El dúo más improbable del condado empezó como otra de esas historias de pandemia. Julieta Díaz conoció la obra de Diego Presa –primero por su pasaje por el trío El Astillero, luego su discografía solista–, se reconoció en la poética del crooner criollo y lo contactó. El cantante de Buceo Invisible había leído algunos textos que la actriz argentina publicó junto al dibujante Troche en Instagram, y claro, la conocía de la pantalla chica y también de la grande. En plena época de cuarentena y de restricciones presenciales, el intercambio digital no tardó en llegar, una puesta a punto en la que descubrieron un marco en común, como las canciones de David Bowie o Gabo Ferro, luego un poema que vino y volvió canción y así sucesivamente hasta que dieron forma al EP El revés de la sombra, editado a mediados de 2021. Una colección de canciones tan acústicas como intensas, una pequeña bocanada de belleza en, tal vez, el peor momento de la emergencia sanitaria.

Lejos de marcar un cierre, el debut discográfico consolidó al proyecto. Vinieron los premios y las aperturas, las cruzadas de charco y las actuaciones. La cosa se puso seria, pero no pacata. Siguieron los intercambios artísticos, las composiciones, conformaron una banda binacional y arribaron a un nuevo puerto, Río, su primer larga duración.

El trabajo mantiene las bases identitarias del dueto: las líricas profundas y de cocción lenta sobre una base de folk, pop rock y aires folclóricos, todo calibrado de tal manera que, junto a las voces de ambos protagonistas, el resultado sea original y reconocible. Pero se nota más arropado que su antecesor: participan los uruguayos Santiago Peralta en guitarra eléctrica, Ariel Iglesias en batería y percusión y Checo Anselmi en bajo, el argentino Juan Ravioli en piano y la estadounidense –radicada en Buenos Aires– Christine Brebes en violín. La tripulación ideal para darle a cada sentimiento el sonido necesario.

“Si no le pongo el cuerpo / no lo entiendo adentro / si no lo vivo no lo puedo amar”, canta Presa en “Luz de río”, la milonga blusera que es en más de un sentido una apertura, una declaración de principios, casi un prólogo. La canción, uno de los adelantos que tuvo el álbum, se termina de armar con la voz de Julieta Díaz en un estribillo crepuscular: “El río tiene esa luz / es del río y no del sol / acá duermo y allá voy”. Con el telón abierto de par en par comienza “Arrancar el día”, el segundo track, luminoso y radial, con sabor a indie porteño.

Parte del encanto de la propuesta es que no hay tiempo de acomodar el paladar y habituarse al confort de un sonido homogéneo. Del pulso popero de “Arrancar el día” pasamos a “Zamba”, que, como su nombre lo indica, late con el corazón sincopado del ritmo de raíz argentino. Qué bien le calza el 3x4 a esta propuesta, desde siempre. La zamba nació recostada a la cordillera de los Andes, se popularizó a mediados de siglo pasado con el fenómeno transmisor de la radio portátil y no tardó en hacer cuña de este lado del Plata, tanto que es posible definir un estilo oriental de abordar el género. Si establecemos una lúdica pugna, la “Zamba” de Díaz y Presa suena más uruguaya que argentina: no es una ventolera cordillerana, sino una brisa marina, un arrorró legüero.

También hay tiempo para peludear, porque “Tordo”, el cuarto surco, es un rocanrolazo que canta Presa con las credenciales Buceo Invisible sobre un riff tarantinesco, pero el frenesí de la batería en pleno galope no evita que aquí también destaque la lírica: “Un tordo vuela en línea recta / como un dolor nuevo vuela / y cuando cruza el halo de luz / se sabe azul, se sabe azul”. No hay concesiones en las letras, no son relleno, tampoco son obvias, aunque aborden los más universales de los tópicos. La pareja se alterna los protagónicos y a veces basta con un pequeño color para dar con el tono de dúo, como el contracanto de Díaz en el blues “Serpiente en vuelo” o los coros al unísono de Presa en “La luz que me esperaba”, otra joya con vocación de frecuencia modulada.

Los capitanes de este catamarán firman ocho de las diez canciones; las otras dos llevan la rúbrica de admirados músicos. Por un lado, “Volver a volver” del argentino Gabo Ferro, fallecido en 2020. Julieta Díaz canta casi hasta el desgarro y le da sentido a eso que llamamos interpretar un texto; la acompaña de cerca el violín de Brebes que es un sostén ante el abismo y nos ayuda a atravesar ese estribillo que era medio despedida y medio presagio: “Y yo me iré / como el humo al aire / que no podrá volver / me haré un tornado dulce / un perfume, una piel / seré mi propio padre / y así voy a aprender / que irse es volver a volver”.

La otra versión ocupa el penúltimo muelle del viaje y es “La canción quiere”, ese pequeño tema inmenso que Alfredo Zitarrosa compuso tras la ejecución por parte de las Fuerzas Conjuntas de ocho militantes comunistas en un local partidario del barrio Paso Molino. No es fácil interpretar al autor de “Guitarra Negra” y salir airoso, como en este caso. Presa lleva la obra a su geografía, con su voz sinuosa como un río, y la canción viaja por la corriente en el medio de una llovizna que se va volviendo lluvia torrencial. Siempre son bienvenidas las revisiones del cancionero popular, lo mantienen vigente. Como la “Canción del camaronero” de Florencia Núñez –y sus otras interpretaciones rochanas–, esta “La canción quiere” no es un cover más, un mero ejercicio imitativo; con seguridad hará su propio camino y –puritanos abstenerse– es posible que para muchos públicos sea la versión definitiva.

Si “Luz de río” oficia de apertura, la “darnachaunsniana” –a decir de Jorge Costigliolo en el recomendable texto que acompaña la edición– “Serás peligrosa” es el epílogo, un descanso luego del rafting emocional, para repasar la turbulencia con los remos en el aire, mientras el sol ya ocaso refleja chispazos en el oleaje. Un siglo después de que el arquitecto Mario Palanti fracasara en el intento de unir las dos orillas del estuario con un puente de luz desde el Palacio Salvo hasta su hermano gemelo el Barolo de la capital argentina, Díaz y Presa logran el cometido. Completan con este trabajo una colección de canciones potentes que le dan sentido al –tantas veces usado para apropiarse de algo del vecino– concepto de patrimonio rioplatense. Un viaje de puerto a puerto del que es difícil salir indemne: “cruzaste el paisaje” y, como el río, ya no serás el mismo.

Río, de Julieta Díaz y Diego Presa. Bizarro, 2023. Disponible en plataformas y disquerías. Presentación: sábado 3 de junio a las 20.30, en la Sala Zavala Muniz.