Alcira Soust Scaffo fue un misterio entrañable para quienes la conocieron en Uruguay y México. En el norte fue poeta, artista, plantó muchas flores y árboles y tuvo unos cuantos amigos; entre ellos, Roberto Bolaño, que se inspiró en ella para crear a un personaje de dos de sus novelas. Aquí fue maestra rural y también fue la tía Mima. Sus vidas se compartimentaron herméticamente en dos países distintos. Con los rastros que dejó y 14 años de investigación, su sobrino nieto Agustín Fernández Gabard creó Alcira y el campo de espigas, un documental que trata de acercar esos dos mundos. La película se ganó al público del último Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay y este jueves se estrenó en Cinemateca.

“La tía Mima está mal porque en México estuvo mucho tiempo encerrada en un baño”. Ese es uno de los primeros recuerdos que el fotógrafo uruguayo Agustín Fernández Gabard tiene de su tía abuela. Alcira Élida Soust Scaffo fue su nombre; para su familiar fue Mima. Había nacido en Durazno en 1924.

Alcira era diferente. Su beatle favorito era Ringo. Fue maestra y trabajó en varias escuelas rurales, fue la hermana menor de tres, fan de las películas de Charles Chaplin. Dibujaba y fue una artista con un halo anárquico. Supo vincularse con jóvenes, viejos, ricos, pobres, académicos, con personas de la alta sociedad mexicana y linyeras, con la bohemia, secretarias, profesoras y muchos poetas. Era la tía desconocida y heroína, la mujer que iba al cine y al teatro y tomaba clases de actuación, a la que le encantaban la música clásica y la pintura.

Durmió en muchas casas, nadie sabe en cuántas. Muchos la consideraron su amiga. Fue, en gran medida, autodidacta. En su casa no se hablaba “de cultura, de cine, de poesía ni de libros”. “Era una casa de clase media trabajadora, con su buen pasar”, cuenta Zulma Gabard, sobrina de Alcira y madre de Agustín.

A los 28 años, cuando todavía ejercía como maestra, Alcira fue becada por la Unesco y partió de Montevideo a Michoacán para realizar un posgrado en el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe. Un año después, cuando ya había terminado sus estudios, no se presentó al vuelo que la devolvería a casa. Porque su casa ya era otra.

Ahí comenzó a tejerse el enigma que su familia lograría desenrollar casi 70 años después con el documental Alcira y el campo de espigas, que tuvo su preestreno en el Festival de Málaga y en el Festival de Cinemateca.

Según una investigación realizada por Antonio Santos, amigo de Alcira, la poeta se mudó a Ciudad de México en 1954 y vivió con el médico Guillermo Santibáñez, con quien luego se casó. Hasta ese momento su familia se comunicaba mediante cartas y estaba al tanto de las novedades en la vida de Alcira, que seguía desde más de 7.000 kilómetros.

Toma 1: Uruguay

En 1956 dejó de conocerse una dirección a la que escribirle y su rastro fue haciéndose difuso para su familia. Todavía llegaban algunas cartas, pero sin una dirección adonde responderlas.

Foto del artículo 'La amiga de los poetas y las plantas:  Alcira y el campo de espigas'

“Alcira se fue a México antes de que yo naciera. El conocimiento que tenía de ella era por los cuentos de mi madre, que, cuando eran sobre la tía Mima, les ponía un aire de picardía. Decía que eran las pícaras de Durazno, y lo inteligente que era... Se recibió de maestra con 18 años. En el entorno familiar siempre la vieron como diferente. Siempre se cuestionaba. La idea que yo me había forjado era que si todos iban por un camino, Mima estaba en el costado preguntando ¿por qué van todos por ese lado?”, cuenta Zulma.

“Hoy viajar es tan normal, pero en aquel momento no; ella viajaba sola, a Chile, todo aquello fue abonando una idea de ídola, la tía Mima era alguien imitable para mí y cuando yo hacía cosas medio locas mi madre me decía como un rezongo ‘ahí estás, igualita a la tía Mima’, y yo por dentro decía ‘¡qué divino!, ¡qué suerte!’”, agrega Zulma con una sonrisa.

En 1964 Roberto Muinelo, un vecino de la familia Fernández-Gabard que era bancario, tuvo que viajar a México por trabajo y Sulma Soust, madre de Zulma y abuela de Agustín, les dio pistas que podían ayudarlos a encontrar a Alcira, su hermana. Pese a la inmensidad de Ciudad de México, Muinelo la encontró y se reunió con ella.

“Él fue quien nos trajo la noticia de que había tenido un accidente, que estaba embarazada y había perdido su embarazo y que la relación con su marido se había cortado y que había quedado con lagunas mentales, con muy poco apego a lo material, que lo que tenía lo regalaba, pero que estaba en una situación complicada mentalmente. Ese fue el último contacto directo, real, que tuvimos”, cuenta Zulma.

Su familia vivió la incertidumbre sobre el paradero de Alcira con impotencia, y no tenían recursos para viajar a México a buscarla. En un momento comenzaron a llegar a la casa materna misteriosas cajas con libros sin ninguna explicación, y la suposición familiar fue: “Mima se viene”.

“Eso iba como anunciando y abonando aquello de que esperábamos a Mima como cualquier niño espera a los Reyes Magos. Esperábamos que en cualquier momento sonara el timbre y fuera Mima. No hablábamos mucho delante de mi abuela para no ilusionarla, pero de repente nos decía: ‘¿Qué decís? ¿Vendrá Mima?’”.

“Fueron pasando los años y todo era como una ilusión, queríamos convencernos de que vivía, que estaba allá y que estaba bien, y un día sonó el teléfono en la casa de mi madre preguntando si podíamos recibir a Mima, fue una gran sorpresa y por supuesto que dijimos que sí, y llegó el día”, cuenta Zulma.

Toma 2: México

Mientras su familia no tenía idea de qué estaba haciendo Alcira en México, ella había dejado el mundo académico –después de que su tesis fuera aprobada con honores– y había comenzado una vida nómade, a mediados de la década de 1960, en la que era reconocida por estar repartiendo sus poemas o traducciones de otros poetas en francés, y por ser una gran lectora de los poetas españoles exiliados como Pedro Garfias y León Felipe. Sin un trabajo estable, vivía de changas o de la ayuda de sus amigos.

Acompañó el fuerte movimiento estudiantil de la época y adoptó la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) como su hogar. Frecuentó círculos de artistas e intelectuales, como el poeta Pedro Revueltas o el muralista Rufino Tamayo, siempre cerca de la Facultad de Filosofía y Letras. Cosechó una red de vínculos frondosa y muchas plantas y árboles, escribió y regaló muchos poemas que nunca publicó.

No se le conoció casa propia, pero vivió en hogares de amigos que la hicieron sentir familia. Una de ellas fue la de Roberto Bolaño, en la que entabló una relación también con su hermana y su madre. Vivió sin documentos y fue modelo de Vogue. Con un morral al hombro, siempre cuidó a muchos jóvenes. Y también la cuidaron.

La leyenda comenzó a trazarse la noche del 18 de setiembre de 1968 cuando el Ejército mexicano entró salvajemente, con tanques, a la Ciudad Universitaria de la UNAM y la ocupó durante 12 días.

Esa noche, mientras se llevaban a alrededor de 1.500 estudiantes y docentes, en la Torre de la Facultad de Humanidades, dos semanas antes de la masacre de Tlatelolco, Mima estaba en el baño y al escuchar ruidos desconocidos se asomó a una ventana y vio un desfile de detenidos, volvió a su cubículo en el baño y levantó los pies como en un movimiento de bailarina silenciosa para que nadie supiera que estaba ahí. Así permaneció suspendida 12 días, tomando agua y “comiendo” papel higiénico.

Lo que no sabía su familia en Uruguay era que, en México, se había transformado en un ser mítico y que ese encierro en el baño fue sobre lo que se construyó su leyenda. “La uruguaya que resistió 12 días escondida en el baño” podría haber quedado en una anécdota que se repetía en bares y en los pasillos de la universidad, pero tomó una dimensión incalculable cuando fue registrada en una de las novelas fundamentales de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, que narra el ambiente literario de esa época. Porque 30 años después de aquella noche, Bolaño publicó Los detectives salvajes. El capítulo 4 de la obra es un monólogo dedicado de una tal Auxilio Lacouture.

Foto del artículo 'La amiga de los poetas y las plantas:  Alcira y el campo de espigas'

Alcira Soust Scaffo, su amiga, a quien conoció en 1970 durante sus años en México, fue en quien Bolaño se inspiró para crear a Auxilio. La historia del baño de la tía abuela de Agustín dio la vuelta al mundo y llegó, en varios idiomas, a lectores de los cinco continentes, antes de que su familia supiera qué había pasado con ella en México.

“Yo soy la madre de la poesía mexicana. Yo conozco a todos los poetas y todos los poetas me conocen a mí. Yo conocí a Arturo Belano cuando él tenía 16 años y era un niño tímido y no sabía beber. Yo soy uruguaya, de Montevideo, pero un día llegué a México sin saber muy bien por qué, ni a qué, ni cómo, ni cuándo”, narra el chileno en la voz de Auxilio. Arturo Belano es su álter ego en la obra.

“Yo soy la única que aguantó en la universidad en 1968, cuando los granaderos y el Ejército entraron. [...] Yo me dije: Auxilio Lacouture, resiste, si sales te meten presa (y probablemente te deportan a Montevideo, porque, como es lógico, no tienes los papeles en regla, boba), te escupen, te apalean. Yo me dispuse a resistir”, dice Bolaño en su novela.

En 1999, un año después de la aparición de Los detectives salvajes, Bolaño publicó Amuleto, una novela dedicada enteramente a Auxilio, o Alcira. “Los amigos de Alcira de México hablan maravillas de Amuleto, y dicen que es como leerla a ella”, cuenta Fernández Gabard.

Alcira plantaba cosas por todos lados. Un jacarandá enorme que plantó en la Facultad de Filosofía se mantiene en pie hasta hoy. Su máxima creación botánica fue el Jardín Cerrado Emiliano Zapata en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el que rindió homenaje a poetas, artistas, amigos nombrando árboles, flores y plantas en ese espacio, que era uno de los lugares donde se la veía repartir sus poemas en forma de volantes o colgados en forma de carteles.

La naturaleza estaba presente en las cosas que plantaba, pero también en su caligrafía, en sus dibujos y en sus poemas. Su máxima creación poética fue la llamada Poesía en armas, que también repartió en las manifestaciones de la época.

Toma 3: Uruguay

En Amuleto dice: “Tal vez fue la locura la que me impulsó a viajar. Puede que fuera la locura. Yo decía que había sido la cultura. Claro que la cultura a veces es la locura, o comprende la locura. Tal vez fue el desamor el que me impulsó a viajar. Tal vez fue un amor excesivo y desbordante. Tal vez fue la locura”.

El 30 de junio de 1988, luego de varias internaciones en instituciones de salud mental y de ser diagnosticada con “psicosis delirante crónica, de características paranoides”, los amigos de Alcira juntaron dinero para enviarla a Uruguay, donde pensaron que podría estar más contenida por su familia.

“Acto seguido me puse a pensar qué pasaría si yo, es un suponer, volviera a Montevideo. ¿Recuperaría mi acento? ¿Dejaría, paulatinamente, de ser la madre de la poesía mexicana?”, se pregunta Auxilio Lacouture en Amuleto.

“Fuimos a buscarla al aeropuerto con mi esposo y mi madre, que la miraba y dudaba de que fuera su hermana. Habían pasado más de 30 años. Se quedó en casa unos días, y tuvimos que hacerle como un tour, porque toda la familia quería verla”, cuenta Zulma.

“Cuando Mima volvió, estaba con una chaquetita celeste y blanca y un pantalón celeste, toda vestida de señora elegante. Nunca más se puso esa ropa, que se la habían comprado sus amigas de allá. Revolvió su bolso y se puso su blusita floreada mexicana y sus pantalones oxford. Era como una hippie de los 60 pero con 60 años”, cuenta Zulma.

Para su familia fue difícil unir la imagen que tenían de Alcira cuando partió a México con la de la persona que volvió 36 años después. “No podían entender que esa señora de pelo canoso, que se tapaba la boca porque había perdido sus piezas, con una compostura mucho más avejentada, fuera la misma. Ella también percibía la extrañeza, no era un rechazo, pero era una sensación de sorpresa”, recuerda Zulma.

Alcira traía una carta de los médicos que la habían tratado en México. Apenas llegó, su familia consultó con una psiquiatra, que les informó que tenía “una condición psicológica muy complicada que difícilmente podía ser contenida por una familia. Nos quería decir que había que internarla, pero nadie podía imaginarse que Mima iba a ir internada”, cuenta su sobrina.

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Toma 4: la cámara

Hace 14 años Agustín sintió curiosidad. ¿Quién había sido esa tía misteriosa de la que tan poco se sabía? Al principio contaba con los relatos familiares de la vida de Alcira antes de sus 30 años y de su vida en México, y con los pocos recuerdos de su infancia que compartió con ella luego de que volvió a Uruguay.

La curiosidad lo llevó primero a preguntarle a su abuela qué papeles había, qué poemas, qué fotos, qué cartas. “Ella ordenó todo y me dijo ‘bueno, lo que hay es esto, tomá’”, cuenta.

Agustín empezó a ver que había material para hacer algo, pero ¿qué?, ¿cómo? Era consciente de que tenía en sus manos una historia dolorosa, pero también sabía que era necesaria y que contarla podía resultar sanador.

En 2009 llegó a Uruguay un monólogo de la actriz mexicana Verónica Langer basado en el capítulo sobre Alcira de Los detectives salvajes y fue un momento decisivo.

“Ahí todavía vivía mi abuela y fuimos en patota a ver la obra. Por un lado estaba fascinada con que en México se la tuviera tan presente, pero también le dolía. Cuando estaba por terminar la obra me agarró la mano y me dijo ‘quiero que termine’”, cuenta Fernández Gabard.

Su familia había empezado a reconstruir una Mima a la que no habían conocido y a dimensionar su historia. Casi al mismo tiempo se enteraron de que Alcira aparecía en dos novelas de Bolaño (que había muerto en 2003) y salieron a buscarlas.

Agustín y el equipo que conformó comenzaron a hacer entrevistas en Uruguay y a buscar financiación que pudiera llevarlos a México. “Tenía claro que la idea era humanizar el mito. El mito se rompe cuando se vuelve humano y quería que se entendiera un poco más a la persona detrás de esa heroína. Fue un acto de resistencia, pero también de autopreservación, porque la represión era brutal, mucha gente lo tomaba como ‘Alcira resistió’, como si hubiera estado con un rifle ahí. El encierro del baño fue importante para ella, pero cuando ves el panorama de su vida es una anécdota más. Grande, pero es una de tantas”, explica Agustín.

En el documental, Alcira se va armando testimonio a testimonio, historia a historia, como un puzle del que no hay foto de referencia. La ópera prima de Agustín Fernández Gabard logró, con un equipo de trabajo de lujo, trazar un camino entre los dos mundos geográficos que Alcira transitó y echar luz sobre su vida.

A sus amigos de México les regaló una Alcira maestra rural, que fue hija, hermana y tía de personas que la esperaron durante muchos años. A su familia de Uruguay le ofrendó la historia de México, en donde vivió errante y querida, deambulando y militando su forma de ver el mundo entre poemas, flores, insultos mexicanos y versos en francés.

Con un trabajo de producción periodística inmenso, el documental narra los pedazos de la vida de Alcira a través de quienes fueron testigos. Hay un relato honesto que busca llenar con historias un agujero en la narrativa familiar, sin forzar la resolución de los misterios que quedan después de que se prende la luz del cine.

Si algo queda claro, es cómo Alcira atravesaba la vida de sus amigos: vemos a personas que hacía más de 30 años que no la veían llorar emocionadas en las entrevistas, o padecer el dolor que les genera hablar del tema como si la hubieran visto antes de ayer.

Toma 5: la mente

Tratar la salud mental de Alcira en la película fue la parte más desafiante para Agustín, porque, además de la complejidad del tema, se trata de una familiar cercana. “Te planteás cosas tuyas. Te da miedo: qué cosas en común podés encontrar. Tenía claro desde el día cero que no iba a romantizar eso, porque si bien yo lo viví mucho menos que lo que pudo haber vivido mi abuela, o mi madre, también pasamos por situaciones feas. A veces íbamos caminando por la calle y veíamos una persona que estaba ahí tirada y mirábamos a ver si podía ser ella o no. Es horrible”, recuerda Agustín.

“Yo no quería que la gente opinara sobre Alcira, sino construir el relato a partir de microhistorias concretas. Una de las prioridades fue entrevistar a gente que la haya conocido íntegramente, que haya vivido con ella, que te cuente las cosas lindas y también las otras, porque tampoco está bueno contar la historia color de rosa cuando atrás hay mucha gente que sufrió, cuando ella misma sufrió mucho, ni romantizar ni demonizar los problemas de salud mental. Eso me hubiera parecido una falta de respeto total”, dice.

Si bien después de que Alcira volvió a Uruguay vivió en casas de distintos familiares, para Zulma ese mundo le quedaba chico. También vivió en pensiones. “Dejabas que las cosas fluyeran, mientras ella no se sintiera mal, pero nunca me sentí demasiado bien conmigo misma, no del todo conforme por su recepción en Uruguay, no porque no la quisieran, sino porque esperaban a otra persona y a ella le faltó su rueda de café literaria, sus quereres, no tenía interlocutores a su nivel”.

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Agustín considera que dar un panorama más íntegro de Alcira y mostrar sus lados más complejos también enaltece las cosas buenas que hizo, “porque es más fácil hacer estas cosas lindas, incentivar a tanta gente si no tenés problemas, si tenés tu vida solucionada”.

“No me gusta cuando en algunos documentales se habla de artistas con problemas de salud mental y se deja de lado el sufrimiento familiar y de la persona. Es delgada la línea entre no romantizar y no demonizar. No vamos a decir ‘tendría que haber estado internada’, ni que no necesitaba ningún cuidado y estaba todo bien. Una persona como Alcira internada babeando en un hospital psiquiátrico no soluciona nada. En México tuvo más de una internación, algunas consensuadas y algunas a la fuerza. Es muy difícil, yo no voy a juzgar, no sé qué hubiera hecho yo en una situación así ahora que tengo una edad parecida a la que tenían mis padres en ese entonces. También las herramientas de ahora son distintas a las de entonces”, cuenta el director.

“Ahora se está cruzando información. Sus amigos no sabían de su pasado. Mima no era una persona con problemas mentales cuando se fue; habrán pensado que la mandamos para allá, que no la buscamos. El que veía de afuera capaz que tampoco llegaba a entender a su familia, por qué estaba en una pensión por ahí por la calle, por qué no está contenida. Es difícil verlo de adentro. Durante mucho tiempo pensaba si mis hijos me interpelarán, que por qué no se quedó a vivir acá, porque a veces me daba la sensación de que se hacía poco, era como una culpa. Lo otro es si estás capacitado para dar ese cuidado”, relata Zulma.

“Estoy agradecida al tesón de Agustín de lograr esto porque es devolverle una figura humana a la tía Mima para la familia y para Uruguay, y para sus amigos; ahora hay mucha gente hablando de ella, hasta en el grupo de vecinos de Bello Horizonte”, dice Zulma emocionada.

En 1994 su familia le perdió nuevamente el rastro y no supieron nada más de ella. Años después se enteraron de que Alcira había muerto en el Hospital de Clínicas de Montevideo el 30 de junio de 1997, a los 73 años, de una infección respiratoria.

Amuleto empieza con un epígrafe de Petronio que dice: “Queríamos, pobres de nosotros, pedir auxilio; pero no había nadie para venir en nuestra ayuda”. Pero había. Mucha gente. La pregunta sigue siendo: ¿cómo ayudar?

Dicen que tener espigas de trigo en la casa funciona como un amuleto. Zulma y Agustín tienen colgados en la pared de su casa el poema de Alcira que dice:

Si quieres oír mi voz
Vamos al campo de espigas.
Allí las flores son soles
Y son sol... es las espinas.

Alcira y el campo de espigas va sábado y domingo a las 20.30, y luego lunes, martes y miércoles a las 19.15 en Cinemateca Uruguaya. El sábado habrá una sesión de preguntas y respuestas con el director luego de la exhibición del documental. También el sábado a las 17.00 se proyecta en la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño. También está en el complejo Life Alfabeta a las 17.00 hasta el 10 de mayo y en la Experimental de Malvín el domingo 7. La película dura 86 minutos.