Elegida entre los 899 manuscritos presentados al premio Alfaguara, la semana pasada la primera novela de ficción de Cristian Alarcón, El tercer paraíso, se convirtió en la obra ganadora. Su escritura le permitió al periodista chileno-argentino transitar el encierro que trajo la pandemia y salir de su “zona de confort” hacia otro lugar en el que explora su relación con la botánica, los vínculos familiares y las mujeres de su vida.

Su nombre está asociado al periodismo narrativo desde que decidió, como joven reportero, que la crónica roja era, ante todo, crónica, y viajó al interior argentino para desarrollar una nueva forma de contar, marcada por el apuro que requiere una primicia pero sin perder el tono literario. “Me quedé muy cómodo en la redacción. Yo disfruté y reivindiqué la velocidad de la noticia y de la escritura narrativa, no en el lugar de la crónica canónica clásica de América Latina, que pregona que siempre es necesario muchísimo tiempo para poder producir un texto trascendente, sino todo lo contrario: hacerlo con el tiempo que te da una redacción de diario”, asegura.

De esa experiencia salieron libros de no ficción como Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, Si me querés, quereme transa y Un mar de castillos peronistas. Sobre el primero, Alarcón señala: “Me llevó a hablar de pibes chorros cuando no existía casi la categoría. La etnografía y la sociología no habían entrado en las villas, no había trabajo de campo sobre eso, y fue un libro que me inscribió no solamente en el periodismo, sino en la literatura y la crónica, y atravesó las fronteras”.

Fundó dos medios, Cosecha Roja y la revista Anfibia, en momentos diferentes, pero ambos desde la necesidad de expresar lo que no se podía hacer en otro lado. Para que naciera Cosecha recorrió América Latina dando cursos de la mano de la Fundación Gabo hasta entender que los periodistas judiciales de la región necesitaban desarrollar otro tipo de relato. El surgimiento de Anfibia se debe a una pregunta de la Universidad de San Martín: ¿qué necesita el periodismo ahora? “Una revista de crónicas” fue la respuesta.

En diciembre Alarcón estuvo en Uruguay para para presentar su trabajo en la Conferencia Latinoamericana de Periodismo de Investigación. Como si presintiera el resultado del premio Alfaguara, quiso conversar sobre su novela, además de compartir sus impresiones sobre el rol actual de los medios de comunicación, las crisis de los modelos de negocio y el vínculo entre comunidad, activismo y periodismo.

“Quiero contarte del proceso personal en el que estoy, en el que sigo navegando el agua tormentosa del periodismo, interesado en esos temas, pero al mismo tiempo es un tiempo muy especial el de la pandemia, en el que pude por primera vez, después de diez años de gestionar medios y de interrumpir la publicación de mis libros, volver a la escritura”. Así comenzó la charla en el jardín del Museo Nacional de Artes Visuales, que deseaba conocer.

Alarcón se encerró en su casa en las afueras de Buenos Aires para escribir lo que en principio pensó que iba a ser una crónica y resultó su más reciente publicación. El trabajo estaba sin terminar porque no lo podía cerrar, pero tras un pasaje por un “covid salvaje” (“una cepa brasileña que me volteó y doblegó durante un mes entero”), decidió volver a su pueblo natal, en el sur de Chile. “Crucé milagrosamente la frontera por tierra y me encerré, primero en mi pueblo y después en una cabaña en el medio de la montaña en el sur, y logré terminar esta novela familiar que es como un salto de desapego de la no ficción, que es el lugar en el que siempre me sentí confortable”.

El tercer paraíso es, según su autor, “una novela de autoficción”. “Está basada en la historia de las mujeres de mi familia desde la década del 40 hasta los 80 y, por otro lado, en mi propia experiencia botánica, en la creación de un jardín, en principio de dalias, pero que fue mutando en homenaje a mi abuela y es toda una exploración sobre una nueva frontera para mí, después de haber escrito sobre narcos, chorros, policías malos, corruptos, travestis y prostitutas”.

El libro tiene como fecha de lanzamiento el 24 de marzo y Alarcón ya vaticina que marcará una nueva etapa. De todas formas, asegura que su rol como autor y como periodista “no dejan de tener relación”, en tanto “el libro es parte de la búsqueda de no intentar establecerme ni quedarme en los límites del periodismo tal como lo venimos concibiendo”.

Los dos proyectos que liderás, Cosecha Roja y Anfibia, tienen la característica de ir contra la corriente. ¿Eso es salir de los límites del periodismo? ¿Qué resultados da?

Tiene que ver con una conexión con lo que uno desea hacer, porque toda esa etapa en la que yo me amoldaba a las estructuras de los medios en los que trabajaba no tenía nada que ver con decidir la agenda de qué vas a hablar, buscar el foco y alimentarte de las nuevas teorías, de las organizaciones sociales, con los activismos, de modo que fue una enorme sensación de libertad la que tuve al comenzar a producir mi propio medio, en alianza con otros, abandonado la figura del periodista solitario que se enfrenta al poder desde el trabajo individual. Sobre todo, comenzás a entender que creás comunidad. Anfibia tiene una alianza con la academia que la define per se y un nivel de experimentación que se traslada al arte y otros campos de la cultura. Cosecha sigue siendo un medio de trinchera, que está mucho más en la actualidad, que tiene textos cortos, que responde con velocidad y tiene una posición mucho más clara, no porque Anfibia no la tenga sino porque define rápidamente dónde está parado y construye empatía a partir de las coincidencias con sus lectores. Ambos tienen una mayoría de público de mujeres: en Cosecha son casi 70% junto con la comunidad LGBTI. De allí también la idea de construir, ya no con fuentes sino con aliados, en un periodismo activista que en ese momento casi no existía, y dando por terminada la discusión en torno a la objetividad.

¿Existe el periodismo activista? ¿Se puede ser militante y periodista?

Venimos de una gran transición en la que se desacralizó la idea de la objetividad: no creo que más que para algunos clásicos románticos siga existiendo tal cosa. Creo que el periodismo activista encontró sus propios límites y se dio cuenta de que consolidar la relación sólo y exclusivamente con aquellos que están de acuerdo con tu causa no es sano para el periodismo. El desafío empezó a ser cómo generar matices, abrir la escucha a las disidencias dentro de la divergencia.

¿Es lo mismo activista que militante?

No, en mi personal visión, creo que el militante es político, que milita en un partido y quiere que un candidato gane. El activista es alguien que activa por una causa y tiene alianzas estratégicas que pueden llegar a ser o no con políticos, pero en donde la posición está regida más por un compromiso con la transformación y no con la creencia en que tal o cual partido va a resolver las cosas.

Ambos medios proponen un periodismo lento, que también va en contra de la velocidad con la que se consumen las noticias.

En Anfibia al principio apostábamos a una crónica mucho más clásica, que se tomaba unos tiempos enormes para desarrollar los textos. A medida que pasó el tiempo, nos fuimos convirtiendo en un medio de agenda, con un periodismo de calidad y complejidad, pero reivindicamos la velocidad en darte cuenta de qué es que hay que escribir, quién lo puede hacer, qué artista lo puede ilustrar o fotografiar. En el caso de Anfibia, cuando hay un acontecimiento no pasan más de 24, 48, máximo 72 horas para tener el texto que estás esperando. El lector de Anfibia espera eso que necesita como alimento para poder dar discusiones y conversaciones. Sabe que vamos a demorar un poquito, pero no estamos por fuera de los tiempos de las agendas, y esa convicción de que el periodismo sigue siendo el acontecimiento nos hizo sobrevivir al paso del tiempo, estar donde tenemos que estar.

¿Tres días no es tarde?

No, no. Es tarde para la noticia, pero la noticia en sí misma no existe, ya se divulgó en las redes sociales. El concepto de agencia de noticias está deprimido, están en crisis porque no encuentran su lugar en el sistema de medios debido a la abundancia de la información. Si hay algo que nos sobra es la información, el tema es la calidad. Lo que tratamos de hacer es sumarle a la idea de noticia la idea de investigación, ya no como un modo de relevar aquello que nadie ha dicho, sino como un modo de encontrar preguntas que nadie se hizo y sumarles a los hechos una óptica que permita un descubrimiento que dialogue con toda la información que el lector ya trae.

Esos lectores que no tienen apuro en esperar terminan siendo un nicho pequeño.

Sí, claro que sí. El nicho es, al mismo tiempo que una limitación, una clave. No podemos ambicionar ser masivos. Es un espacio para un público universitario, con inquietudes y compromisos, al que le importa el mundo y que entiende que la salida es colectiva. No se trata de la cantidad de gente que te lee, sino de quiénes te leen. La incidencia de Anfibia es real sobre aquellos que están pensando las políticas públicas, activando las organizaciones, enseñando en las escuelas; nuestros materiales están insertos en la enseñanza. Se enhebran una serie de sujetos interesados por cambiar la realidad y que no se conforman sólo con la noticia.

¿Esa idea tiene un modelo de negocios que la sustenta?

Ese es uno de los grandes temas que ponen en jaque al sistema de medios y al periodismo. En nuestros casos aprendimos a generar proyectos con los que buscamos apoyos financieros de organizaciones internacionales que bancan el desarrollo de determinados conceptos e ideas. Desarrollamos formatos nuevos como el podcast, que se terminaron convirtiendo en recurso; al principio era todo inversión, durante años con nuestros propios recursos bancamos nuestros podcast, y hoy estamos en un nivel de producción que hace que se hayan convertido en un área fundamental, con producciones internacionales directamente con Spotify. El último que hicimos con ellos fue Basta, chicos y lo escucharon más de dos millones y medio de personas, un nivel de llegada que con ningún artículo nuestro podríamos imaginar. Rápidamente también entendimos que nuestra comunidad estaba dispuesta a ayudarnos, siempre y cuando nosotros le pudiéramos dar algo; comenzamos con algunos talleres y hoy Anfibia saca por año unos 25. Después, eso derivó en una maestría de Periodismo Narrativo.

¿Por qué esa apuesta tan fuerte a enseñar periodismo?

Porque no nos concebimos como medios que empezamos y terminamos en nosotros, no existimos si no existimos en red. Un medio que sólo tiene como idea la publicación de lo propio está dejando de ser, no hay modo de sobrevivir en este contexto si no es con la ampliación del campo de batalla. Es una enorme dificultad para los que somos medios independientes hacer conciencia de que la calidad del periodismo que hacemos también está en los recursos que formamos.

¿Qué perspectiva tenés al ver a estas generaciones formándose en los cursos?

Es muy interesante. Estamos en una emergencia del periodismo en la que queda claro que no sirve sólo escribir bien y conseguir datos, la calidad creativa, el atrevimiento y anfibiciarlo todo, ir hacia la cultura, el arte, la política, el activismo, hacia los lugares que convoquen a la creación de una singularidad. Estar y permanecer significa ser original. Creo que esa avidez está en las nuevas generaciones y todavía estamos en una transición en el sistema de medios: la mayoría de los que salen de las facultades de periodismo salen a trabajar como community managers o como productores de información; pocas veces salís a trabajar en un periódico, la idea de jubilarte en un medio ya no existe. Creo que tenemos que bancarnos la incertidumbre y defender los espacios propios.