Los personajes de esta película hablan mayormente en quechua y están interpretados por personas que no son actores profesionales y que viven en la región (cercana a Potosí) en que la película fue rodada. La única persona en el reparto con experiencia actoral previa es el joven Santos Choque. Aunque con un tono menos combativo y estéticamente menos rupturista, puede verse a esta película como heredera de la maravillosa tradición de cine boliviano indigenista empezada en la década de 1960 por Jorge Sanjinés y el grupo Ukamau.

Todo es muy quieto en Utama, como la vida de sus protagonistas Virginio y Sisa, una pareja de viejos que habita un lugar yermo, a considerable distancia de sus vecinos más cercanos, en una casita de barro sin electricidad ni agua corriente, con su rebaño de llamas. Los lugareños padecen los efectos de una sequía muy prolongada: ya no hay agua en el pozo del pueblito más cercano, Sisa tiene que recorrer varios kilómetros con un par de baldes para buscar unos pocos litros de agua en el arroyo más cercano, que vaya a saber cuánto durará antes de secarse del todo. Alguna que otra llama empieza a morirse deshidratada. En la película no se contextualiza esa sequía, pero leyendo por ahí material de prensa de Utama vemos que el cambio climático está teniendo efectos devastadores en algunas zonas del Altiplano. Para quienes tengan en cuenta ese factor, la película gana un matiz de denuncia ecológica. Y cuando digo que esta película es menos combativa que las del grupo de Sanjinés, no es que el problema tenga menor gravedad política o que la denuncia tenga menos contundencia. Es, simplemente, que el calentamiento global es un asunto tan amplio, de raíces tan diluidas en una diversidad de factores, que no parece quedarle a esa población ninguna vía inmediatamente accesible de lucha: sólo les queda ver cómo hacen para paliar el daño que les ocasiona. No hay antagonistas visibles en esta película, y cada uno de los personajes está, de distintas maneras, buscando ayudar con la mejor de las intenciones.

Muy poco después del inicio de la película, arriba de visita Clever, joven nieto de la pareja, hijo del hijo que migró a la ciudad. Su presencia confronta a los viejos con la posibilidad de hacer como la mayoría de sus vecinos: abandonar la tierra para trasladarse a la ciudad. El joven les ofrece venirse con él y cuidarlos, pasar a vivir con acceso práctico a agua, atención médica, compañía y otras facilidades. Los veteranos, especialmente Virginio, priorizan el sentido de pertenencia. En la avant-première de la película, el miércoles 15 en el Alfabeta, el director Alejandro Loayza dijo que utama quiere decir nuestro hogar en aymara. Lo que podemos ver como un lugar solitario, polvoriento, de suelo poco generoso, donde se vive una vida sacrificada y precaria, esos personajes lo ven como el lugar que les es propio, donde su vida tiene sentido y tienen un rol a cumplir.

La intención principal de la película no parece ser “realista”, en el sentido de que los personajes no son meros representantes de posiciones sociales o ideológicas o generacionales: abuelo, abuela y nieto son bien individualizados y el énfasis está en el drama entre ellos, cada uno con sus virtudes y defectos. José Calcina tiene un rostro increíble, una mirada impresionante, y su parecido con Takashi Shimura va más allá de las facciones: está en esa expresión de determinación combinada con un sufrimiento resignado, como en el personaje central de Vivir (1952, de Akira Kurosawa). Luisa Quispe también es entrañable. Compruebo en la avant-première que ellos son pareja en la vida real, y me sorprendería que no lo fueran, porque sería muy complicado que dos no actores lograran transmitir esa intimidad, esa ternura que aparece en cinco o seis gestos desperdigados en la película, valorizados como momentos especiales en una cotidianidad de pocas palabras, muchas labores y el acostumbramiento de varios decenios juntos en casi total aislamiento.

Hay mucha poesía, en especial en la asimilación entre Virginio y el cóndor, desde ese plano formidable en que el ave pasa volando y la vemos reflejada en el agua cuando Virginio está lavándose el rostro. Como el cóndor, Virginio prefiere dejar que su vida cese en forma serena, antes que seguir viviendo sin “utilidad”. El plano del desmayo de Virginio, con una actuación espectacular de las llamas (sic), es magia pura.

Si bien es esencialmente una película boliviana, es una coproducción con Uruguay y es notorio el aporte de varios cineastas uruguayos en su realización. Federico Moreira la produjo junto a Alejandro Loayza, y dirigió el trabajo sonoro. Fabián Oliver hizo el sonido directo y participó en la mezcla. Alejandro Grillo hizo el diseño de sonido. La fotografía es de Bárbara Álvarez. El montaje es de Fernando Epstein. Fernando Cabrera compuso la canción final. Buena parte de esos vínculos surgieron a partir de la cautivante película Averno (2018), que Marcos Loayza, padre de Alejandro, realizó con participación uruguaya en la producción.

La música incidental es toda del gran Cergio Prudencio, compositor de buena parte de la filmografía de Sanjinés, colaborador también, en varias ocasiones, de Antonio Eguino. Y hay una canción de Luzmila Carpio, quizá la más impresionante voz femenina de América Latina.

Utama deja una sensación mezclada de gloria y melancolía. Melancolía porque es una historia crepuscular: es probable que en algunas décadas ya no haya personas así, que vivan así, que tengan esos vínculos con su tierra, su entorno, sus bichos, cuya visión del mundo derive en frases formidables como “El tiempo se ha cansado”. Gloria porque no se los muestra como desgraciados: de alguna manera esa vida que podríamos apreciar monótona y carenciada los colma y les produce orgullo, y la película nos lo contagia en sus silencios, sus piedras, sus montañas, su cielo azul, sus horizontes, el sonido del viento y de las frotaciones con la roca seca, la alternancia estereofónica de los sikus, el silencio, los adornitos rojos en las orejas de las llamas, el vuelo del cóndor, la sonoridad preciosa del quechua, los rostros curtidos. Durante la hora y media de película todas esas cosas se convierten en nuestro hogar.

Utama. Dirigida por Alejandro Loayza Grisi. Bolivia (coproducción con Uruguay y Francia), 2022. Con José Calcina, Luisa Quispe, Santos Choque. Cinemateca, Alfabeta.