En noviembre del año pasado, Gabriel Calderón fue anunciado como nuevo director de la Comedia Nacional, el elenco estable que depende de la Dirección de Cultura de la Intendencia de Montevideo. El dramaturgo, actor y director de vasta trayectoria asumió el cargo a comienzos de este año, y días atrás, en ocasión de anunciar la programación para 2022, dio a conocer medidas tendientes a enfrentar la situación del teatro, que solamente se vio agravada con la pandemia. No obstante, también aclaró: “No somos un fondo de ayuda, no somos una línea estratégica”.

Del rol de la Comedia Nacional como fuente dinamizadora que pauta el estándar del teatro profesional, de la selección de las obras a estrenarse, del momento de su carrera en el que llegó el llamado, y de cómo el verdadero egoísmo es la solidaridad, Calderón conversó con la diaria.

¿Cómo quedaron el arte y los artistas después de la pandemia?

Yo creo que la gente antes, durante y después de la pandemia valora muy bien a los artistas nacionales. Hay mucho apoyo. Ahora, ¿ese apoyo se traduce realmente en apoyos económicos del sistema? No. ¿Esa gente que apoya está dispuesta a apoyar económicamente? Estoy convencido de que no, porque veo los números. Y porque vos le pedís a esa gran masa que ama a un artista que diga los diez temas prioritarios del país, y si tenemos suerte entramos en esa quiniela. Probablemente no entremos. Nadie va a discutir que educación, que seguridad, que economía, que trabajo, que salud. Ahora, cultura... Si bien todos corrieron a la cultura cuando vino la pandemia, tal vez haya una tradición de que en este país la cultura es gratis, en el sentido de que todos tienen un alto consumo cultural, pero por muy bajo costo. El valor sigue siendo alto, entonces no me animaría a decir que no nos valoran. Nos quieren, llenan nuestras salas. ¿Eso se traduce en que este sistema pueda subsistir? No. No era así antes de la pandemia, no lo fue durante, evidentemente, y no creo que haya perspectivas al futuro, a no ser que aprovechemos esta crisis —y no lo veo— para un cambio estructural del apoyo de las artes.

Lo que podemos hacer los artistas es, por un lado, seguir dando las discusiones, las peleas y las conversaciones. Y, por el otro, resistir y hacer que los pequeños espacios de apoyo crezcan. Algo que pasó con la pandemia es que el frágil apoyo económico nacional y el frágil apoyo económico que es una entrada de teatro se vieron tremendamente mermados. Hoy podés decir “ahora que terminó o está terminando”, pero en las salas sigue, porque están al 60% de aforo. No podían sostenerse con 100, con 60 muchas de ellas están trabajando con mucha gente en seguro de paro o con deudas, apostando a que no los van a echar porque sería un escándalo, pero generando deudas. No es un panorama alentador en el sentido de “ya está”, pero sí es alentador en el sentido de “salimos de”.

Sobrevivimos.

Eso siempre fue así. Igual uno puede caer en una mirada pesimista, porque ves el sistema y, con una cantidad de dinero que Uruguay nunca pondría, porque es Uruguay, seguiría teniendo las limitaciones de la región, de América Latina. Ahora, creo que es como con el Plan Ceibal. Para cualquier país sería difícil plantearse tener a todos sus alumnos con una computadora; Uruguay lo puede hacer porque es pequeño. Yo creo que en la cultura no es igual, pero hay algo parecido: no son tantas las economías. Creo que este país, con una inversión que no se llega a ver en la torta del presupuesto nacional, podría haber un real fortalecimiento. En la pandemia se discutía que el gobierno apoyó con no sé cuánta plata, pero en un contexto en el que la cultura mueve cerca de diez millones de dólares anuales y de repente pasó a 0 o a 0,5, por más esfuerzo que hiciera el gobierno nunca iba a compens ar ese parate. Las discusiones son complejas y siempre se politizan. A mí no me toca resolverlo ni diagnosticarlo. Sí creo que la Comedia Nacional debería ser un factor dinamizador de esa estructura. Aparte de diferencial, aparte de otras cosas, debe ayudar en un contexto de emergencia preocupante. Debe pararse y decir: “Además de lo que yo hago, ¿qué pasa con todo el sistema?”. Y en eso estamos.

En la presentación de la temporada, antes de hablar de obras se habló de la llegada de becarios, de nuevos llamados y de coproducciones con el teatro independiente. ¿Cómo se incide en el panorama teatral desde la Comedia?

Lo dije en la conferencia: soy el director de la Comedia Nacional, no soy el encargado de las políticas culturales de artes escénicas de este país. Ahora, por un lado, eso me recuerda la responsabilidad de que nadie me llamó para solucionar “este” problema: me llamaron para hacer bien esto otro. Pero, por otro lado, la Comedia Nacional es parte de un sistema que está en problemas. Por más que la Comedia tiene un gobierno departamental que ha decidido apoyarla, y que cumple 75 años, no quiere decir que estemos en un buen momento.

Cuando fantaseaba con la presentación, me daba mucho calor pensar que teníamos que anunciar autores y obras en este contexto. Que si no hablábamos del contexto y no decíamos todo lo que íbamos a hacer, no tenía sentido. Por un lado, vamos a hacer concursos para que ingresen más [integrantes] estables, pero por otro, vamos a recuperar las becas, que hace 25 años no se hacían, para que por lo menos seis jóvenes hagan una experiencia anual. Y por otro, vamos a contratar más artistas para las obras. Y por otro, vamos a trabajar con los artistas independientes. Y vamos a salir a las salas. Y vamos a hacer una gira nacional y una gira internacional. ¿Todo se puede? No, hay millones de cosas que no vamos a hacer. Pero yo siento que ese sí es mi trabajo: intentar encontrar todas las maneras posibles en que, con una obra de teatro, se pueda acumular en ese sentido. Porque al final lo que no puedo dejar de hacer es una obra, o diez. Todo lo que estamos hablando: contratación de artistas estables, eventuales, llamados para una obra, coproducción, giras... tiene como corazón una obra de teatro para la cual, además, yo cumplo un rol artístico importante: si todo esto lo hacemos con obras malas, todo pierde sentido. Divinas las ideas, pero no logro quedarme diez minutos en una obra. Las obras tienen que ser buenas, y esto es muy relativo, pero esa discusión me gusta. Buenas para uno y malas para otro, pero tienen que tener un público. Tiene que haber alguien, un artista queriendo crearla y un público capaz que no demandando, pero pronto para reaccionar.

Gabriel Calderón.

Gabriel Calderón.

Foto: Alessandro Maradei

La Comedia puede darse algunas libertades en la programación, no tiene que estar pensando en que los números cierren.

Cuando se plantean dicotomías, suelen ayudar a alguien que no es a nosotros. Por ejemplo: popular versus de élite. Es una dicotomía falsa, como si hubiera alguien en el teatro de arte de esta ciudad que no quisiera ser popular. Todos queremos. A lo que no estamos dispuestos es a descender en la calidad de lo artístico para traer gente. En la Comedia es lo mismo: queremos que las obras las vea la mayor cantidad de gente, pero no estamos dispuestos a andar haciendo encuestas de hogares para saber qué quieren ver. Eso es Netflix. Ahí se construye un algoritmo, ni siquiera tengo que hacer una encuesta de hogares: le pido a la Facultad de Ingeniería que me haga un algoritmo y seguramente tenga los diez títulos que la gente quiere ver. Ahora, no es nuestro trabajo.

Esperando la carroza es un bello recuerdo de eso, porque es un éxito que todo el mundo aplaude hoy, pero cuando lo hizo la Comedia hace 60 años, fue un fracaso. Entonces, la Comedia Nacional tiene que estar ahí, descubriendo los éxitos del futuro, pero no necesariamente disfrutándolos. Porque cuando al teatro independiente le va mal en taquilla, repercute en una economía muy frágil, no así en nuestro caso. ¿Esto quiere decir que la Comedia Nacional —un lugar común— tiene que arriesgar y no preocuparse? No, porque también hay una ciudadanía que está sosteniendo un sistema artístico y una compañía pública que es parte de su tiempo. Es un diálogo, cualquier propuesta artística es un diálogo entre quien lo ve y quien lo hace.

Y, por otro lado, está la responsabilidad de decir: con esta producción y con esta infraestructura tengo que dar un espectáculo de determinado nivel.

En la Comedia Nacional hay una tradición de “nosotros tenemos un privilegio, le tenemos que responder a la ciudadanía trabajando”. Ellos trabajan de martes a domingo, todos los días. Ensayan o hacen funciones, y —era una demanda— este año volvemos a hacer funciones jueves, viernes, sábado y domingo. Y vamos a hacer diez, 11 producciones. Están todo el año ensayando o haciendo funciones.

Hay una responsabilidad, como mencionás, con las producciones. Eso de que sea una fuente dinamizadora, y no sólo dinamizadora, sino que tiene que pautar, de cierta manera, el estándar de lo que es un teatro profesional en una ciudad en la que cuesta ser profesional económicamente. En las coproducciones con el teatro independiente no estamos yendo para bajar, estamos tratando de elevar. Y eso no lo digo artísticamente, porque son teatros que artísticamente están bien. Pero sí, por ejemplo, con traspuntes o vestidoras, que el teatro independiente no tiene. Yo no lo tenía el año pasado y acá existen, y es muy bueno, porque ayuda a que el actor o la actriz estén concentrados en su trabajo sin preocuparse por ir a la tintorería, cuidar su ropa, el armado del ensayo, el desarmado del ensayo... Una compañía profesional lo tiene que tener.

¿Hay lugares para que el teatro crezca en Uruguay?

Infinitos. El fútbol no es lo que es porque todos juguemos; es porque todos tenemos un rol en él, incluso los que no nos gusta. En este país vas a encontrar gente que juega profesionalmente en muchas categorías, pero después hay gente que juega universitario, hay ligas amateur, picaditos en las plazas, gente que sólo lee el diario y le gusta opinar, ve los programas, llama a la radio. El fútbol permeó y son 90 minutos el fin de semana, sin esos 90 minutos no hay nada de lo otro. Pero podríamos decir que el fútbol no son sólo 90 minutos. El teatro es lo mismo. Las obras las van a hacer algunos, pero el mundo que tiene alrededor incluye esta nota, incluye las escuelas, los talleres, lo que uno hace con un amigo, cuando su hijo o hija va a la obra de fin de año, los artísticos de los liceos, y ahí hay muchísimo para crecer. Muchísimos espacios para ganar sin desmedro de nadie. Chéjov decía: “¿Para qué empujar si hay lugar para todos?”. Y yo creo eso, que a veces estamos empujándonos dentro del teatro, y el terreno es enorme. Una de las responsabilidades de la Comedia Nacional y de un director de la Comedia Nacional, es decir: mi mirada es más grande, mi ambición artística es infinita. ¿Hay espacio para crecer? Hasta que 3.400.000 estén vinculados al teatro, hay espacio para crecer.

Por un lado, no cualquiera es un espectador de teatro, porque si vale todo, al final no es nada. Pero no sólo lo que creíamos que era un espectador de teatro es un espectador de teatro. Si me apurás, creo que 2.500.000 personas saben lo que es la Comedia Nacional, pero no sé si 200.000 han venido alguna vez. O sea que hay 2.300.000 que nos conocen, pero o sienten que el teatro no es para ellos, o les queda lejos porque está en Montevideo, o les cuesta. Y lo primero que quiero decirles es: ustedes ya son espectadores de la Comedia Nacional. En el tiempo veremos cuándo nos encontramos, pero nosotros ya estamos trabajando para ustedes. Los estamos soñando. Veremos cómo se da ese encuentro; si se da en una sala, mejor, porque ahí está el corazón. Es como ir al estadio. Pero si no, hay experiencias posibles.

Ahora que dije “experiencias”, Borges decía que había leído el Ulises de Joyce y la gente le preguntaba: “Pero, ¿todo?” y su respuesta era muy borgiana. “Qué curioso, acaba de volver un amigo de París —lo estoy parafraseando—. Dice que conoció París. Jamás se me pasó por la cabeza preguntarle: ¿Todo? Como estuvo un mes, calculo que no. Que no recorrió todas las calles, no entró a todas las casas ni habló con todos los parisinos. Lo que le debe haber pasado a mi amigo es que tuvo dos o tres experiencias en París que lo han conmovido y él siente que ahora conoce París. Yo leo los libros como mi amigo visita las ciudades: busco tener dos o tres experiencias importantes. Con esta mirada, de repente ser un espectador de la Comedia y no entrar a la sala de teatro se vuelve interesante. Porque la gente quiere tener experiencias que le dan valor a su vida, no sólo entretenimiento y disfrute y risa. Quiere tener experiencias. Y si esas experiencias pueden ser con otro, después de una pandemia, mejor. Allí tenemos trabajo. Si me preguntás qué estoy haciendo por ello: pensando en esos momentos. Instalando en nuestras cabezas y las de otros y otras que esto es posible. Y tal vez la idea buena emerja de otro lugar y no necesariamente de uno.

Articulando todo esto está la selección de las obras, que tienen que decir algo.

Todas juntas dicen algo. Además, individualmente tienen que decir algo, porque probablemente sea muy poca la gente que va a ver todo. Además, tienen que respetar equilibrios; además, tienen que hacer que el elenco me alcance. Porque nadie del elenco quiere quedar afuera de una franja, entonces están todos comprometidos, y cuando no tenga vamos a llamar gente de afuera y nos tiene que dar el presupuesto. Es muy complejo. Por suerte títulos, autores y propuestas no faltan. Yo primero hago todo esto y después trato de ver qué dice la programación, no trato de hacerla decir algo. El teatro es bueno en esto, uno siempre encuentra una manera para comunicar la importancia. Porque lo que sí no es negociable es que haya calidad artística. Puedo decir “el mundo es A” o “el mundo es B”, pero lo tengo que decir con calidad artística, porque no somos un correo, no mandamos mensajes. Si mando mensajes lo digo en una nota. Nos tenemos que expresar artísticamente, y eso es mucho más complejo. Porque decir A o B, pero decirlo artísticamente, le puede cambiar el sentido.

Gabriel Calderón.

Gabriel Calderón.

Foto: Alessandro Maradei

¿Hay lugar, o te parece que debería haber lugar, para que se note que sos vos el director de la Comedia Nacional?

Eso no me preocupa. Calculo que si estoy haciendo este trabajo, eso se va a ver. Sí me ocupa. En mi primera programación quería que hubiera Thomas Bernhard, porque es un autor que me expresa, que habla de un enojo y un odio del mundo. Ahora, no quiero que esté en toda la programación, porque siento otras cosas hacia el mundo. No me preocupa estar expresado, si de todo esto sale “es Calderón, cómo dirige la Comedia”, hay algo que estoy haciendo mal. Creo que es inevitable, en una parte, pero en algún momento tiene que emerger la discusión importante, que es lo artístico, la situación del teatro nacional, hacia dónde vamos, qué límites, qué quieren estos muchachos. ¿Van por todo artísticamente? Creo que esa discusión es más importante que una impronta. La impronta para mí es inevitable, porque no puedo dejar de ser yo para hacer esto. Pero sí tengo que hacer un equilibrio. Que el nombre, que a veces es atractivo, no fagocite una discusión que es mejor.

Y allí, en la programación, hay cosas que me parecen más importantes como señal. La señal de La mujer desnuda, más allá del tema y de Armonía [Somers], es decir: “Nosotros tenemos una calidad artística a nivel literario que queremos expresar escénicamente”. En el nivel narrativo hay calidad, hay mucha gente escribiendo, porque eso va muy paralelo al teatro. Hay una mirada de decirle a la gente de la literatura “nosotros somos la tía vieja y loca de esta mansión de la literatura”. Y el teatro logra ser político en el buen sentido, el de hablarle a la polis, de una manera mucho más fuerte a veces. Hay otra musculatura en la que nosotros queremos aparecer como una oportunidad para los artistas nacionales. En música es igual, en plástica es igual, en cine es igual. Somos una oportunidad creativa para todos ustedes. Lo decimos en el discurso, en la nota, pero lo principal será ir expresándolo poco a poco en acciones artísticas. Hay gente que no va a querer trabajar con nosotros, y eso me parece sano. Hay gente que va a pensar que lo que hacemos está mal. Eso también me parece sano, porque si no termina deglutiendo todo, como un pulpo que todo tiene que ser Comedia Nacional. Y eso es lo que tiene de bueno una programación: no entran más que diez u 11.

¿En qué momento te encontró esta propuesta?

Yo estaba trabajando internacionalmente de manera estable, que era lo que me permitía vivir. Trabajaba cerca de seis meses afuera, en España, Italia y Suiza. En Barcelona, Módena y Bologna, y en Lausanne. Iba a seguir creciendo con una limitante, que es mi familia. Tengo compañera y dos hijos que viven acá, y eso empezó a pesar un poco. Tuve un ofrecimiento de dirigir un teatro nacional en Italia y lo discutimos en casa, que también fue pensar qué estaba haciendo internacionalmente. ¿Iba hacia algún lugar? Vino un teatro a ofrecer estabilidad, cambio, mudaban a toda mi familia, y me surgió la misma respuesta que me surgió a los 21, cuando salí por primera vez con Mi muñequita. Me ofrecieron trabajo por tres meses en Barcelona y dije “¡Ni en pedo! ¿Tres meses afuera? Si a mí lo que me gusta es Montevideo”. 20 años después, siguió la misma respuesta. Yo no me quiero ir de este país. Hay muchas dificultades, pero en todos los países las hay. Y a mí las virtudes de este país me gustan: la gente me aprecia, me quiere, me da un espacio. Siempre tengo una nota, alguien con quien charlar, al que poder contar mis ideas. Siempre encuentro un público que viene.

Cuando estaba rumiendo la idea de viajar un poco menos y empecé a decir que no a cosas, vino esta invitación y me pareció que era ideal. Era poder hacer por mi comunidad, parar un poco mi carrera internacional, que no pienso abandonar ni cambiar de rumbo. Pero me permite estar por lo menos tres años acá, dedicando mucho del trabajo acá. Ya volveré. Mi carrera es corta, son 20 años, pero es intensa, y por suerte he visto que las oportunidades se dan varias veces. No siempre igual; uno nunca vuelve a tener aquella oportunidad. Pero tiene otra, que a veces es mejor y a veces es peor. En estos momentos siento que se dio bien. Por supuesto, voy a hacer menos cosas afuera, pero se recuperará.

Y tenés la posibilidad de concentrar todo en un solo elenco.

Es un privilegio. Empecé hablándote de un sistema roto, con problemas, pero eso no quita que sea consciente de que soy un privilegiado. Yo tendré responsabilidad en ese privilegio, pero este país con sus carencias me ha dado oportunidades en muchos escalones y ahora me las vuelve a dar. Esto es un privilegio, es un honor, es una responsabilidad, y sé que hay muchas directoras y directores de este país con más talento que yo que merecían esta oportunidad. Tengo la responsabilidad de, en una Comedia Nacional que cumple 75 años, ser un escalón hacia arriba. No tengo que solucionar la Comedia ni cambiar la escalera: tengo que ayudar a que esto sea mejor cuando lo entregue. Y lo sé hacer. Si no lo hago, es netamente mi responsabilidad. Solucionar el teatro nacional no lo sé hacer, hay problemas que me exceden. Pero ayudar a que la Comedia haga lo que venía haciendo, mejor, sí. Me eligieron por eso, y si no lo hago va a estar mal hecho mi trabajo.

Y ese es el servicio público. Es trabajar por los otros en un beneficio, a la larga, personal. No es una solidaridad tonta. Hay algo de egoísmo de decir: si este sistema mejora, voy a trabajar más cómodo en un futuro. Por eso yo no entiendo a los egoístas; el verdadero egoísmo es la solidaridad. Claro, es más trabajoso. Pero a veces tu país te da la oportunidad, y eso lo agradezco. Después veremos; al final del día tienen que hablar las obras, y eso va a ser difícil. Sé que abrir el panorama de lo que es el teatro de la ciudad, la Comedia Nacional, es también abrir la mente de que las obras no tienen, todas, que gustar, entretener o hacer reír. El que va al teatro sabe que es una experiencia compleja. A veces te aburrió pero valió.

A mí dos obras que me marcaron mucho son obras que no me gustaron. Una de ellas no la entendí hasta hoy, y todavía me acompaña. He visto más obras que me han gustado y que me he olvidado, que obras que han sido perturbadoras. Creo que en el cine y en la televisión la gente está más abierta, el disgusto es personal. En el teatro siempre es colectivo. Entonces hay que estar preparado emocionalmente para ir a enojarse en masa.