Zélia Duncan y Paulinho Moska tienen muchas cosas en común. Ambos nacieron en la década de los 60 en el estado de Río de Janeiro, abrazaron la guitarra y se convirtieron en parte de la generación de músicos que renovó la escena brasileña en los 90. Hay una diferencia: mientras que Moska es casi un locatario en Uruguay, tanto que lleva el Palacio Salvo tatuado en su brazo izquierdo, Duncan apenas si dio algún concierto fugaz en un hotel de Punta del Este. El 1º de diciembre, en el teatro Solís, esa desemejanza comenzará a esfumarse cuando presenten su espectáculo Um par ímpar, el resultado de 30 años de amistad y de canciones compartidas. Antes del arribo, la diaria conversó a la distancia con Paulinho Moska sobre este espectáculo, la música popular brasileña, su relación con la República Oriental y el presente de Brasil.
¿A Zélia la conociste en un boliche?
Sí. Yo cantaba el miércoles y ella el viernes, algo así, no nos cruzábamos, conocía su nombre apenas. Y un día el boliche promovió una especie de premiación. Muy simple, hicieron unas estatuas pequeñas para regalar a los mejores del año –algo curioso es que este boliche se llamaba La Torre de Babel, el encuentro de las lenguas–. Yo había comprado una guitarra de acero por primera vez y estaba muy orgulloso de mi guitarra, una Takamine de madera clásica sin barniz. Era muy linda, la tengo hasta hoy. Cuando entré al camarín de este boliche me encontré una guitarra exactamente igual: misma marca, mismo modelo, mismo todo. Quedé esperando para ver quién era el dueño. La dueña entró al camarín y yo pensé que me estaba mirando al espejo, porque las guitarras eran iguales, nuestros pelos eran iguales –hasta mitad del cuerpo– y una sonrisa... Zélia tiene el doble de dientes que yo, ella me abrió una sonrisa cuando percibió que yo estaba con mi guitarra en las manos también. Empezamos así: “¡Wow, guitarras iguales!”.
¿Y desde ese momento mantienen el vínculo?
A partir de ahí hicimos 15 canciones en 30 años. Canté en muchos conciertos de ella y ella en los míos. Somos amigos, ella conoce a mi familia, mis hijos, yo conozco a toda su familia, nos frecuentamos. Es una gran amiga y siempre nos prometíamos hacer esta gira juntos. Hace unos cinco años escribí una canción que se llama “Um par ímpar”, se la envié y le dije: “Mirá, hermana, cuando hagamos nuestra gira se va a llamar Un par ímpar, esta canción va a ser nuestro tema”. En dos horas me devolvió el mensaje más ocho frases y dijo: “Yo quiero ser parceira”. Zélia escribe muy bien, puso ocho frases increíbles. La idea empezó a crecer, pero pasaron dos años hasta empezar a ensayar y producir. Cuando estábamos casi listos, a 20 días del estreno, llegó la pandemia y retrasamos todo por casi tres años. Ahora, en mayo, retomamos. Hicimos unos diez conciertos ya y hay dos más antes de irnos a Montevideo, vamos a llegar bien calientes.
Has compartido proyectos y canciones con muchos colegas.
Soy muy promiscuo [Risas]. En la música soy muy promiscuo. Pero es porque nunca estudié música, entonces, la música para mí siempre fue el otro. Siempre quise ser el otro. Quería ser Caetano Veloso, Gilberto Gil, Chico Buarque, Milton Nascimento. Creo que me fui a hacer música para eso y para, no sé... era un poco tímido. Quizás también fue componer para decir cosas, porque las canciones me decían cosas que no estaban en los libros ni en la escuela. Y bueno, ellos ya hacían discos a dúo. Caetano tiene disco con Chico Buarque, con Gal Costa, Gilberto Gil con Milton Nascimento, Jorge Ben con Elis Regina, Tom Jobim con Elis Regina, Gilberto Gil con Rita Lee. Hay muchos encuentros, y creo que desde mi infancia percibí que la gente de la música era como un grupo de hippies que se juntaban y formaban una nueva familia por sobre la música, que la música era un lenguaje que hacía a la gente sensible encontrarse. Esa era mi sensación y por eso quise hacer música para encontrar a la gente. Y, cuando pude, creé una serie televisiva de encuentros; me dedico hace mucho a eso, hago muchos proyectos de encuentros. Encuentros de latinos con brasileños, o de brasileños con brasileños, o encuentros conmigo. Tengo 276 duetos grabados en [el ciclo de televisión] Zoombido. Una persona que no gusta de otra no puede hacer un proyecto como ese.
¿Cómo procesaste ese cambio de una carrera más convencional, dedicada 100% a la música, con una discográfica, a este Moska independiente y diversificado.
En la juventud, la única manera de empezar una carrera era tener un contrato con una discográfica internacional, no había otra manera. No había vida independiente, sustentable. Nosotros grabábamos una cinta demo para demostrar nuestro trabajo y tratar de llegar a los sellos Sony, EMI, Warner. Era así, y así firmé mi contrato. Era un contrato igual para todos, tenía la obligación de editar un disco cada 18 meses. Grababa un disco y ya empezaba a componer otro, directo en las giras. Mis cuatro primeros álbumes fueron compuestos en hoteles, básicamente. El primero no, fue en mi casa, pero después había mucho de eso. La compañía establecía fechas, era como un empleo. Y cuando jovencitos tenemos la creatividad muy caliente y no nos importan estos plazos. A mí no me importaba nada, hacía como 30, 40 canciones para elegir cuál iba a grabar, no me molestaba. Después sí, mi vida se fue abriendo mucho y percibí que tenía ritmo con la vida independiente. Porque ahí también pasé a cuidar de muchas cosas, o sea, administrar mi editora, trabajar con fotografía, conducir series televisivas, hijos creciendo. Creo que el ritmo también empezó a cambiar de acuerdo con mi curiosidad por las cosas del mundo.
¿Qué te parece que le aportó tu generación a la música brasilera?
Brasil siempre tuvo una historia de movimientos musicales. Estuvo la bossa nova, después la Jovem Guarda, que fue como una versión de Beatles para acá en los 60; después de la Jovem Guarda empezó una cosa llamada Música Popular Brasileña, la MPB. Después en los 80 tuvimos una generación de rock, con Titãs, Paralamas, Barão Vermelho, Cazuza. Cada generación con sus artistas; a veces algunos artistas atraviesan varias generaciones. Yo soy de los 90, nosotros no teníamos nombre; la prensa nos llamó la Nueva MPB, pero nosotros no nos llamábamos así, nosotros éramos exactamente esta mezcla de bossa nova, rock y MPB. Somos todos así, todos los de mi generación somos producto resultante de ese encuentro.
Como una síntesis.
Claro. Nosotros somos resultado de eso. Hicimos una música que mezcla rock con orquesta sinfónica, loops de electrónica que estaba surgiendo, una mezcla total de todo. Lenine dijo una vez que nuestro sonido es planetario, o sea, no es meramente brasilero, pero Brasil es planetario, cuando se mezcla mucho queda brasilero. Y paralelamente a estas generaciones, una cosa que podemos percibir en la música brasileña son los cantautores, esta profesión, esta forma de vida que nos regaló tanta gente genial. Desde Tom Jobim, João Gilberto, Vinícius de Moraes, Toquinho, pasando por Roberto Carlos, Tim Maia, Jorge Ben, y entrando en los 70 con Caetano, Gil, Milton, Chico. Son siempre cantautores, con sus guitarras en las manos, defendiendo una poesía, cada uno con su firma, con sus metáforas, con su personalidad. Creo que todo músico brasileño desea tener este canal de firma.
¿Y cuál es el secreto?
Algunos jóvenes me preguntan: “Vos tenés una carrera, hace 30 años que estás ahí, ¿qué tengo que hacer?”. Yo siempre digo: no tengas éxitos. Yo tardé en tener éxito, tuve –la verdad– un gran éxito con una banda de rock a los 19 y ahí conocí grabadoras, radios, prensa, giras, público, conciertos grandes, y con 23, 24 años, salí de esa banda y empecé mi carrera solo, y nunca, hasta hoy, fui un buen vendedor de discos. Nunca tuve éxito comercial. Nunca gané un premio. Ninguna compañía discográfica tuvo lucro conmigo. Entonces, creo que mi secreto de tener 30 años de carrera es no tener éxito. Aunque mis canciones suenan en las radios y en teleseries.
Hoy tenés el privilegio de ser uno de los artistas brasileños que trascienden fronteras.
Sí. Bueno, tengo que agradecer a Jorge Drexler, porque cuando lo encontré y grabé “La edad del cielo” acá en Brasil y la canción tuvo mucho éxito, lo invité al lanzamiento de Tudo novo de novo y él –por una generosa retribución– me invitó para la apertura del teatro Solís, la reapertura después de tres años de obra. Fue un momento muy lindo para la ciudad, que estaba reabriendo un teatro magnífico, y fueron cuatro noches [de entradas] agotadas que me regalaron la alegría de, dos meses después, ya estar haciendo un concierto en la sala Zitarrosa. Ahí empecé a conocer la historia, la cultura, la diversidad uruguaya y la gente, cómo la gente pensaba. Lo llamé inmediatamente melanco libertad. Me pareció un pueblo muy melancólico y libre al mismo tiempo. Una liberación a través de una melancolía, esa fue la primera impresión. Hoy ya conozco muchas camadas arriba.
Es curioso que un carioca, que uno piensa que vive en una postal, se fascine con la capital más al sur del continente.
Te voy a contar un secreto: tenemos tristeza acá también [Risas]. Hay mucha melancolía, yo soy un carioca melancólico, tengo certeza de eso. No soy de las playas ni del sol. No me gusta el fútbol, por ejemplo, tampoco. Casi no soy carioca. Me gustan los frijoles; en eso sí soy un poco carioca. Soy melancólico, y también encontré mi libertad a través de mi melancolía.
Y entonces te encontraste con Montevideo, que es como una convención de melancólicos.
Fue como encontrarme a Zélia Duncan en el camarín: un espejo [Risas]. Sí, me sentí desde el primer momento muy íntimo. Quizás el uruguayo era mi deseo de ser, creo que sentí eso, yo quería ser uruguayo. Cuando conocí a los uruguayos, pensé: yo debería haber nacido acá. Fue la sensación que tuve con las amistades que hice, con la tranquilidad y la libertad en relación a muchos tópicos de la sociedad. Muy lindo, mi segunda casa, sin duda. Hace poco estuve a punto de ir a vivir a Montevideo, porque estábamos acá bajo una presión política tan grande que, si el resultado no fuera el que fue, estaba apuntando mi vida para Uruguay, iba a intentar vivir ahí.
¿Qué sensaciones tenés ahora, luego de las elecciones?
El día 30 de octubre me tomé el mejor antidepresivo de mi vida, es lo que puedo decir. Un alivio, porque fueron cuatro años de masacre. ¿Comprendés? Masacres de muchos lados, muchas cosas al mismo tiempo. Mucha gente engañada con mentiras por Whatsapp. Brasil es un país enorme, entonces hay muchos brasiles acá adentro y hay mucha ignorancia, mucha educación baja, y es muy fácil manipular. Las redes sociales llegaron como una cosa muy modificadora en este sentido, de manipulación. Se utilizaron inhumanamente. Las iglesias pentecostales, los empresarios deudores de impuestos se aprovecharon de la gente humilde y de la de clase media baja, baja de cabeza y media de plata, que hay mucho. Fue muy difícil, incluso pasamos por la pandemia en este gobierno. Un gobierno negacionista, antivacunas, antiminorías, que atacaba a los negros, los indígenas, las mujeres, la comunidad LGTBI+, los científicos, los profesores, los artistas, todos los que podían tener voz. Vivimos un poco de una sensación de dictadura; aunque no estaba declarada, el gobierno tenía como 15.000 militares en cargos públicos. Pasar por eso fue realmente una experiencia difícil, pero quizá Brasil estaba precisando una sacudida, de un susto.
¿Qué esperás ahora?
Espero que el país quede más político. Había mucha gente, la gran mayoría, que no se interesaba mucho por la política porque tenían la cabeza de que “Ah, los políticos son todos corruptos”. Entonces, cuando llegó alguien diciendo “voy a acabar con los corruptos”, lo votaron. Siempre es así. Fernando Collor [de Mello] fue elegido así también: “¡Voy a acabar con la corrupción, voy a acabar con la corrupción!”. Y es una enfermedad humana la corrupción, no es de derecha, no es de izquierda, eso ya existe desde los egipcios, desde que se inventaron plata y riqueza y oro se compra gente con eso. Poder.
¿Encontrás alguna explicación de por qué, a pesar de todo, 49% terminó votando por la reelección de Bolsonaro?
Primero quiero decir que 49% de la población lo votó, claro, pero no lo apoya, los que lo apoyan son el 30%. Las encuestas durante los cuatro años siempre le dieron 30% de aceptación. Entonces, ya es una minoría. Enorme, porque 30% en Brasil es mucha gente, pero 70% es más que el doble. Son minoría quienes están satisfechos. Y de a poco vamos a descubrir lo que ya sabemos algunos, quiénes son este 30%. Cuánto gana este 30% y qué tipo de intereses, de bancada religiosa, bancada de agronegocio, bancada de piedras preciosas, de minería. Esta es la gente que vive en torno de estos temas, iglesias y empresas, estos son los reales bolsonaristas, estos son los que apoyan.
Te escuché decir sobre este show que lo que está ahí arriba del escenario es la verdad.
Me refiero a la verdad porque en serio tenemos como 30 años de amistad y de amor y gustamos uno mucho del otro, entonces esto aparece. Es un concepto invisible, pero aparece, está ahí. Quedamos todo el tiempo juntos en el escenario y tenemos una tercera compañía que, justamente, es uruguayo, Miguel Bestard, exguitarrista y vocalista de Snake. Está con nosotros tocando su increíble guitarra y haciendo vocales. Es decir, somos como Crosby, Stills & Nash. En el camerino, hace 30 años, nuestra primera charla por cuenta de nuestras guitarras de acero fue nuestra pasión por la música folk norteamericana: Joni Mitchell, James Taylor, Cross, Stills & Nash, Neil Young y tantos otros. Hoy estamos haciendo un concierto con mucha guitarra de acero y hay un clima muy hippie en el escenario. Eso es un poco la verdad. Es un show de amistad, de mucho cariño.
Y es como volver al origen.
Sí. Hay una canción inédita, que está en este concierto, que se llama, “Verdade na fonte”, verdad en el origen. Cuando decías volver al origen y estamos hablando de la verdad, es esta canción. Fue escrita por Zélia hace 25 años, una de las primeras parcerías nuestras.
¿A dónde la vas a llevar cuando estén en Montevideo?
Voy a intentar llevarla al Mercado del Puerto, a la rambla y, bueno, presentarle a mis amigos, porque creo que la gente es lo mejor para conocer cualquier lugar.
Um par ímpar. Paulinho Moska y Zélia Duncan. Teatro Solís. 1º de diciembre a las 21.00. Entradas: Tickantel y boletería del teatro.