Historias de amputación a la hora del té fue el segundo espectáculo estrenado por la compañía chilena Niña Horrible, fundada en el año 2013 por el director Javier Casanga y la dramaturga Carla Zúñiga. En Montevideo conocimos un texto de Zúñiga hace pocos meses, cuando la Comedia Nacional encargó a Domingo Milesi el montaje de La trágica agonía de un pájaro azul, texto que Niña Horrible estrenó en Chile en el año 2016.

No es difícil establecer líneas en común entre la obra producida por la Comedia y estas Historias de amputación que presenta El Galpón bajo la dirección de Vladimir Bondiuk Petruk. De hecho, el propio nombre de la compañía indica una de las líneas de trabajo que podemos detectar en las dos obras estrenadas en Montevideo. Niña Horrible, de forma afirmativa, discute frontalmente contra un “deber ser” que la estructura social impone a las mujeres. Y lo hace señalando algunos vericuetos absurdos a los que las mujeres están obligadas por seguir esos mandatos. Si en La triste agonía de un pájaro azul el eje central era la obligación de ser felices, una obligación que negaba la tristeza concreta que se instalaba en la vida de las protagonistas, en Historias de amputación a la hora del té la belleza femenina se torna tema central.

Laurita tiene que tener la muerte muy cerca para poder gritarle a su abuela sin tapujos: “Somos feas. Tú y yo somos feas. Mi mamá era fea. Somos una familia de mujeres feas”. Y aunque podríamos relativizar el contenido de las categorías “linda” o “fea”, lo que no es relativo es cómo estas categorías operan concretamente en la subjetividad de las personas. Carla Zúñiga tensa al extremo las consecuencias que esa imposición de ser “linda” impone en sus criaturas, logrando un trabajo con un enorme potencial crítico y divertido a la vez.

La historia comienza con Laurita dominada por una enfermedad y por un tratamiento que la obliga a vomitar de forma regular. Sin embargo, lo central de la primera escena es la discusión con su abuela, que no le permite ir a una fiesta por temor a que le pase algo. En esa primera escena queda presentada una contradicción que aparecerá con variaciones en todo el espectáculo. ¿De qué hay que cuidar a una enferma terminal? La insistencia de la abuela, en una situación tan extrema, pone en evidencia cómo un deber ser condiciona y aprisiona la vida de esas mujeres. Y esa situación, trascendiendo la historia concreta, parece actuar como metáfora de un orden social que produce un tumor mucho más extendido que el que carcome a Laurita. La resignación de la nieta luego de la discusión parece explicitar la temática de la obra: “De todas maneras todos se iban a burlar de mí. Siempre se han burlado de mí en las fiestas. Incluso antes de que se me cayera el pelo. Siempre me han dicho fea, que parezco hombre. Que soy peluda y tosca de cara. Que tengo los ojos tristes y las manos grandes.” El cáncer del que habla más generalmente Carla Zúñiga tiene que ver con el tejido social, no con células biológicas.

La anécdota de la obra, atravesada por la enfermedad de Laurita, gira en torno a su próximo cumpleaños y al deseo de la protagonista de conocer a su padre. Entre la búsqueda de soluciones milagrosas al cáncer y el rastreo del paradero del padre, una galería de personajes poblará la obra y mostrará otras formas en las que diversos imperativos dirigidos a las mujeres oprimen tanto sus cuerpos como sus subjetividades. Tampoco faltarán historias de abusos concretos, que marcan la trayectoria de los personajes y determinan su comportamiento.

La apuesta a tensar las consecuencias de esos imperativos internalizados lleva a que la propuesta camine hacia una estética expresionista, con hilarantes momentos grotescos. Sólo Laurita tiene momentos reflexivos, en los que su expresión no es exasperada. Estas pautas obligan a que el trabajo del elenco se centre en la exterioridad corporal. El diseño del vestuario y la caracterización (Victoria Tavella y Dahiana Ramos) son fundamentales para que, combinados con el trabajo del elenco, la exasperación de los personajes se instale en la sala. La escenografía de Eugenia Ciomei, que en dos niveles hace que toda la comunicación de los personajes pase por el cuarto de Laurita, es también funcional a subrayar la absoluta falta de intimidad de la protagonista.

Originalmente, Historias de amputación a la hora del té estaba pensada para un elenco masculino, como subrayando que la caída del cabello y la amputación de una mama “masculinizan” el cuerpo femenino y lo “afean”. En esta oportunidad la mayor parte del elenco es femenino, y la amputación no parece tan presente. Sin embargo, el espectáculo, quizá con otro tono, logra los objetivos de exponer la cárcel en la que viven sus personajes y de divertir a la platea. Y no deja de ser muy estimulante ver la renovación del elenco de El Galpón. Acompañan a Myriam Gleijer, Gisella Marsiglia y Pablo Robles un grupo de jóvenes actrices que prometen continuar la tradición de una institución emblemática de nuestro teatro, que acaba de cumplir 73 años.

Historias de amputación a la hora del té. De Carla Zúñiga. Dirigida por Vladimir Bondiuk Petruk. Teatro El Galpón. Sala Atahualpa. Sábados a las 20.30 y domingos a las 18.30.