El nombre de Ryuichi Sakamoto (Japón, 1952-2023) puede no sonar familiar, pero es poco probable que un lector de esta nota no haya escuchado alguna vez una melodía suya. Varias de sus composiciones para cine, como los temas de El último emperador, Furyo, Refugio para el amor o Tacones lejanos, trascendieron el ámbito para el cual fueron creadas, convirtiéndose en temas populares. Pero Sakamoto fue mucho más que un gran compositor de bandas sonoras; su música apuntó en cantidad de direcciones distintas, abarcando desde el pop a la vanguardia más experimental, y fue enormemente influyente para varias generaciones de artistas.

Sakamoto vivió de cerca la renovación artística del Japón de posguerra y el acercamiento de la isla a la cultura occidental desde su nacimiento. Su padre era una figura reconocida dentro del ambiente literario, editor de escritores como Kenzaburo Oe y Yukio Mishima. Su madre era pianista y fue quien lo introdujo al instrumento, que comenzó a estudiar formalmente a los seis años. En la adolescencia se enamoró de la música de Claude Debussy y descubrió también a los Beatles y a los Rolling Stones.

En 1970 entró a la universidad para estudiar composición y musicología. Se interesó especialmente en la música de vanguardia del siglo XX y en la experimentación electrónica de compositores como Karlheinz Stockhausen, György Ligeti, Iannis Xenakis y Pierre Boulez. También se deslumbró con los postulados de John Cage, con el arte pop de Andy Warhol y las propuestas multimedia de Nam June Paik.

Además de estas influencias claramente occidentales, que también incluían el jazz y el rock, Sakamoto profundizó en la investigación musical etnográfica, buceando en las tradiciones japonesas en particular, pero también en las asiáticas y africanas. Su aspiración era convertirse en musicólogo, pero otras cosas fueron cruzándose en el camino.

La mágica orquesta amarilla

De todos los caminos musicales que podían prefigurarse en su carrera, el menos probable era el de convertirse en una estrella pop. Sin embargo, eso fue lo que sucedió.

En 1976, Sakamoto, que ya era un tecladista bastante reconocido en el ambiente musical japonés, integró la banda de Haruomi Hosono, un músico en ese entonces mucho más popular que él, con una larga trayectoria a sus espaldas. Hosono había liderado varios proyectos cercanos al rock y estaba comenzando a experimentar con la música electrónica. En 1978 les propuso a Ryuichi y al baterista Yukihiro Takahashi formar un grupo, en principio con la idea de hacer un único álbum. El concepto de ese disco estaba muy relacionado con los álbumes que este músico había hecho anteriormente (en los que Sakamoto había participado): un reciclaje irónico de las ideas occidentales acerca de lo asiático, en clave pop, utilizando de manera muy original los sonidos que estaban surgiendo a partir de los nuevos instrumentos electrónicos.

El álbum Yellow Magic Orchestra (que era también el nombre del grupo) no sólo fue extremadamente popular en Japón, sino que trascendió inesperadamente fronteras, convirtiéndose en un éxito en Estados Unidos y Europa. Ese fue el inicio de una banda que se mantendría activa hasta 1984 y que revolucionaría la música pop global.

Los aportes de Yellow Magic Orchestra fueron muchos y apuntaron en varias direcciones. Surgida en el momento en que Japón se estaba convirtiendo en una potencia y en la punta de lanza de los avances tecnológicos, YMO dio a conocer al mundo varios instrumentos que luego se convertirían en parte fundamental del sonido de la música pop, como los sintetizadores polifónicos, los secuenciadores y las máquinas de ritmo (especialmente la Roland Tr-808).

La combinación de esos sonidos electrónicos con instrumentos orgánicos como el bajo, la batería o el piano, el uso de la voz como un instrumento más que también podía ser manipulado electrónicamente, la experimentación sin perder el pulso bailable y la estructura de canción pop fue un elemento que convirtió a YMO en una de las propuestas más influyentes de la música de los 80.

Aunque parte de la crítica de rock occidental de la época los vio como una novelería pasajera –denotando una gran dosis de racismo–, hubo muchos que prestaron la debida atención. Una buena parte de la new wave y el synth-pop británicos de los 80 los tuvo como modelo. Bandas como Duran Duran, The Human League, Erasure o Pet Shop Boys tuvieron en YMO una fuente de inspiración. Del otro lado del océano, los que tomaron en serio a estos japoneses fueron las audiencias y los músicos afroestadounidenses. El grupo tuvo una histórica presentación en el programa televisivo Soul Train (el espacio más importante de la música negra en la televisión norteamericana) y una de sus canciones, “Behind the Mask”, fue versionada nada menos que por Michael Jackson. La particular visión del funk y el soul con máquinas y elementos humanos sirvió de inspiración para la música techno y el hip hop.

Sakamoto fue una parte fundamental de Yellow Magic Orchestra como tecladista, cantante, compositor y arreglador. Como sus otros compañeros de banda, el músico editó también discos solistas en medio de la actividad del grupo. El primero de ellos, Thousand Knives, salió, de hecho, un par de meses antes de que el grupo debutara, y ya prefiguraba de manera más experimental lo que sería la propuesta de Yellow Magic Orchestra. Su segundo disco solista, B-2 Unit (1981), sería también una enorme influencia para músicos de generaciones venideras. La canción “Riot in Lagos”, incluida en ese trabajo, fue utilizada por el pionero del hip hop Afrika Bambaataa y se convirtió en un precursor del género electro.

Ryuichi Sakamoto.
Foto: Kab América, Wikimedia Commons

Ryuichi Sakamoto. Foto: Kab América, Wikimedia Commons

Cine

En 1983 Ryuichi Sakamoto era una figura muy popular en Japón. No era algo tan sorprendente que fuera tentado para actuar en una película. Lo especial fue el film en el que hizo su debut como actor, quién fue su compañero de reparto y cómo esa película fue el origen de una nueva faceta artística de Sakamoto, no precisamente en la actuación.

Nagisa Ōshima, una de las principales figuras de la nueva ola del cine japonés (autor de, entre otros films, El imperio de los sentidos [Ai no Korīda, 1976], eligió a David Bowie y a Sakamoto para encarnar a los antagonistas de su film Merry Christmas Mr. Lawrence (conocido por aquí como Furyo), una estilizada historia de violencia, atracción homoerótica, código samurái e insalvables diferencias culturales en un campo de concentración japonés de la Segunda Guerra Mundial.

Sakamoto, un gran admirador de Ōshima, se sintió muy halagado cuando el director lo llamó para participar, pero con “arrogancia juvenil” –como confesó en una entrevista muchos años después– puso como condición para interpretar el papel ser el autor de la banda sonora.

Esa exigencia fue un hallazgo. El tema principal de la película es una excelente muestra de su talento para combinar de manera única diferentes universos musicales como el impresionismo, la música pop, el minimalismo y la electrónica, transmitiendo emociones muy fuertes con muy pocos elementos. Como pocas veces sucede, la música trascendió al film, algo que pasaría más de una vez con sus bandas de sonido.

A partir de este primer trabajo, Sakamoto comenzó una exitosísima carrera como compositor de bandas sonoras, con una trayectoria que incluiría un premio Oscar (junto a David Byrne y Cong Su) en 1987 por la música de la película El último emperador, dirigida por Bernardo Bertolucci, film en el que también actuó.

La lista de soundtracks compuestos por Sakamoto es larguísima e incluye films de directores como Pedro Almodóvar, Oliver Stone, Takashi Miike, Alejandro González Iñárritu, Ann Hui y Brian de Palma, entre muchísimos otros.

Podría decirse que la década de los 90 fue la época en que se convirtió en un artista global. Además de su nutrido trabajo para cine, compuso la música para la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, editó álbumes con la participación de artistas tan variados como Iggy Pop, Youssou N’Dour, Brian Wilson y David Sylvian, estrenó su ópera Life con contribuciones de Pina Baush y Bernardo Bertolucci y hasta actuó en un videoclip de Madonna.

Afincado en Nueva York, se vinculó también con la movida más experimental y vanguardista de Manhattan y colaboró con músicos como Bill Frisell, John Zorn o Arto Lindsay. Gracias a su vínculo con este último Sakamoto comenzó una relación inesperada con la música de Brasil y participó en discos de Caetano Veloso (Circuladô, 1991) y Marisa Monte (Mais, 1991) producidos por Lindsay, además de tocar con otros artistas brasileños. Su relación más duradera fue con el violonchelista y compositor brasileño Jacques Morelenbaum, con quien realizaría una serie de trabajos basados en la obra de Tom Jobim, con la participación vocal de Paula Morelenbaum. Los discos Casa (2001) y A Day in New York (2003) muestran la gran relación de la música de Jobim con Chopin y el impresionismo francés, autores que también fueron cercanos a la obra de Sakamoto.

Piano y electrónica

Sakamoto nunca abandonó su primer instrumento. A lo largo de toda su carrera realizó conciertos y editó varios discos interpretando obras suyas en el piano. En el siglo XXI se sumergió más profundamente en esa veta, buscando nuevas posibilidades sonoras en el instrumento. A la vez, siguió muy interesado en el mundo de la electrónica desde otros ángulos, cada vez más experimentales, lejos del pulso bailable. Esas inquietudes lo llevaron a asociarse con músicos de generaciones más jóvenes que, a su vez, habían sido influenciados por su obra. Desde 2002 Ryuichi se juntó con el músico alemán Carsten Nicolai, más conocido como Alva Noto, para realizar una serie de álbumes que combinan sonidos acústicos y electrónicos, deconstruyendo a veces piezas muy conocidas del músico japonés. Con él también realizó instalaciones y compuso la música para la película El renacido (The Revenant, 2015), de González Iñárritu.

En 2014 el músico anunció que padecía cáncer y que suspendería todos sus proyectos para iniciar un tratamiento contra la enfermedad. Volvió públicamente en 2017 con Async, uno de sus mejores álbumes, y nunca dejó de hacer música pese a su enfermedad, que se agravó en 2021. En enero de este año editó 12, su decimosegundo disco, que contiene 12 piezas para piano con sutiles toques de electrónica.

Ryuichi Sakamoto falleció el 28 de marzo a los 71 años. Muchas de las reseñas póstumas que aparecieron en la prensa recordaron la frase que el músico pronuncia en el bellísimo documental Coda (2017), dedicado a su carrera y a sus procesos creativos: “Sinceramente, no sé cuántos años me quedan. Podrían ser 20 o diez, o una recaída los reduce a sólo uno. No doy nada por sentado. Pero sé que quiero hacer más música. Música que no me avergüence dejar atrás. Un trabajo con sentido”. No hay ninguna duda de que logró su objetivo.

Sakamoto en cinco discos

  • Solid State Survivor (1979). El segundo disco de Yellow Magic Orchestra es una de las mejores obras de la banda y fue una influencia enorme para el pop y la música electrónica que estaba comenzando a gestarse y explotaría en la década del 80. La canción “Behind The Mask” de Sakamoto fue versionada por Michael Jackson y Eric Clapton.
  • B-2 Unit (1981). El segundo disco solista de Sakamoto, realizado mientras seguía siendo parte de Yellow Magic Orchestra, bien podría haber sido grabado ayer. Un álbum futurista que deconstruye beats bailables, prefigura el techno y muestra al mundo sonoridades que van a ser tendencia décadas después.
  • Vrioon (2002). La primera colaboración entre Ryuichi y el músico alemán Alva Noto es un fascinante viaje hacia la abstracción sonora, donde lo orgánico se mezcla con los ruidos digitales y la música parece difuminarse y volver a reconstruirse en diferentes lecturas y capas.
  • Three (2013). Sakamoto revisa de forma exquisita varias de sus composiciones más conocidas (de sus álbumes y de sus bandas de sonido) en un formato de trío de cámara (piano, violín y chelo) junto al músico brasileño Jacques Morelenbaum y la artista canadiense Judy Kang.
  • Async (2017). El músico japonés volvió al estudio de grabación luego de una larga pausa para grabar este álbum pensado como la banda de sonido para un film imaginario de Tarkovsky. Basándose en las sonoridades del piano y la naturaleza, revalorizando el silencio y meditando sobre el paso del tiempo y la fugacidad de las cosas, Sakamoto logró una de sus obras maestras.

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