El artefacto parece una bomba. Pegada sobre la superficie de una columna, una pequeña caja de cristal protege un dispositivo electrónico que regula el funcionamiento de otros dos, a sus costados, y en cuyas pantallas se leen cuentas regresivas en números digitales. Si se acerca una oreja, se puede escuchar un tic tac apurado; si se acerca la vista, se distinguen cables de color blanco, rojo y azul.

La obra con la que el uruguayo Sebastián Alíes participa de Techno Worlds -la exposición itinerante del Instituto Goethe, que actualmente se puede visitar en el Subte de Montevideo y que incluye trabajos de artistas de Alemania, Brasil, Canadá, Estados Unidos, Japón, Polonia, Reino Unido, Serbia, Sudáfrica y Uruguay- sigue hacia arriba, con el cobre conectado a una fila de tubos de luz que se encienden y se apagan sobre la avenida 18 de Julio. De vuelta, escaleras abajo, los estímulos se multiplican en todos los sentidos y en infinitas direcciones, generando un efecto perturbador que solo desaparece, luego de unas cuantas recorridas por el lugar.

Martín Craciun, curador local de Techno Worlds, decidió quitar paredes y separaciones del gran salón subterráneo para facilitar el paseo, y también el posible extravío, y en el primer piso instaló una disquería en la que se exhibe una colección de vinilos de música techno uruguaya. “Estos son los hijos de los tipos que se quedaron sin trabajo en las fábricas de autos”, dice, en referencia a los pioneros del techno: un movimiento cultural y global nacido en la ciudad norteamericana de Detroit, reflejado en esta muestra en sus más diversas expresiones, dimensiones y transversalidades sociales y políticas, con huellas a lo largo de todo el planeta.

Los mundos techno y sus protagonistas, sin embargo, comparten un código y una sintonía, disponible en esta sala subterránea si se tiene un poco de paciencia. Los sonidos y la música salen de parlantes, pantallas muy accesibles, o no tanto, y el visitante también puede colocarse auriculares. Un collage de fotos de la británica Vinca Petersen da cuenta de su travesía por las fiestas raves en casas tomadas a comienzos de los noventa hasta el auge del estilo musical y su espacio en las más importantes tapas de revistas. En otra pared, el número 32 del crucigrama de metal diseñado por la artista Maryam Jafri reza: “Mad Mike, activista, políticamente mordaz, conocido por grabar mensajes en sus vinilos en respuesta al asesinato de Malice Green a manos de la policía de Detroit”.

Sorpresas en cada paso

Al costado de la entrada, aunque algo escondido, un frenético tema suena familiar cuando adquiere sentido, como la banda de sonido de un informativo yugoslavo proyectado junto a imágenes de preguerra, en una obra de la eslovena Aleksandra Domanović que expresa con fidelidad las aspiraciones retrofuturistas del techno y su carácter siempre algo deforme y artesanal.

En otra pantalla, un hombre trata de sacar una bebida envasada en lata del interior de una máquina dispensadora y su intento provoca una sucesión sonora imprevista y contagiosa. Se trata de la tercera parte de la pieza audiovisual “Future perfect”, del alemán Carsten Nicolai.

La escultura de la polaca Zuzanna Czebatul es lo primero con lo que el visitante puede darse de frente, y, quizás, su ubicación invite a dejar ciertos prejuicios de lado o a sumergirse en la temática hasta el lugar de las grandes preguntas: una pastilla gigante con las inscripciones “rush” y “revolution”.

“El museo del trance”, un trabajo de Henrike Naumann y Bastian Hagedorn, resulta entre los más inquietante y singular de la exhibición. Un pequeño monitor incrustado en un mueble de color blanco y rodeado por objetos propios de un ritual vikingo nos permite ser testigos del viaje de una diseñadora de interiores y un percusionista experimental hacia ¿las raíces del techno?, ¿las raíces de la música? Los dos terminan bailando, con botas peludas iguales a las que descansan cerca de la televisión.

A pocos metros, tierra esparcida sobre el suelo, partes de un esqueleto, que en realidad es plástico fundido, y cables de fibra óptica esconden una pantalla en el piso con imágenes oscuras y psicodélicas en la obra de la uruguaya Sofía Córdoba.

Escaleras arriba, entre el tránsito y la muchedumbre, la muestra se completa con una disquería que sólo existe bajo las circunstancias de este evento y a cargo de los especialistas locales de Atemporal Discos. Allí se pueden apreciar la música y el arte de los vinilos de artistas como Manuel Jelen, Santiago Uribe y el excéntrico Hugo Jasa.

Techno Worlds se puede visitar en el Centro de Exposiciones Subte (plaza Juan Pedro Fabini) de lunes a sábados de 12.00 a 19.00 horas hasta el 27 de mayo.