Laura Inés Martínez Coronel nació en Melo en 1965 y fue escritora, periodista y docente. Falleció en 2020, una pérdida muy repentina y dolorosa dentro del mundo de las letras. El mismo año la editorial CR Ediciones, de la ciudad argentina de Rosario, publicó póstumamente su último libro, El sagaz nombre de las frutas, que ha llegado recientemente a librerías montevideanas.

Probablemente la de Martínez Coronel sea una de las voces más potentes de la poesía uruguaya de los últimos años. El sagaz nombre de las frutas es una buena oportunidad para entrar en un mundo poético sumamente rico y de gran calidad.

No se trata de un libro fácil. Además de su extensión (114 páginas que contienen 64 poemas), el libro nos invita a entrar en terrenos sórdidos y escabrosos. La muerte, la pérdida, las ausencias son el hilo conductor de estos textos que, además, se encuentran abigarrados de imágenes. La potencialidad imaginativa de la poeta quizá sea uno de sus puntos más fuertes, llegando en ocasiones a un cierto surrealismo (“un juego magistral en estrados de colores que inducen al vértigo / plumas de bebidas furiosas en agujas de viento” o “cabello rojo escamas de plata / niños en el mármol con ojos / en grandes escalofríos de sangre fugaz”). Cada texto es una ametralladora de imágenes que se hilvanan unas con otras, ayudadas por la ausencia de puntuación, logrando efectos muy potentes.

Asimismo, la rítmica también intensifica estos efectos. La autora utiliza metros constantes a lo largo de cada poema, lo que genera compases hipnóticos y sugestivos. La puntuación, como decíamos, está casi ausente, por lo que las pausas las deciden los mismos versos, la mayoría relativamente largos.

En todos los textos puede percibirse la presencia de la muerte, sea en su sentido más literal (“en el cementerio voraz / están los cadáveres incendiados / esqueletos malolientes”) como en uno más amplio, desde cualquier pérdida o ausencia (“quizás el hijo que no tuvimos / quiere balbucear nombres”). Por eso tienen igual intensidad un largo poema a la muerte del padre (el número XVIII) como los textos más eróticos, en los que se habla de pasiones en general frustradas o dolorosas (“no te vi dormir / no me detuve / todo sucedió lejos de mí / tu respiración es un país que no visito / Tuve un hijo tuyo / muerto / di mi corazón en sacrificio”), así como algún escaso texto de denuncia (“veo niños que vomitan gusanos / soñando con ser cocineros / para tener algo que comer”).

Pero no hay aquí una entrega servil o pusilánime a la muerte y la pérdida. Lo que aquí se juega también es la pulsión de vida, aquello que se resiste a morir (“para sostener la piel íntima con un ruego feroz / de ternura implacable”). Pese a utilizar palabras e imágenes sombrías, es una poesía que desborda vitalidad, tanto en lo formal como en lo semántico. Esa tensión entre la vida y la muerte, entre el Eros y el Thanatos, es la columna vertebral de El sagaz nombre de las frutas.

Asimismo, el libro en sí presenta una coherencia, como si se tratara de una obra conceptual. Ayuda en esto que los poemas se encuentren numerados y no titulados, lo que refuerza su organicidad. La repetición de ciertas palabras y conceptos (“muerte”, pero también “matriz”, “mármol”, pero también “frutas”, que aparecen aquí desde el título, como símbolo de lo vivo) contribuye también a que estos poemas aparezcan como una unidad. No obstante, estos símbolos tampoco son estáticos. La matriz, símbolo del origen de la vida, también guarda cosas muertas o no nacidas. La muerte también da lugar a lo que nace. En este juego la plasticidad de las imágenes se impone por sobre cualquier obviedad o estereotipo.

Pese a esta coherencia, es un libro que sorprende. En medio de estas oscuridades, los ramalazos de luz irrumpen de forma violenta y visceral. En los momentos más luminosos se adivina un dolor, un esfuerzo, como si se tratara de un parto (“supe con acierto y desacierto / que era avasallada / por una especie de saciedad urgente / del mundo de las cosas / fue como si me atacara un caníbal / un pulpo grave de tentáculos agudos”). No son pocas las alusiones a la maternidad (ya señalamos la presencia de la palabra “matriz”), realizada o frustrada, especialmente en los textos de mayor contenido erótico (“pero el tembloroso niño desapareció / sin nacernos / la matriz ardiente destruyó la humareda / con un viejo ademán de tedio desmedido”). No obstante, también en el sentido de la creación poética se encuentra un impulso vital (“la poesía es sabrosa como un pan menudo / necesaria como un pájaro en la humedad y sus abejas”).

Si bien, como ya dijimos, en algunos momentos se percibe un toque surrealista, resultaría difícil encasillar este libro en una tradición poética o un movimiento, en tanto la voz es sumamente original y personal. La obra de Martínez Coronel es lo suficientemente vasta para ameritar una mayor atención por parte del público y la crítica. Aunque sea, tristemente, aprovechando ese maravilloso sponsor que es la muerte.

El sagaz nombre de las frutas. De Laura Inés Martínez Coronel. Rosario, Argentina, CR Ediciones, 2020, 114 páginas.