Julieta Lopérgolo, licenciada en Letras y psicoanalista, nació en Rosario, Argentina, en 1973 y desde hace unos cinco años vive entre Montevideo y Buenos Aires. Publicó cuatro poemarios antes de Estado anterior, que acaba de salir en Montevideo en una edición de Yaugurú.

En este libro se inclina por una poesía sintética, en la que en pocas palabras se expresan sentidos profundos y complejos. Son textos plenos de nostalgia y melancolía en los que se siente sobre todo el paso del tiempo, las ausencias, las cosas que nunca se alcanzan. Como bien dice el título, los “estados anteriores” se oponen al tiempo, implacable, que las altera y hasta destruye: “La última en llegar a casa / sacudió el polvo heredado / y lo escondió en la habitación / donde se arrumban las pérdidas”. Hay una necesidad de llegar a la esencia de las cosas, eso que no debería corromperse o perderse, que se expresa en la cita de Selva Casal que abre el libro: “A cada paso yo tengo que golpear el mundo / recuperar algo”. Esta necesidad muchas veces se ve frustrada en tanto lo permanente quizá no sea lo más deseable: “Siguen intactos / la negación del sol, / el odio a la luz haciendo su trabajo”.

Se trata de una poesía que interroga más de lo que afirma, que busca más de lo que encuentra, sin que eso disminuya su valor poético –más bien todo lo contrario–. Lo poco que se afirma y nombra importa tanto como lo ausente, lo que no se dice o explicita: “Quiero decir: / me oriento, / lúcida de pérdidas, / como una fanática / de lo que no está. // Calmo mi sed con fragmentos de nada”.

El yo lírico es mayormente contemplativo y, muchas veces, plural. Lo que se mira, lo que se contempla, el foco de la atención son las cosas en sí mismas. Sin embargo, en esta contemplación hay un dinamismo. El yo evoluciona en su continua búsqueda hacia el afuera, hacia el universo que lo rodea. Por eso la progresión de los poemas, sea casual o no, tiene una cierta coherencia en la forma en que el yo se va transformando.

Y es que, en definitiva, se trata de una aceptación, no sin conflicto, de la eterna mutabilidad de las cosas. Pese al tono mayormente pesimista, el poema final es una conclusión de esta búsqueda, que no fue en ninguna forma infructuosa.

Aunque hay algunas imágenes relativas a elementos de la naturaleza, es sobre todo el mundo humanizado lo que predomina. Hay varios poemas en los que se habla de casas. Casas viejas, casas que se llenan de viento, casas de muñecas. La idea de habitar se convierte en una simbiosis. Los espacios guardan y modifican la vida que contienen o no, a la vez que son modificados por esta (“En las tacitas de té se acumula el polvo / de conversaciones inexistentes”).

En algún caso también la mirada se vuelve hacia el espacio urbano: “Esta mañana / [...] / han rociado veredas con progreso y espanto, / han confirmado el mundo / tal como siempre ha sido”. En otro, la mirada se vuelve hacia los ritos mortuorios: “Los que no estamos desnudos de por vida / hablamos sobre la vestimenta de los muertos. / ¿Por qué razón habríamos de abandonar los trajes, / los vestidos, las cintas, los adornos, / los botones / los zapatos / las puntillas?”. En el primer caso se muestra la necesidad humana de controlar la naturaleza como una tendencia opresiva y asfixiante, a la manera del “Walking around”, de Pablo Neruda. En el segundo, esta necesidad roza el ridículo al pretender ocultar con ornamentos la fatalidad de las fatalidades, la muerte misma.

En algún poema se plantea el retorno a la naturaleza como una salida a esta opresión de “lo humano” (“Que me encuentre el perfume del fuego / grabado en la memoria de las hojas adultas, / de esas de las que se desprenden dos pieles grises”); no obstante, en algún otro, la naturaleza también parece tener una atmósfera opresiva y oscura (“¿Qué tarde afila hoy sus cuchillos desde temprano? / Al monte le pregunto si es esta la rama elegida, / o si es un desarreglo de su sombra, / para decirme que todo es engaño también acá”).

Hay recuerdos de infancia y juventud que generan una alternancia temporal en los poemas. En general, el universo poético se mueve entre pasados y presentes verbales. Los poemas escritos en pasado suelen remitir a la placidez de la inocencia perdida, pero esta también puede enunciarse en presente: “Caminamos de noche / lejos de la casa. / No sembramos el camino de migas. / [...] / En el pecho nos dan / con piedras intranquilas / [...] Somos jóvenes. / Nos dan / y no nos damos cuenta”. En ese confortable territorio pretérito, en ese “estado anterior”, lo que no se percibía era, justamente, el paso del tiempo.

Como dice Claudia Magliano en la contratapa, “la voz de Julieta Lopérgolo es suave e intensa”. No recurre a grandes arrebatos emocionales ni a efectismos imaginativos, hay siempre una distancia de la emoción. No obstante, este distanciamiento permite focalizarse en lo más esencial o, si se quiere, lo más existencial.

Estado anterior nos va llevando así en su continua interrogación sobre lo que cambia y lo que permanece, lo efímero y lo eterno, con un lenguaje poético muy maduro y afianzado. Los poemas conforman una unidad estilística coherente y sólida, elaborada con un saludable buen gusto, muy bien acompañado también por la edición.

Estado anterior. De Julieta Lopérgolo. Montevideo, Yaugurú, 2022, 48 páginas.