“Fascinante, otro mundo, con otros parámetros y otro tipo de disciplina”, contesta Martín Buscaglia cuando se le pregunta cómo es subirse a un escenario con una orquesta sinfónica y un extenso coro. Eso fue lo que pasó el 12 de setiembre de 2019 en el Auditorio del Sodre, cuando Cantacuentos –el grupo de música infantil encabezado por la madre de Buscaglia, Nancy Guguich– se presentó junto con la Orquesta Juvenil, el Coro Nacional de Niños y el Coro Nacional Juvenil del Sodre. Ese espectáculo acaba de ver la luz como un disco en vivo –tanto en CD como en plataformas digitales– titulado 300 Cantacuentos (editado por Montevideo Music Group), porque participaron 292 jóvenes músicos, más el director de la orquesta –Víctor Mederos– y los siete miembros del grupo.
Volviendo a lo de la disciplina, Buscaglia aclara que no quiere decir que la música popular no la tenga, pero se dio cuenta de que en el mundo orquestal y sinfónico no hay lugar para la bohemia, por eso ensayaron y tocaron “como nunca”, y eso se nota en el disco. Además, entre los arreglos orquestales –algunos pomposos, dignos de película de Hollywood, y otros majestuosos, como la percusión de “Himno de la ducha”, con aires de Así habló Zaratustra, de Richard Strauss– se mezcla el pulso de ritmos populares que siempre fueron una influencia para los músicos de Cantacuentos. Es así que nos topamos con una cumbia de pura cepa como “La cumbia de los monos”, el reggae con el que arranca “Hay canciones” y el vaivén abrasilerado de “Llamar al viento”, que es la única canción inédita del disco y la última que compuso Guguich, que falleció en noviembre de 2021.
Guguich llevaba la música para niños en la sangre desde que fundó, allá por mediados de los 70, Canciones Para No Dormir La Siesta. Buscaglia cuenta que trabajando con su madre aprendió que con una canción “podés hacer absolutamente cualquier cosa, es de goma, un chicle”. “Puedo tocar una canción como bossa nova, electrónica, a capela, trash, y está todo bien”, dice.
El lanzamiento de este álbum en vivo tiene algo de cierre, comenta Buscaglia, y agrega que a mediados de este año Cantacuentos hará un espectáculo en el teatro Solís, que tendrá un lado más explícito de homenaje a su madre, ya que el disco nuevo no es póstumo ni de conmemoración, aunque terminó siendo así “por la fuerza de los hechos”. “Los Doors sin Jim Morrison no tienen sentido, por más que sigan girando; entonces, es un momento para hacerse cargo de eso, para decir ‘cierro acá’ y después cada uno hace lo que quiere con ese legado”, dice Buscaglia en esta entrevista con la diaria.
Cuando falleció tu madre compartiste una foto en las redes en la que aparecías con ella, de niño, en un estudio de grabación. ¿Qué recordás de estar metido en la música desde que tenés uso de razón?
Esa foto es en Sondor, grabando algún disco de Canciones Para No Dormir La Siesta, supongo. Era el laburo que tenían mis viejos, entonces, nunca lo vi como algo raro, ni lejano ni separado de la vida cotidiana. O sea, me hacían de comer y después ensayaban en el living de casa con músicos que son unos capos. Cuando arrancó Canciones, Jaime [Roos] tocaba el bajo, y también venían [Jorge] Galemire, Urbano [Moraes], más todos los divinos que tocaban. Eso siempre fue cotidiano. Y después me di cuenta de que, como era un grupo de música para niños, yo también tenía conciencia de eso. Porque capaz que si hubiera sido un grupo conocido pero de una música a la que yo no tenía acceso o no curtía, hubiera sido como un trabajo que tenían mis padres pero sin saber lo que generaba eso. Yo sabía porque mis amigos eran fans de Menudo, Parchís o Canciones Para No Dormir La Siesta.
¿En algún momento no sentiste que podían probar las canciones con vos?
No. Después me di cuenta de que –y aunque quede mal, es así–, como todos los que andaban en la vuelta –mis viejos, más que nada, pero sus amigos también– estaban relacionados 100% con lo artístico –no sólo la música, porque mi vieja tenía el taller de expresión corporal y mi viejo [Horacio Buscaglia] hacía de todo–, yo ya me sentía como ellos. Eso es bien distinto de lo que les pasó a mis amigos, como Martín Ibarburu, por ejemplo, que dice “vi a The Police y quise ser baterista” o “fui a un toque de no sé quién”... Yo ya era uno, me sentí artista de one.
Cantacuentos arrancó a fines de los 90.
Sí, después de que se separó Canciones Para No Dormir La Siesta; cada uno siguió haciendo sus cosas, algunos con la música y otros no, y entonces mi vieja hizo un par de espectáculos con Gonzalo Moreira y después uno conmigo –yo era chico–. Empezó en Canal 5, como un micro para la hora de dormir, duraba cinco o diez minutos: mi vieja contaba un cuento y después hacíamos un tema. De hecho, el primer disco de Cantacuentos [homónimo, de 1999] en realidad es una compilación de los programas, por eso en la discografía es el más minimalista y –viéndolo como músico– no está pensado como un disco en un estudio, era para la tele.
Canciones Para No dormir La Siesta fue un grupo de culto, que incluso tuvo su veta de resistencia a la dictadura. ¿Cómo fue seguir un proyecto similar? ¿Pesaba?
Nunca me lo planteé. Ya está, “música, buenísimo”. Las épocas cambian. Para mí es evidente que la misma riqueza, rigor y búsqueda que tenía Canciones en lo musical la tiene Cantacuentos, pero con nuestras influencias, que no son tanto el latinoamericanismo como tenía Canciones, que era esa época, se tocaba eso y se prestaba atención a eso. Cantacuentos tiene más funky, hip hop, reggae y cosas así, porque es lo que escuchamos la mayoría de los músicos que lo integramos. No lo hablé nunca con Moreira ni con [Walter] Venencio en su época ni nada, pero para todos los que estuvimos –porque pasaron un montón de músicos por Cantacuentos y por Canciones– la música para niños es un laboratorio gigante. Hay pila de cosas que después desarrollé que probé primero en discos de Cantacuentos; detalles arreglísticos, por ejemplo. Había algo en la manera de componer las canciones para Cantacuentos –muchas las hacía con Nancy– que era superior a lo que lograba con mis canciones para mí o para adultos. Ahora creo que ya lo logré.
¿Tiene que ver con lo lúdico?
Sí, con un fluir y una confianza extra. No es sólo lo lúdico, es una palabra reduccionista porque parece que es un juego, entonces, es sólo tierno; el juego tiene reglas, uno gana y otro pierde. Un niño es puro pero también salvaje: te hace un dibujo y lo tira porque está tranquilo ya que sabe que puede hacer otro. Yo eso lo vi laburando con Kiko Veneno, que lo recontra tiene: el loco hacía unas letras increíbles y si por h o por v no le cerraban, las arrugaba y las tiraba. Tocar con un niño es lo más parecido que hay a tocar con un gran virtuoso, porque en las cosas más diáfanas son iguales: Hugo Fattoruso y un sobrino de cinco años tienen el mismo grado de verosimilitud y de imprevisibilidad, y no hay niños caretas. Entonces, lo más parecido que podés hacer para tocar con alguien como Herbie Hancock es tocar con un chiquilín. Cuando me di cuenta de que ahí estaba en contacto con esa posibilidad, empecé a ver cómo traerla para mi mundo.
Algo destacable de Cantacuentos, que también tenía Canciones Para No Dormir La Siesta, es que no tratan a los niños como adultos bobos, una práctica bastante común en la música dirigida al público infantil. Pero imagino que eso ni lo pensaron, ya les salía natural.
No lo pensás, porque hay música para adultos que también te trata como un adulto menor... no sé cómo llamarlo. Para mí hay un filo, porque obviamente hay que ser consciente de eso, pero si solamente te dedicás a trabajar adrede en no tratarlo como... Tiene que haber algo natural en la manera de componer, si lo racionalizás totalmente fracasa, se nota que es correcto pero le falta un nervio.
¿Cómo nació la idea del espectáculo con la Orquesta Juvenil y el Coro Nacional de Niños?
En 2019, bien previo a la hecatombe, a la guerra mundial esta. Tenemos tantos años, tantas canciones, ¿cómo no lo vamos a hacer? Dentro de Cantacuentos también están Gustavo Montemurro y Herman Klang, que los dos arreglan para orquesta. Las canciones que arregló Monte son como de Disney y las de Herman son como de [Karlheinz] Stockhausen, que es lo que queríamos. Se dio esa posibilidad, pero fue un toque, nomás, no lo hicimos para grabarlo ni para hacer un disco. Vino la pandemia, todo mal, mi vieja más enferma, y en el puesto de los quesos de la feria me encontré con Javier Viña, el sonidista que labura en la sala Adela Reta, y me dijo que el toque estaba grabado en multipista. Me volví loco. Le conté a mi vieja, fui a hablar con Martín Inthamoussú [entonces presidente del Sodre] y me contó que mi vieja fue la primera que se dio cuenta de que él era bailarín: cuando lo llevaron al taller que tenía mi madre, todos agarraban instrumentos y él se puso a bailar. Yo no sabía nada de eso. Empecé a mezclar el disco y pasó algo muy emotivo: que lo laburé todo con Nancy, con ella sabiendo que no lo iba a escuchar..., sabiendo que esto iba a salir cuando ella ya no estuviera acá. Esa cosa de que el arte es largo y la vida es corta... La frase quiere decir que el arte cuesta trabajo pero en realidad no, es que es mucho más grande que cualquier persona. Eso siempre lo pensé pero como en una charla de bar, filosófica, pero ahí lo vi, literal, yo con mi madre, escuchando, diciendo qué tema va, qué tema no va, y ella sabiendo que... ta.
Capaz que si sabías que estaban grabando el espectáculo sentían más presión a la hora de tocar.
Menos mal que no sabíamos, total. Es un disco en el que pasan muchas cosas: por un lado, tocamos y cantamos re bien, porque al estar metidos en el sistema más académico, orquestal, son mucho más estrictos de lo que somos en la música popular, entonces, ensayamos más que para ningún otro concierto. No había ningún toque de Cantacuentos en el que no nos pisáramos en los diálogos, que nadie metiera un bocadillo de más... Y otra cosa: ninguno de los músicos que tocaron, de la Orquesta y del Coro Juvenil, había nacido cuando hicimos algunos de esos temas. Fue el combo de la máquina del tiempo y de la fuente de la juventud. Y el disco lo sacamos el 15 de diciembre, el día en que mi vieja cumple años... Sobre mi madre vengo pensando... Falleció hace más de un año, a fines de noviembre. Cuando murió, toda la devolución que hubo de la gente la sentí con un grado de profundidad, como que desaparecía alguien de una estirpe de la que ya no quedan tantos. Pensando en que ella, por ejemplo, era alguien que no tenía redes sociales, no abría el mail, no iba a los programas de la tele, no estaba en el juego de coso, no era jurado de nada, pero sabías que estaba ahí. Eso es lo que percibí, como esa gente que pensás que va a estar forever haciendo la de ella, descalza, inventando una canción con unos chiquilines. Son de los que ya no quedan, por eso afectan diferente. Relacionado con eso, me di cuenta de que mucha gente me mencionó la voz de Nancy, porque no sólo atravesó generaciones, sino que hay muy pocas tan reconocibles en Uruguay, que son como un aroma que te lleva a un lugar. Se me ocurre Laura Canoura, nada más, más allá de lo que cante, por el tono y el timbre, muy peculiares.
¿Qué te dejó esta experiencia con la orquesta para tu música como solista? ¿Se viene un Martín Buscaglia sinfónico?
No está en los planes. Que me inviten, me hagan todos los arreglos, voy y canto. Lo más lindo es cantar sobre tambores, la mejor sinfonía es esa. Pero no, no lo tengo en los planes. De hecho, me acuerdo de que cuando era chico me burlaba un poco de los grupos que hacían un disco sinfónico. En este caso es distinto porque es para niños, es una rareza total. Esto te marca el tiempo, porque este año se cumplen 25 años de Cantacuentos, son un montón de canciones. Ahora saqué un cancionero, un librito con los acordes, partituras y textos [de su obra solista], y también, eso lo podés hacer de grande, no tendría sentido sacar un cancionero a los 20 años, ni hacer un disco sinfónico, estaría fuera de fase.
Cuando empezaron con Cantacuentos, los niños no tenían tantos estímulos y cosas para hacer como ahora. ¿Cómo se logra captar la atención de un niño cuando tiene distracciones por doquier?
Así como cambiaron en relación con el mundo, también cambiamos nosotros. Yo no tenía wifi, ni se podía viajar con tanta relativa facilidad, era una rareza –el que viajaba era uno que tenía mucha plata–. Pero hoy te seguís emocionando, calentando y riendo con las mismas cosas, eso no varió. Este disco igual es un giro, es otra cosa, es para niños pero es para todo el que escuchó Cantacuentos, muchos de ellos ya son padres o abuelos. La primera canción [“Los cuentos”] no es “vamos a aplaudir y a cantar todos”, sino que ya arranca por otro lado.
Entonces, ¿cómo sigue la carrera de Martín Buscaglia solista?
Tengo de todo. Ahora salió el cancionero, que me llevó mucho laburo. Son 22 canciones, se llama Dos patos y fue una típica idea pandémica. La gente me escribía y me preguntaba cómo se toca tal tema o tal otro, pero nunca contestaba; ponía emojis, onda “manejate”, y en un momento, en el que tenía tiempo y no me dejaban tocar, dije “bueno, ta, lo hago”. Pero, claro, arrancarlo es fácil y terminarlo es un huevo. No lo voy a hacer nunca más, a menos que nos encajen otra pandemia, porque es muy difícil. Como me interesa que se mantenga vivo eso, ¿cómo transcribís una canción?, ¿como la grabé o como la toco ahora, que ya no es igual? Los piques de guitarra, ¿pongo todos los que hago –algunos son difíciles de transcribir– o te la hago fácil? Son muchas decisiones, por eso por ahora no va a haber un volumen dos.
¿Y disco nuevo?
No, no necesito; necesito tocar. El año pasado hice música para teatro, produje un par de discos, el de Paul Higgs [Tridimensional] y el de Mi Amigo Invencible [Isla de oro]. Está buenísimo, te ponés a seguirle la cabeza a otro. Además, estoy pasando música, un montón. Es una faceta pandémica también: me transformé en disc-jockey, que es divino. Es lo que hacía en privado y es un trabajo, más allá de lo que diga Pappo.