Patricia Turnes se mudó de chica desde Buenos Aires a Piriápolis, de un apartamento de la metrópolis a un pueblo alquimista, costero, corcovado y montaraz. Ese impacto fundamental determinó su forma de habitar esta jungla, como canta en “Flor de pajarito”, primera canción de El disco de las plantas: “Y así empezó mi relación con la naturaleza / y eso cambió mi relación con la naturaleza”.
Este es el cuarto larga duración de la escritora que mutó a cantante y como se evidencia desde el título, la mancomunión con la vida en todas sus formas, particularmente las vegetales, lo vertebran. De alguna manera más o menos explícita, cada disco de Turnes tiene cierta intención conceptual que no sólo se evidencia en las historias que se cuentan, sino que también influye en los arreglos, el sonido y la estética general. Digamos que cualquiera de ellos podría ser un álbum de figuritas, dispositivo que ya visitó en alguna oportunidad. Por supuesto que también a cada uno de sus trabajos le cabe aquello de “música popular experimental”, esa etiqueta que usan en el sello Feel de Agua para definir al colectivo y que es tanto una advertencia como una invitación.
“En la pandemia empecé a ver un fenómeno, la gente compraba plantas para tener algo ahí, vivo, y no sentirse tan muertos como estábamos”, revela Turnes sobre el inicio de creación de este proyecto, y de ahí “empezaron a salir cancioncitas”. Pero El disco de las plantas no es sólo un álbum arbolado, también es un jardín de cuentos entre cotidianos y alucinantes, un vergel de sonoridades autóctonas y otras no tanto, una maleza de pequeños y enredados tributos y, con seguridad, su disco más uruguayo.
El inicio de “Flor de pajarito”, por ejemplo, podría integrar sin despeinarse el lado A de Canto popular, el mítico disco de José Carbajal El Sabalero, el que tiene en esa primera cara un puñado de chamarritas –entre otras, “Chiquillada”– bien reconocibles por el aporte de la clavecinista Eva Vicens; claro que luego la canción se expande en clave rock para seguir el diálogo de la protagonista con esa flor que es interpretada en el canto por Carolina Gil y que ante la intención de ser cortada con un cuchillo, increpa: “¿Qué es lo que te pasa por esa cabeza que prefieres matarnos? / ¡En la naturaleza todo tiene un tiempo para ocurrir / y este no es mi momento para morir!”.
Los colores regionales atraviesan todo el trabajo. En “La menta” el aire de zamba –y en un momento de chacarera– late desde la percusión. Tal vez una de las características más relevantes de la autora es esa capacidad de hacer un planteo de profundidad filosófica como “¿Crees que las plantas pueden sentir? / ¿Crees que las plantas pueden sufrir?” y unos versos después, describir una escena en apariencia ordinaria sin ningún filtro lírico: “A mi balcón / vino un señor / arregló mi ventana / en la mañana / cuando sube el sol / y a mi planta de menta la tiró”. Las canciones de Turnes empiezan y terminan más de una vez, como si fueran pequeñas óperas con sus respectivos actos.
El tercer track, “Coquitos”, es lo que podríamos llamar un hit dentro del universo Feel de Agua, es decir, un hit raro. Se trata de otra historia mínima esta vez vestida con un pulso candombe beat setentero. Se destacan las vocales que llevan un fraseo con reminiscencias a Mateo o alguno de sus continuadores –si “Flor de pajarito” es muy lado A del Canto popular, “Coquito” conviviría muy bien en el elepé Primitivo de Alberto Mandrake Wolf–. Mientras la voz líder tira piruetas melódicas delante del tuco musical, Fabrizio Rossi, productor y el otro corazón de esta obra, acompaña con una segunda y unísona voz fantasmal. La peripecia, que es larga, se pasa volando entre riffs, coquitos, Delia, Gloria, juntada de firmas y mucho swing.
En “Canción de la Santa Rita” vuelve a compartir micrófono, esta vez con Pedro Dalton, quien aporta su canto cavernoso a un relato que va más de tragedias que de plantas trepadoras y donde, otra vez, el follaje psicodélico y experimental deja ver ciertas raíces folclóricas; igual que en “Totora autóctona”, donde la raíz está en el tres por cuatro de esa especie de ranchera que hace lucir la melodía luminosa y el floreo poético: “Los chorlos están contentos hoy / porque el sol salió otra vez / ahí va el pescador con su barca / y con sus huellas deja una marca”. El sumun a estas referencias musicales autóctonas está en “Parábola de la planta de morrón”, una canción que comienza acústica y sostenida por el arpegio repetitivo de una guitarra y termina con un delirante y bienvenido final a pura marcha camión.
Además de esa capacidad para encontrar el asombro en pequeñas anécdotas, como el devenir de una planta inundada, otra marca registrada de Patricia Turnes es su capacidad de, a partir de secuencias de dos o tres acordes, tejer versos anárquicos de cualquier convención de rima y ritmo y salir siempre airosa. No es novedad en esta comarca: desde Leo Maslíah a La Mojigata han hecho escuela de ese supuesto desajuste de patrones. Sin embargo, en el caso de la cantante, parece ser, más que un efecto humorístico –aunque el humor siempre está presente–, la resolución intuitiva del camino de la canción, que siempre es un sendero, sinuoso, inesperado, por momentos incómodo, y nunca una predecible calle en línea recta. Para muestra “Esqueleto de ratón o cola de vaca”, otra tentación radial que pareciera surgida de una zapada con el venezolano-estadounidense Devendra Banhart y que incluye un guiño a quienes siguen los avatares de la artista –o su yo poético– a través de sus discos: “Ella me preguntó si era el colchón de la canción / Yo le dije que sí ella se rio / Le dije que el colchón no tenía karma / que el karma es de las personas no de los objetos”.
Por último, el undécimo tema es “Abrió una flor”, que se puede definir como una cumbia cadenciosa, pero que será siempre recordada por la participación del músico y performer Antolín, el jardinero ideal para terminar de podar este berenjenal. “Intenta cantar esta canción / aunque es difícil seguir la línea / de mi imaginación / pero aun así podrás cantar y bailar conmigo” canta Turnes antes de que se baje el telón y pareciera que de eso se trata todo, ya sea que el juego venga de flora o de desamores -como en la canción “Nuestro perro fiel”, de su segundo disco Yo tenía una vida, la otra punta del colchón del párrafo anterior-.
El disco de las plantas es un bosque de vivencias, extraño y familiar a la vez, y donde no todo es tan lineal como parece. Tal vez la definición que le sienta mejor es aquella que alguna vez ensayó Fernando Cabrera al hablar de la clave en la canción popular: el asunto tiene que ser “simple y hondo”. En definitiva, vale la pena perderse en la espesura y dejarse aromar.
El disco de las plantas, de Patricia Turnes. Feel de agua, 2023. Disponible en plataformas digitales. El disco se presenta el 14 de julio en La Trastienda, junto a Amigovio + Dani Umpi.