Un adiós entre dos adioses, el álbum doble recientemente editado por Perro Andaluz, revela su faceta como versionador y despliega un arco de referencias artísticas que van de Bob Dylan a Beck.

El disco estaba dando vueltas desde hace 15 años a la espera de su masterización y edición, por entonces pensado para CD bajo el título Misal para corazones desolados; mientras no sucedía, Adler solía compartirlo con personas cercanas e interesadas en su música. En los textos que escribió para esta atractiva edición gatefold expresa que el cambio de nombre fue motivado porque la palabra “misal” le resultaba arcaica. También mutó la idea de su tapa: previo a la definitiva realizada por la fotógrafa y diseñadora Mariana Méndez junto a Pablo Meneses, el músico planteó parodiar la portada del disco El amor, de Julio Iglesias, en la que el madrileño aparece sentado en un sillón de mimbre estilo peacock (pavo real), inspirado en la postura de esta ave durante el cortejo. En su lugar, Adler imaginaba su fina estampa emulando a un rockero acaudalado y en decadencia, acompañado por dos mujeres desnudas y un tigre, pero tal anhelo se escapaba del presupuesto.

En cuanto a lo musical, si bien no cambió la colección de versiones, al tiempo de aterrizarlas en surcos notaron que la duración de los temas escogidos excedía el tiempo disponible en un vinilo y, por tanto, se convirtió en un álbum doble. El siguiente dilema fue qué hacer con el lado D, pues del A al C entraban todas las canciones. Finalmente, en pos de aprovechar la extensión, Ángel Atienza (productor ejecutivo del álbum) y los amigos de Andy que impulsaron esta edición de 300 copias decidieron sumar cinco canciones también inéditas que grabó durante 1994, con la producción de Gerardo Michelín, en el estudio Tío Riki. Así, Un adiós entre dos adioses logra cierta cohesión artística, aun incorporando registros que corresponden a períodos diferentes pero que en todos los casos representan las influencias de Adler, quien se ocupó de grabar casi todos los instrumentos.

Para ello, el músico recurrió a un micrófono, un par de amplificadores, tres guitarras, lo que consideraba un “bajo infame” y una caja de ritmos de 1982. La única intervención por fuera de su órbita fue la de Riki Musso, quien grabó un órgano en “That lucky old sun”, de Haven Gillespie y Beasley Smith, un tema que Adler conoció en la versión de Johnny Cash.

Su relación con Musso queda explícita en una de las notas que incluye el arte del álbum en la que Andy comenta que es, junto a Gustavo de León, el único ingeniero de sonido “que me lee y no me dice que algo no se puede hacer”. Atienza recuerda que la participación de De León consistió en remasterizar los temas en el estudio de Sondor, donde pasó todo el disco por cinta de carrete abierto y después lo volvió a digital en procura de brindar una mayor profundidad al sonido.

De esa etapa data el minidocumental sobre su masterización (homónimo, 2014, se puede ver en Youtube realizado por Juan Sacco y Esteban Machado, que recuerda cierto afán didáctico de Adler. Tal interés se torna más visible en los comentarios de cada tema que hacen al arte del álbum, acompañados por fotos seleccionadas por el músico, donde explicita los equipos utilizados para la grabación y el motivo de cada versión. Sólo hay un tema original e instrumental: “Laura Wonders”, dedicado a una de sus amigas y grabado antes de establecerse en Buenos Aires, que surgió mientras probaba una guitarra que había conseguido en una permuta. La dulzura de su melodía parece representar uno de los momentos de menor desamparo entre una selección de canciones más bien desgarradas.

Esa intimidad minimalista centrada en voz y guitarras prevalece hasta que versiona “Big Louise”, de Scott Walker, y suma el sonido marcial de platillos intercalados con guitarras reverberantes, lisérgicas y perturbadoras que van del principio al fin del tema. Una estética sonora sacra y turbia con la que se despide del disco tal cual fue pensado originalmente y describe en sus liner notes como una genuina versión opuesta al cover y “más triste que un árbol de Navidad seco y ardiendo”.

Las flores del man

Andreas Adler nació en Washington DC en 1963 y a los pocos años vino a Uruguay con su madre, quien era concertista de piano y procuró vincularlo a la música desde niño. Para ello recurría al ardid de obsequiarle instrumentos, y logró que se enganchara con la guitarra, aunque no tuvo mayor suerte al momento de avanzar en su instrucción académica; de hecho, Andy no leía música. Aun así, fue uno de los mejores guitarristas de rock que tuvo nuestro país, con un estilo que conjugaba versatilidad para transitar por sonidos del folk al noise con creatividad y elegancia.

Su periplo por el rock uruguayo comenzó en Los Estómagos, luego tocó en La Tabaré, Neoh 23, Cadáveres Ilustres y grabó el soundtrack del documental Mamá era punk con Los Inadaptados de Siempre (Orlando Fernández y Rafael del Campo). Allí, además, aparece sentado en las gradas del estadio Centenario vacío, donde realiza un monólogo que remata diciendo: “Adiós, garra charrúa”, antecedente inmediato a su viaje a Estados Unidos. Volvió a Uruguay en los años 90, formó parte de Chicos Eléctricos y grabó los primeros casetes de la banda: su debut (homónimo, Perro Andaluz, 1992) y Glitch (Perro Andaluz, 1993), además de un par de temas para el compilado Criaturas del pantano (Perro Andaluz, 1994). Tras eso, viajó a España y luego se radicó nuevamente en Estados Unidos, donde colaboró técnicamente en la realización de varios discos, de los cuales el más reconocido fue Acme, de Jon Spencer Blues Explosion (Matador, 1998).

Durante los primeros años de este siglo se instaló en Buenos Aires con una ilusión y entusiasmo que desaparecieron a los pocos días a raíz de la tragedia de Cromañón y sus consecuencias en el funcionamiento de la música en vivo. En ese contexto grabó casi todo el Misal para corazones desolados y, de regreso a Montevideo, lideró varios grupos, como Ases del Beat, con el que editó El fin todo lo justifica (Perro Andaluz, 2004), Coronets Gold y Hotel Paradise. También durante aquellos años fue el productor artístico del primer disco de Eté y Los Problems (Malditos banquetes, Sondor, 2007).

Es complejo reconstruir todo el trayecto artístico de Adler contemplando su andar gitano como una vida en zapping donde una señal lo encuentra al frente de una banda, otra participando lateralmente de un grupo o como colaborador técnico de la grabación de algún disco, y todo en distintas partes del mundo. Pasó sus últimos años con problemas de salud, recluido en el hotel Hispano y viendo a pocas personas.

Desde entonces hay quienes extrañamos su música, sus afirmaciones contundentes terminadas en “man”, saberlo radicado en otro país o escuchar lo opuesto: “Anda el Andy en la vuelta”. También faltan aquellos extensos y consecutivos mensajes con textos punzantes y no exentos de autocrítica como para expresar que más que extrañarlo, a Uruguay se lo merecía de punta a punta, “hasta la mampara del taxi”.

Un adiós entre dos adioses descubre una faceta de Adler inédita hasta ahora y complementaria con otros registros de su obra, varios aparecidos tras su fallecimiento, en julio de 2020. Desde entonces pueden verse en Youtube algunas presentaciones con los Ases del Beat o los Coronets Gold, de quienes también se puede encontrar un EP de cuatro temas que abre con “El mérito”. Esa canción expresa otro cariz de Adler, lo más parecido a un hit que grabó, con una primera línea en la que evoca lo jodido que debe estar alguien para acordarse de uno.

Meses atrás, apareció “Querido vivido”, una canción de Andy Adler & Ases del Beat con la producción de Gabriel Barbieri y Sebastián Bergeret, dos de sus compañeros en Chicos Eléctricos. Sentir la melancolía de esa canción grabada hace un par de décadas suma a la percepción de una extensa despedida del músico, aunque por entonces aún quedaba mucho por hacer.

De hecho, tampoco este vinilo que acaba de aparecer fue pensado como un final de su carrera, más allá de la sugestión que implica el nombre del disco con la palabra “adiós”, instalada en el ADN de Adler y su publicación póstuma. Podría ser una pieza final del rompecabezas de uno de los músicos uruguayos más insulares y talentosos, pero tampoco se sabe si el arsenal artístico del autodenominado “soldado del rock” reserva alguna sorpresa. Entretanto, Un adiós entre dos adioses resulta un legado de calidad acorde a su autor, siempre abierto a compartir conocimientos técnicos y también sobre la historia de la música que se hacen explícitos en este álbum.

Un adiós entre dos adioses. De Andy Adler. Edición en vinilo. Perro Andaluz, 2022.