fattoruso. El resultado es un distópico cibercandombe que parece que se desarma y arma al mismo tiempo, según dónde uno ponga el oído.

Cabe recordar que Peluffo era muy joven cuando empezó con Los Estómagos: apenas tenía 20 en el primer álbum de la banda, Tango que me hiciste mal (1985), por eso todavía no había encontrado su voz, y por momentos la impostaba, dotándola de una afectación cercana a cantantes como Sandro –algo que con Buitres, ya maduro, abandonó, para darle paso a su voz natural–. Un ejemplo paradigmático de ese enfoque vocal está en “Frío oscuro”, a la que en este disco Rey Toro le pasó por arriba con su tren descarrilado metalero y suena como si la canción hubiera estado más de 30 años esperando por ser tocada de esa forma, agresiva, visceral y arrasadora.

“He tomado mucho otra vez, / mis ojos se cierran, ya no ven, / cuadros que se mueven en la pared, / queda ya muy poco de lucidez”, canta Maxi Angelieri, de Exilio Psíquico, al que la atmósfera triste de “En ningún lugar” le calza justo, así como la voz de Romina Peluffo, quien luego se suma para darle un poco de luz. “¿Quién soy yo? / Me transformo. / ¿Dónde estoy? En ningún lugar”. Entre otras versiones del disco que se dejan escuchar están “Una ola”, por Niña Lobo, “Errantes”, a cargo de La Sangre de Verónika, y “No sé, por qué, por quién”, en manos de La Vela Puerca.

Quizás las canciones que menos ganan en este compilado son dos himnos que ya van por sus terceras versiones, porque son las que en el homenaje anterior se repetían, ambas del disco La ley es otra (1986). Los españoles de Seguridad Social junto con El Gavilán y Esteban Hirschfeld (tecladista original de Los Mockers) se encargan de “Solo”, en una versión que es casi idéntica a la original, tanto musicalmente –con los coros y todo– como por su sonido –la distorsión de la guitarra de la introducción se podría confundir perfectamente con la de Los Estómagos–. En tanto, la versión de “En la noche” de Hablan por la Espalda es técnicamente impecable, pero también bastante similar a la original –tiene un arreglo de guitarra eléctrica punteado que le da otro color, eso sí–.

El disco lo cierra La Tabaré con una versión de “Invierno”, que empieza siguiendo en forma fiel el arpegio de la original, pero luego suma una bola instrumental antes del break seudotanguero, que le da mucho más vuelo. Casualidad o no, este álbum finaliza con la misma banda que empezó Extrañas visiones, ya que aquel disco arrancaba con La Tabaré poniendo toda la bronca a merced de “Hijos del imperio”, una de las mejores canciones de Los Estómagos, que en este nuevo homenaje no tiene ninguna versión pero, palabras más, palabras menos, sigue estando vigente.

Solo en busca de un lugar. De varios artistas. Little Butterfly Records / Bizarro, 2021. En plataformas digitales.