El cuidado en el espejo es el segundo libro individual de Felipe Ruete, luego de la novela Malucos. Consta de una novela corta, que da título al volumen, y ocho cuentos.

El universo narrativo tiene muchas similitudes en todos los relatos: el narrador-protagonista es siempre un joven de aproximadamente 30 años que se enfrenta a las clásicas problemáticas sobre encontrar un lugar en el mundo, la tensión de los primeros trabajos, la inestabilidad de la vivienda, los amores, desamores, encuentros y desencuentros. Casi podría decirse que es el mismo personaje el que narra en todos los textos. Puede considerarse también desde la perspectiva de una narrativa generacional, en tanto las problemáticas atañen básicamente a quienes tienen esa edad en esta época.

Posiblemente el texto más logrado sea “El cuidado en el espejo”, en el que este treintañero se llama Juli y sus conflictos giran en torno a una figura paterna ausente y a su enamoramiento con Vale, una chica audaz que vive de okupa y escribe una novela. En “Que Dios nos perdone” cuenta varias anécdotas de una ardua experiencia laboral en un rodaje cinematográfico en Madrid. En “Guerra y paz”, una escena de violencia sexual irrumpe en un apacible veraneo. “Cenizas el domingo” es una autorreflexión sobre los vínculos y la necesidad de renovarlos en la medida de la evolución personal. En “Ensoñación” el protagonista resuelve una crisis creativa a través de una visión cotidiana e ignorada por los otros. “Cuestionar a Dios” repasa recuerdos de infancia y adolescencia en un colegio religioso. “El desierto” es el relato de un extraño y fascinante sueño. En “Encuentro” una situación accidental obliga al protagonista a encontrarse solo en la casa de una vecina, y en “Diario de separación y encuentro” se narra el proceso entre el fin de una relación amorosa y el comienzo de otra.

Pese a su entusiasmo y positividad, la narrativa de Ruete ostenta no pocas fallas. Entre ellas, cierto exceso de autoficción en la que parece que el protagonista estuviera más pendiente de contarse a sí mismo que de contar una historia. Muchas veces las acciones parecen aleatorias, desjerarquizadas, y esto ocurre porque los procesos internos de este yo narrativo parecen más importantes que lo que pasa alrededor. Los seres y las cosas que encuentra no cumplen prácticamente otra función que acompañar ese proceso. Incluso “El desierto”, en el que las imágenes oníricas son sumamente fuertes y sugerentes, pierde efectividad cuando el narrador comienza a contar sus conflictos laborales.

Esto es sumamente notorio cuando se refiere a asuntos amorosos. Las “amadas” no se desarrollan como personajes más allá de las necesidades y deseos de este protagonista. De hecho, el personaje de Vale entraría en el estereotipo de la manic pixie dream girl, ese cliché hollywoodense de las comedias románticas, la muchacha alocada y sumamente atractiva diseñada a la medida de los deseos del protagonista masculino, y cuyo desarrollo como personaje se encuentra limitado a satisfacerlo, no sólo en el plano amoroso sino hasta en el existencial. Vale interviene en la vida de Juli básicamente para ayudarlo a resolver su problema con la figura paterna.

Probablemente esta sea la causa de que la novela corta que da título al libro sea un tanto mejor que los cuentos. El cuento como género suele exigir cierta precisión que en formatos más largos no es tan necesaria. Pero al menos en este primer relato se mantiene un pulso narrativo ágil y los momentos de introspección del protagonista no se hacen tan largos como en los cuentos.

Por otra parte, podría decirse que ciertos pasajes exudan una positividad un tanto tóxica. Hay un afán en que todo tenga que tener una enseñanza, un aporte a la autosuperación personal. Ni siquiera la violenta escena de “Guerra y paz”, en la que se expone el preámbulo de una afortunadamente frustrada violación grupal, se salva de ser una inspiración positiva. (“Lloré mucho los siguientes días. Ese instante de guerra me trajo mucha paz. Construyó un faro en mí y es parte del álbum que me compone. Me ayudó a ordenar mis prioridades y recordar lo que valgo”). Esto es particularmente notorio en “Cenizas el domingo” y “Diario de separación y encuentro”, en los que la anécdota es mínima y este proceso de autosuperación del protagonista es prácticamente todo lo que hay. Esta búsqueda de enseñanzas positivas puede ser muy saludable, pero genera mecanismos repetitivos y estereotipados en términos de la narración.

No es raro que el autor use la metáfora del espejo, tanto en el título del primer relato como en el final del último: “Hoy agradezco el lugar en el que me encuentro, me siento muy afortunado. Pasé por momentos difíciles, de mucha confusión pero las cosas cambiaron. Fui capaz de ver más allá de eso y me encontré con alguien junto a quien comparto de la misma manera. En ella observo mi reflejo y me gusta lo que veo, la luz que me devuelve.” A lo largo del libro, parece que solamente ha observado este reflejo, sin ver realmente qué o quién se lo devolvía. Y no se trata, obviamente, de acusar a nadie de egoísta; no es un problema ético. Ocurre que en este caso esa excesiva atención al yo saca del foco lo más importante: lo que se está contando.

Felipe Ruete es un autor muy joven, y probablemente tenga mucho más para dar. Apena decir que, en balance, esta colección de relatos alcanza una calidad apenas aceptable.

El cuidado en el espejo. De Felipe Ruete. Montevideo, Rumbo, 2022, 208 páginas.