Puesto que el mundo tiende, como bien nos tiene acostumbrados, a desplomarse, hablemos de cosas importantes, es decir, de la siesta. Puede que esta actividad aún se relacione con la pérdida del tiempo, la holgazanería y la vagancia, pero son juicios alentados, en principio, por la tradición cristiana y su condena de la pereza y, seguidamente, por el sistema capitalista, que no perdona el empleo del tiempo en actividades distintas al consumo y la producción. Lo que hace Miguel Ángel Hernández en El don de la siesta es rastrear y cuestionar esa mala fama de la siesta no sólo resaltando los beneficios para la salud y el bienestar, para la creatividad y el pensamiento, sino proclamando ese momento de recogimiento como una forma de resistencia ante la demanda de productividad en un tiempo ansioso cuyo frenesí genera la sensación de un presente continuo. Siempre conectados: comunicando, creando, produciendo, siempre vinculados al infatigable mundo externo.

“¿Escribir sobre la siesta en medio de la catástrofe?”, se pregunta Hernández en el prólogo, fechado en junio de 2020. Contextualicemos: coronavirus, pandemia y España. Aparece un diálogo con un presente común y la justificación del tema para los tiempos que corren, como si la salud y el tiempo, acaso nuestros únicos bienes, no fueran importantes, o no lo fueran lo suficiente. Por mi parte –me considero un novato y más bien ocasional siestero–, aunque con agrado me gustaría perfeccionar este arte de la desconexión, me he visto también argumentando ese retiro, esa “mala costumbre”, como bien señala Hernández, para no quedar como un apático y desvergonzado ante un mundo que avanza, con su progreso en modo de acción continua. Si bien mi alegato es básico y predecible, más bien centrado en las bondades de recuperar energías, en reiniciar mi organismo para afrontar con cierta lucidez los retos físicos y mentales, la lectura de este ensayo ilumina la siesta más como un acto político y, ahora, un espacio acechado por las omnipresentes multinacionales, que traducen esos beneficios como alicientes para sus metas, o sea, para una mayor productividad. En este sentido, la brevedad del libro es engañosa, pues no se queda orbitando en este acto como una forma de placer corporal, sino que la siesta es el subterfugio para hablar del tiempo, del cuerpo y de la casa, para que aparezcan la filosofía, el arte y la política, entre otros temas.

Google, Nike, Apple, Pepsi, IBM incluyen en sus rutinas laborales el descanso de sus empleados, pero no precisamente en beneficio de estos. Estas empresas entienden la siesta como una forma de asegurar la recarga energética que luego incrementará la producción de los trabajadores. Así, esta forma de descanso ya no interrumpe el trabajo, sino que se hace parte sustancial de él. El apartado del libro que indaga en estas inesperadas prácticas laborales es ilustrativo de la siesta como mercancía y objeto de consumo. Pero no sólo recuenta la apropiación hecha por algunas multinacionales de este apartarse del mundo, sino que ilumina toda una pujante industria del sueño que va desde los novedosos hoteles-café-siesta hasta las aplicaciones que miden la calidad del sueño. Muy pronto habrá que incluir en nuestro catálogo de estimulantes de la ansiedad la presión de dormir bien, pero entendiendo el descanso como parte de la promocionada transformación de nuestros oscilantes cuerpos a máquinas eficientes.

Hernández, según recalca, es un gran siestero, pero, ante todo, un atento lector. Es un narrador que va leyendo. De allí la sustanciosa cantidad de referencias a libros de diversos géneros que directa o colateralmente hablan de la siesta, desde la literatura a la ciencia, desde el ensayo sociológico al tratado filosófico. Ejemplos de arte contemporáneo tampoco escasean, porque la siesta nos aparta del mundo, pero este ensayo abre la puerta para comprender nuestro cuerpo, y también el mundo presente y el que, posiblemente, está por venir.

El don de la siesta. Notas sobre el cuerpo, la casa y el tiempo. De Miguel Ángel Hernández. Barcelona, Anagrama, 2021, 136 páginas.