Querido en una relación directamente proporcional a su generosidad y calidad humana, Gustavo Tato Martínez concitaba unanimidades en la percepción de su compromiso con el arte, su solidaridad, su creatividad, su libertad y, en palabras del poeta andaluz Antonio Machado, el convencimiento de que sin dudas era, “en el buen sentido de la palabra, bueno”.

Cuando este martes se conoció la noticia de su fallecimiento, las expresiones de dolor iban, sin excepción, acompañadas de testimonios luminosos de su paso por la vida como docente, como compañero, como militante del arte y social, y de la convicción de que es enorme el legado que deja.

El músico Rubén Olivera, que trabajó con los Gira-Sol en dos espectáculos, lo recuerda de este modo: “A Tato y Quela –porque eso es lo interesante: es Tato y Quela, casi que se puede escribir todo junto, hay una simbiosis ahí– los conocí a fines de los 70, comienzos de los 80 en la generación de resistencia a la dictadura, en donde había muchos músicos, muchos teatreros y no tantos titiriteros. Tato provenía de un estrato barrial más rioba que nosotros, que éramos más clase media; eso se notaba como impronta. Siempre lo notorio era lo apasionado, lo retórico y una perspectiva de clase y anarca. Y, como ocurre con los titiriteros, una relación entre cabeza y manualidad, entre pensar guiones de obras y la realización de los materiales y los títeres. El recuerdo que quedará de ese flaco alto y energético que se reía a las carcajadas y que estaba siempre tirando pequeños símbolos, señales y comentarios en relación a sostener lo importante: estaba siempre contando pequeñas historias o anécdotas de esas que no son significativas o grandilocuentes pero que están ahí, en el sostenimiento de una ética de la labor”.

La ternura anda suelta

En 1976, año particularmente oscuro para los rioplatenses, fundó, a sus 18 años, Títeres Gira-Sol, que recogía la tradición itinerante y popular del arte titiritero. En esas instancias iniciales lo integraban también Walter Grasso, Sara Genta y Raúl González; su compañera de arte y de vida Raquel Quela Ditchekenian se incorporaría dos años después.

“Casi todos los titiriteros se van a declarar autodidactas. No hay escuelas. Estaba la de El Galpón, pero cuando nosotros llegamos los militares la habían cerrado. En mi caso, llego en función de la dictadura. Gurí de barrio, reprimido por todos lados, un día me cae un libro de la guerra civil española, aparece el teatro La Tarumba, de Federico García Lorca, que en realidad era un teatro de trinchera porque no podían ir con su elenco a los frentes de batalla. Construimos un carrito de dos ruedas, lo pintamos de rojo y negro y salimos a la calle con una obra [Don Sol] que se trataba de un sol que bajaba a la Tierra y lo metían en una jaula para rematarlo. Así empecé, en 1976. A golpe de bastón y de corridas”, contaba en 2010 a la revista Planetario, cuando se disponían a estrenar Cata en el teatro Solís en las vacaciones de invierno.

“Ahí nació Don Sol, que también tenía que ver con La Soberana: le pusimos ese nombre por unos versos de la murga que decían: ‘Sol de los libres, / nunca se esconda / y con verdades / siempre responda’. Como nos prohibieron el nombre, porque en aquel momento algunas palabras se hacían sospechosas de doble sentido –‘sol’, ‘paloma’, etcétera–, le pusimos Gira-Sol, pero por la puerta del costado cantábamos una canción que se llama ‘Girasol’ y cuyo autor es Víctor Jara, así que le buscábamos la vuelta. Y bueno, en ese entonces y siempre, cuando me preguntan cuál es mi objetivo digo: ‘Desentonar lo más vívidamente posible de esta realidad’”, le contaba a la diaria en 2016, cuando Gira-Sol cumplía 40 años y lo celebraba con la obra La ternura anda suelta en el auditorio Nelly Goitiño.

Sobre la semilla que la originaría, el año pasado, en una entrevista por los 45 años de la compañía, le dijo a Guillermo Lamolle, para Brecha: “En la esquina de casa había un boliche de un gallego republicano, al que iban, por ejemplo, los de los frigoríficos con las valijas de carne que repartían. Se armaban filas de mujeres con niños, para los que estaban en cana o enfermos, y esos tipos a mí me daban libros. Yo leía mucho o me quedaba en la esquina escuchando sus discusiones. El primer héroe, en el barrio, era Buenaventura Durruti; al Che yo lo conocí mucho después. Y, bueno, por el 73, 74, en un colegio de monjas que permitía que el barrio se integrara, habíamos empezado a hacer obras de teatro y armamos un grupo llamado Grupo Nativista Pa’ Todos”.

Un largo camino

El trayecto de Gira-Sol era la búsqueda de un teatro popular, de resistencia, habitado por la poesía, que se nutrió de investigar para buscarle los secretos y las maneras de decir a un arte milenario y fascinante. A falta de escuelas, fue una búsqueda constante y fecunda que se alimentó tanto de lecturas en libros encontrados en Tristán Narvaja, y de la investigación basada en el ensayo y el error, como del vínculo fraterno con otros titiriteros. Aunque la formación autodidacta fue la tónica, también fueron importantes los talleres en el Instituto Superior de la Marioneta en Charleville Mezières (Francia), en Trujillo (Perú), y en Sevilla con Peter Schumann, de Bread and Puppets.

Su trayectoria siempre estuvo íntimamente ligada al compromiso social. “Y un día, de repente, de la boca de un cabezudo de carnaval salen los títeres de Barrio Sur o Medio Mundo. Y en 1983 sale otro cabezudo de donde salían las cabezas de los políticos de turno. Ahí estaba el Tato metido en la murga La Reina de la Teja. Tengo en mi recuerdo la cabeza del títere de [Jorge] Pacheco Areco volando por los aires en el estadio Centenario. El tierno títere pequeñito del voto en blanco diciendo ‘¿Ustedes me van ayudar a crecer?’. Militancia y solidaridad”, recuerda en Facebook el actor Ismael Moreno, que reside en Madrid.

A Tato lo caracterizaban la libertad y la autenticidad de su propuesta artística, en idéntica proporción que la ternura y la conexión inmediata con los niños, que eran su público en un buen número de obras. Una sensibilidad que anidaba en una mirada que sabía estar a la altura de los más chicos. Con respecto a ese vínculo cercano entre la infancia y el retablo, comentaba a Planetario: “El títere tiene una condición que en el niño se da de una manera que se nota más: es una de las artes que ocurren en la imaginación del espectador. A diferencia del teatro de actores, donde el público brinda su voluntad para que el actor decida por él, el títere no tiene pies de verdad, no tiene ojos de verdad, entonces tiene ese poder de generar en la imaginación del espectador lo que está ocurriendo. Hay un juego de cocreación. [...] Por lo tanto, hay un momento de apertura en que es lo más normal ver cómo los niños participan con los títeres; nadie les tiene que pedir que hablen, ellos solos se ponen a conversar”.

En más de cuatro décadas, son numerosas tanto las obras como las colaboraciones con artistas diversos: Todos los piratas y Los cuernos de don Friolera, con la dirección de Marcelino Duffau; Circo de sueños, Bajo la tela, El carozo y Extrañas compañías, junto a Mauricio Ubal y Rubén Olivera; Será imposible, La rueda gigante y La música al poder, con Mariana Ingold y Osvaldo Fattoruso; Adivina y Avenida Bandoneón, con Joven Tango; La magia anda suelta, Misterio buffo, Vilu, Queguay, Cultivo una rosa blanca, Ojalalaolla, Ven/Seremos, Ambrosio, el campanero de la Matriz, Cata, Alias Simón Rondán, la historia no oficial de Martín Aquino, La ternura anda suelta, Pedro y el lobo, con la Filarmónica de Montevideo, y, como manipuladores, en El cascanueces del Ballet del Sodre.

Pero aunque la lista es larga –también lo es la de premios–, la inquietud de Tato y de Gira-Sol no se limitaba a lo que ocurre sobre los escenarios, sino que fue un incansable militante del teatro de títeres, del rescate de su historia, y participó en la Unión Internacional de la Marioneta, además de impulsar y de estar al frente del Museo Vivo del Títere, en Maldonado, surgido por iniciativa de Irma Abirad, que fue titiritera en los años 40, crítica teatral y docente, y quería compartir el material que había ido acumulando durante su carrera. En ese ámbito, entre otras cosas, publicaron el libro Teatro en el aula con el objetivo de brindar una herramienta para trabajar con los niños en las escuelas.

“Estuvimos 13 años dedicándonos al teatro de calle, a la búsqueda de un teatro popular. Incluso, para la primera obra de adultos que hicimos, convivimos con la gente de barrio Ansina para rescatar el sentimiento. Lo que nos interesaba no era salir a dar manija sino que la gente se emocionara. Tomamos como elemento plástico el cabezudo y lo transformamos en un teatro de títeres. De esa manera iban contando lo que era el desarraigo del niño, del viejo, del perro”, recordaba en diálogo con Planetario. “Son como mil vidas diferentes, pensando en cómo surgimos, las situaciones que vivimos, cómo salimos de ellas, y el recorrido hecho hasta hoy”, resumía en aquella charla con la diaria.

Jugando con la vieja consigna, acostumbraba saludar “¡Arriba los que aman!”, y es amor lo que inunda este día, en medio de una tristeza profunda por una pérdida temprana y gigante.