Hasta no hace mucho, la cabeza calva del compositor, tecladista y cantante Maximiliano Angelieri recomendaba canciones y videos de sus bandas preferidas, como Haim, Pulp o The Clinic, desde el interior de una vieja tevé de 14 pulgadas, ubicada sobre una vereda del barrio Cordón. Mano a mano con el periodista Gabriel Peveroni conducía Ojos rojos, una muy antojadiza y selecta hora para melómanos que durante algunos años puso al aire TV Ciudad.

“Me encantaba hacer ese programa”, dice el Tano Angelieri en el comienzo de su charla con la diaria. Nunca supo muy bien por qué salió de la grilla: “Era el programa más barato que había en el canal”, explica.

El año que viene, si quiere, podrá festejar los 30 años del estreno de Ipse Dixit (editado en casete por Mala Fama Records en 1994), el disco debut de Exilio Psíquico, el grupo de pop rock nihilista que, junto con el guitarrista uruguayo Orlando Fernández (Cadáveres Ilustres, Buitres, Isla de Encanta), fundó ni bien llegó a Uruguay, a comienzos de los 90, y por el que pasaron algunos encumbrados músicos de la escena local, como Riki Musso, Gustavo Etchenique, Popo Romano y Fernando Notaro, entre otros. Sertralina mon amour (Little Butterfly Records, 2020) es el último registro de Angelieri y su banda, editado y firmado como Exilio Psíquico.

Desde hace un tiempo está radicado en Italia y dedicado a trabajar en la industria cinematográfica europea como técnico de sonido, pero Angelieri vuelve con frecuencia a Uruguay con su pareja y su hija uruguayas, y tal vez, en busca del lugar que vio nacer su mejor inspiración compositiva.

Desde 1990 hasta 2003, el Tano vivió en un apartamento del Palacio Salvo. “En aquel momento todavía te encontrabas con un ascensorista que usaba una palanca para activar la máquina”, recuerda. “En la galería exterior del edificio había dos kioscos gigantes de revistas, y por Andes, tres o cuatro puticlubs; también funcionaba una parrillada que en realidad no era una parrillada. Era una época en la que llegaban muchísimos barcos coreanos y las tripulaciones iban para ahí. A la vuelta había otro boliche, Baires, y un almacén que abría las 24 horas. De tanto pasar por ahí un seguridad grandote me decía: ‘¡Qué hacés, Tano, se ve que sos habitué de acá!’. Yo iba al almacén, nomás”, aclara.

“Yo soy un turro con los teclados, realmente muy malo, básico”, dice, y aunque lo menciona para referirse a algo que pasó ni bien llegó a Uruguay, el juicio adverso sobre sus capacidades intelectuales y artísticas sigue tan despiadado y recurrente como de costumbre. Antes de llegar hasta aquí por primera vez, supo quedarse en Brasil, pero no se halló a gusto. “No quería irme a Italia, pero tampoco quería quedarme en Brasil, así que quise saber cómo andaba mi amiga Sofía [Battegazzore], que se había venido para acá”. Por ella descubrió a Sylvia Meyer, a través de un casete que mucho antes de la historia más conocida de Exilio había ido a parar a Roma y a las manos de Angelieri.

“Sylvia fue la primera cantante de Exilio Psíquico, allá por el 92, en los primeros conciertos que hicimos. Todavía me parece increíble que haya aceptado cantar las mierdas que yo componía. Era algo totalmente inviable”, reflexiona convencido. “Cuando llegué acá, le dije a mi amiga que me la presentara. Fui a hablar con ella. Me contó que estaba preparando la presentación de La hija de Gorbachov (Sondor,1990), el casete que había hecho con libretos de Carlos Maggi. “Venite y tocás conmigo”, me dijo.

“Hicimos los ensayos en la casa de Sylvia y después tocamos en el Notariado. Ella tocaba cosas muy difíciles y a mí me ponía a hacer alguna cuestión más sencilla; tenía una paciencia de oro, todavía no me lo puedo explicar, como tampoco mi atrevimiento de decirle: '¿Querés cantar mis canciones?'. Ahora me avergonzaría como un perro, a pesar de que somos muy amigos. Cuando sos joven y atrevido te animás a otras cosas. Después la vida te enseña”, dice. En esos días tocaba con un teclado marca Mirage que había traído de su casa en Roma.

Tu música se podría ubicar dentro de una continuidad en la que antes estarían Leo Maslíah y Los Tontos, y también algo ligada al pospunk que fue muy influyente en la escena de rock posdictadura. Eso me da que los discos de Exilio tienen un sonido uruguayo. La respuesta obvia sería que los hiciste acá, pero tiene que haber algo más.

Tenía 21 cuando llegué acá. Entre los 21 y los 35 es más o menos cuando uno define su estilo, especialmente si no sos un genio como Mozart, que a los cuatro años ya componía.

Pero podrías haber sonado a ACDC, ponele.

Sí, no sé. Sylvia también me decía que lo mío sonaba muy uruguayo.

Y vos tampoco eras muy del pospunk, ¿no?

Había cosas que me gustaban: The Cure o Nick Cave, que era mi ídolo. Nunca fui muy rockero, tanto así que acá lo que siempre me gustó fue Darnauchans, que no es el ejemplo más rock de Uruguay, y de las bandas que tenían algo de éxito, me encantaba el Cuarteto de Nos, antes de ser amigo de Riki incluso. Lo mío era más el garage de los 60 con su sonido de organitos. Así que la verdad no sé bien de dónde viene esa sonoridad.

¿Qué recordás del Darno?

Me acuerdo del disco que grabamos de Sylvia [Darnauchans,1995] y de la presentación. Ahí él tocaba con nosotros. En una época yo me había propuesto ser un buen tecladista. Empecé a tocar el piano de verdad, y claro, a las tres semanas tenía una inflamación en los tendones que no me dejaba ni cortar una carne. Un día, a las cinco de la mañana, me llama el Darno y me dice: “Me enteré de que no podés tocar, ¡no puede ser! Quedate tranquilo que voy a hablar con un grado 5 de medicina que es amigo mío y te vas a tratar con él”.

Una vez con Orlando, antes de Exilio Psíquico, fuimos los dos solos a tocar a Empalme Olmos, en la pizzería de Leonardo Villar, y de repente vemos que bajan de un auto el Darno, Sylvia y Marco (Maggi); estaban en Las Toscas y se les ocurrió que era buen plan venir a vernos. Eso creo que fue 93, 94, para nosotros fue increíble.

Los 90 todavía se recuerdan como una época difícil para hacer música acá.

Hubo como dos momentos. En la primera parte todo el mundo se quejaba porque no había la misma convocatoria que en los 80 y sólo tenías algunos lugares chicos para tocar: Amarcord, Perdidos en la Noche, El Perro Azul, La Factoría. Al final de los 90, antes de que la crisis terminara con todo, llegaron las multinacionales, Universal, Sony. El Peyote Asesino se fue a grabar a Los Ángeles, La Abuela Coca, a Buenos Aires. Fue un momento de súper esperanza, parecía que todo iba a terminar en MTV Internacional. Y en realidad, años más tarde, algo así pasó, con No Te Va Gustar, La Vela Puerca y el Cuarteto. Ahí se comenzó a industrializar la música uruguaya. Después vinieron los Pilsen Rock, todo lo que yo no viví porque me había ido en 2003.

Cuando Orlando empezó a tocar en Buitres me contaba: “¡no sabés la plata que se está moviendo en el rock ahora!”, aunque también me decía: “igual no te preocupes, hiciste bien en irte, porque a nosotros no nos iba a querer nadie, como siempre”. De esto no hay duda. Con Buenos Muchachos, que en ese momento explotaron, tocábamos en Perdidos por 30 entradas, igual que los Supersónicos.

En los 90 había un montón de cosas lindas. Y ahora es increíble, es el mejor momento de la música uruguaya. Hay miles de bandas y muy buenas. Todo lo que saca el sello Feel de Agua, lo que hace Little Butterfly, o la movida nueva de traperos y raperos que llenan conciertos. Eso es fabuloso.

¿Seguís con la misma curiosidad de siempre por la música nueva?

Sí, los viernes tengo como rutina visitar blogs como Stereogum o Brooklyn Vegan, que te avisan de todos los lanzamientos. Y ahí sigo los discos de las bandas que me interesan y me fijo en los artistas que no conozco todavía. Sigo escuchando música en mp3, además. Me gusta hacer una buena selección de discos para llevar y escuchar con los auriculares.

Hay una teoría que dice que los seguidores de una banda, en algún sentido, se parecen a los integrantes de la banda. Se me ocurre que en Exilio Psíquico eso está potenciado.

Bueno, sí, además a nosotros nos seguía muy poca gente. Pero lo que es cierto es que cuando tocamos, a mí me dan ganas de quedarme a charlar con la gente que está en las mesas. Mi hija ahora tiene 16, pero hace unos años me decía: “Todos los que te vienen a ver parecen amigos tuyos”. Es gente que sigue poniéndose al día con lo que pasa en la música. No están esperando el disco nuevo de REM. En los 90 yo me enojaba porque la gente seguía esperando el disco nuevo de los Rolling Stones y pensaba: “¡Qué me importan los Rolling Stones con todas las cosas nuevas que hay!”. Ahora no te da la vida para escuchar la cantidad de música que sale por semana. Si tuviera 16 años en este momento, con Spotify y Bandcamp, no saldría de mi cuarto. Me acuerdo del día en que Orlando trajo a casa el primer disco de Eels [Beautiful Freak, 1996]. Se lo habían grabado en un casete, sin ningún otro dato que el nombre de la banda. La sensación era preciosa.

Siempre te arreglaste con poca cosa para hacer tu música.

Al comienzo lo hacíamos para que fuera más fácil tocar más, y tocábamos muchísimo. Teníamos un mixer y dos parlantes, y listo. Por eso también nos volvimos dúo. Y ahora que estamos ensayando con Orlando canciones de aquella época para el show, nos dimos cuenta de que están todas en un ritmo mucho más rápido de como tocamos ahora. Éramos mucho más jóvenes, pero, además, no teníamos secuenciador. Yo iba cambiando el número en la batería y después de un compás arrancábamos con el estribillo de la canción.

¿Qué te acordás de cuando escribiste “Yo sé”?

Siempre estuve obsesionado con la edad y el paso del tiempo. Ahí tenía 26 años y mientras escribía pensaba: “Cuando tenga 45 años la voy a poder seguir cantando". Para ese momento 45 me parecía un montón. Sabía que podía funcionar con cualquier edad.

Es, además, la banda de sonido de uno de los momentos más tristes de la película 25 Watts.

Sí, y yo no sabía que la iban a meter ahí. Fue una sorpresa para mí. Un día me llaman Pablo [Stoll] y Juan Pablo [Rebella] y me dicen: “Bo, Maxi, ¿querés ver la primera edición?”. Me senté en el sillón en la casa de Pablo y de repente me quedé totalmente impresionado. Es una película que me sigue gustando mucho y a la que le tengo mucho cariño.

¿Vos en esa época trillabas mucho Montevideo?

En bicicleta, todo el tiempo. No tenía ni tele. Era una época fabulosa, la recuerdo con mucha nostalgia. Es cierto que estaba deprimido, pero siempre estuve deprimido, y de todos modos los recuerdo como años muy divertidos.

Tu obsesión por la música es bastante conocida, pero corre a la par de otra vinculada a los libros.

Sí, leo todo el tiempo. Y ahora que tengo un E-Reader, más.

¿Leés en italiano y en español?

Sí, fundamentalmente, y alguna cosa en inglés. Por ejemplo, cuando Jeff Tweedy [cantante y compositor de Wilco] sacó un libro sobre cómo escribir una canción, lo quise leer enseguida [How to Write One Song: Loving the Things We Create and How They Love Us Back 2020]; ahora vi que salió una versión en español [Editorial Contra, 2021]. Me encantó ese libro, y además me gusta mucho Wilco.

¿Cuáles son los autores de toda tu vida?

En Kurt Vonnegut siempre caigo. No sé cuántas veces lo habré leído. En español mi preferido es Alfredo Bryce Echenique. Depende de cuándo me preguntes. Por ejemplo, ahora leí de vuelta El juguete rabioso, de Roberto Arlt, o mañana capaz que te hablo de un libro de Jaime Baily que me recomendó Gabriel Peveroni sobre por qué se pelearon García Márquez y Vargas Llosa [Los genios, 2023). Ese es buenísimo.

Orlando siempre fue de perfil bajo, ¿no?

Hasta en sus canciones. Orlando es un gran músico y estuvo siempre, en un montón de momentos importantes de la música uruguaya. Hizo, por ejemplo, con Andy Adler, la banda de sonido del documental Mamá era punk (Guillermo Casanova, 1988).

¿Cómo lo conociste?

El primer concierto que vi acá fue uno de Cadáveres Ilustres en El Tinglado. Hacía dos días que había llegado. El mánager de ellos, o amigo, era Fernán Cisneros. Yo tenía una amiga que también era amiga de la novia de Fernán. Así conocí al grupo, nos hicimos amigos con Orlando y me invitó a tocar en la presentación del disco Mala fama (Orfeo,1991). Y a partir de ahí empezamos a laburar en un nuevo proyecto que iba a desembocar en Exilio Psíquico. Justo hoy de mañana tocamos “Yo quisiera”, que fue la primera canción que ensayamos juntos. Como no nos acordábamos nada, pasamos todo el día con la canción en Spotify.

En el último disco de Exilio, Sertralina mon amour, incluiste “Cuando me muera”. Ahí llevás al extremo el personaje de tus canciones.

Es que al final siempre escribo la misma canción. Tengo esa sensación de: “Puta madre, otra vez el mismo recurso”.

Una canción totalmente despojada de metáforas.

Eso nunca lo tuve. Viste que entre los que hacen canciones están los poetas y los que cuentan historias. Yo me quedo entre los que cuentan cosas o sensaciones de momentos. No puedo contar historias que me pasaron a mí porque no lo sé hacer. A mí me parece una maravilla cómo un ruso machista [León Tolstói] se identifica con una mujer y escribe Ana Karenina y todo el libro es perfecto, o se me ocurren Paul Auster o Bret Easton Ellis, pensando en gente que sabe cómo meterse en la cabeza de otros. Yo soy muy limitado, en las canciones exagero un poco; sin dudas, no soy un poeta.

Por lo pronto, podrías reconocer que tenés cierto talento para la construcción de la canción pop.

Bueno, eso sí. Las melodías pop son las que más me gustan. Me encanta Estelares, por ejemplo, soy fanático de ellos desde el primer disco. Manuel Moretti [el cantante y compositor de la banda argentina], ese sí es un poeta, hace grandes canciones dentro de un formato pop. Cuando alguien empieza con algo como “el soplo del viento que cae en la hoja”, no sé de qué mierda me están hablando. En el caso de Manuel no, escribe cosas lindas, pero al mismo tiempo sabés de qué te está hablando.

Dijiste algo así como que siempre has estado deprimido. ¿La música te funciona como terapia?

Creo que sí. Uno tiene que trabajar, pagar las cuentas, por lo menos hay algo que tenés ahí y lo cultivás y te hace feliz. Hoy de mañana con Orlando pasamos cuatro horas ensayando y no me acordé de ninguno de mis problemas, te ponés a pensar en dónde poner tal bajo o tal palabra. Es como un refugio. Especialmente porque no vivo de la música y ya no tengo ninguna presión externa. Lo que antes consideraba que era el peor fracaso de mi vida, ahora lo veo como: “Bueno, por lo menos puedo disfrutar de esto”. Mucha gente termina odiando la música y se vuelve una fuente de estrés muy grande.

Así que durante un tiempo el hecho de no poder vivir de la música fue una carga para vos.

Claro. Sobre todo durante los primeros discos. Nosotros nunca dijimos que queríamos ser under, queríamos llenar estadios, como cualquier adolescente de 20 años. Sacábamos un disco y pensábamos: “¿Por qué no lo pasan por la radio?, ¿por qué no viene gente a los conciertos?”. Si vos grabás un disco, lo publicás, y decís que no te importa que te escuchen, sos un mentiroso. Después de muchas peleas internas, luego de un buen tiempo, logré amigarme con otra idea de la música, que es como la vivo ahora.

Exilio Psíquico en concierto. Miércoles a las 21.00 en La Cretina (Soriano 1236).