La edición en DVD del espectáculo con que se presentó hace dos años el disco Y no entendieron nada, de Toto Méndez y sus Compadres, es valiosa en tres sentidos. Permite disfrutar una música maravillosa, embellecida aún más por la presencia de virtuosos invitados como Hugo Fattoruso (en acordeón), el percusionista Jorge Trasante y los guitarristas Esteban Klísich y Roberto Darvin; constituye un documento muy útil para entender cómo funciona un grupo instrumental basado en guitarras, típica y profundamente uruguayo; y de yapa incluye una larga entrevista con su director, que aporta perspectiva histórica y ayuda a comprender con qué acumulación de experiencias y aprendizajes se construye una riqueza artística como la suya.
Eduardo Toto Méndez ha desarrollado una personalidad musical muy definida, con centro en las milongas, pero continúa una larga tradición de guitarreros que también se saben lucir en zambas, valses, chamarritas, tangos y candombes. Una tradición con raíces en los dos lados del río Uruguay y que, en su banda oriental, produjo un hito histórico a partir de los conjuntos de acompañantes de Alfredo Zitarrosa, que en los últimos cinco años de vida de ese gran cantor tuvieron a Méndez como integrante destacado (para apreciar un hilo conductor, se recomienda escuchar “La trampera”, grabada por el Cuarto Troilo-Grela en 1962, para identificar cuánto de aquellas guitarras se recreó en las de Zitarrosa, y luego la reciente grabación del mismo tema por el Cuarteto Ricacosa).
Además Toto ha sido, desde su infancia, una persona ávida de aprender otras lógicas, con intereses que van desde Pink Floyd a la murga, pasando por la bossa nova, y que atesora el recuerdo de la primera vez que tocó una Fender Stratocaster.
Por otra parte, el territorio en que se mueven los Compadres no se define sólo -y quizá ni siquiera principalmente- por la enumeración de los géneros musicales incluidos en su repertorio. El molde del crisol es en gran medida la opción por determinados instrumentos y por determinada manera de tocar las guitarras con púa (a cargo de Toto, de Carlos Morales y de Carlos Méndez), que tiene muchas consecuencias relevantes.
La armonía no surge de notas simultáneas ejecutadas por una persona, sino de la interacción entre las frases que dice cada una (escúchese cómo cambia la cosa cuando se integran Klísich o Darvin, que no usan púa). Estamos en el mundo del contrapunto y de los conjuntos de cámara, pero de un modo particular, ya que la sincronización es clave pero, a diferencia de lo ocurre en la “música culta”, aquí es necesaria la existencia de mínimos desfasajes que aporten swing.
Además, el ataque de las cuerdas con púa implica que la duración de cada nota sea relativamente breve, y este tipo de conjuntos tiene horror al vacío: construye tramas densas, sin huecos de silencio, que en muchas formaciones típicas (como el Cuarteto Troilo-Grela y las guitarras de Zitarrosa) se apoyan en las notas graves del guitarrón, y aquí en un “baby bass” (a cargo de Enrique Anselmo), que no es el bajo eléctrico del rock, con forma semejante a una guitarra, sino un contrabajo eléctrico, que se ejecuta en posición vertical y se ha usado mucho en los grupos de salsa.
En ese marco, predominan a la vez las estructuras y las melodías. No está planteado un esquema de “solista con acompañantes”, ni un reparto de tareas en el que unos sostienen la improvisación de otros. Escuchamos piezas compuestas con cuidado y muy ensayadas, en las que no se reclama el centro de la atención para floreos individuales, sino para la articulación colectiva de todos los brillos. La composición de estas obras es como el diseño de una coreografía, y uno de sus secretos está en el manejo de la alternancia de velocidades y de cadencias.
El DVD permite que todo esto se vea además de oírse, y aunque el montaje no siempre acierta cuando decide mostrar a un músico en particular, se pueden pasar horas de provechoso aprendizaje sólo con mirar qué está pasando. Y encima es un regalo ideal para explicarle a alguien cómo es la música uruguaya. O cómo es la música.