“No tengo memoria, no me acuerdo de nada, de nadie. Me hablan de cosas que para mí no existieron”, dice Juana Molina desde su hogar en General Pacheco. Son las diez de la mañana y por el ventanal que alumbra su habitación salen ramas sin hojas de los árboles de alrededor. Su melena se volvió de un color entre dorado y plateado, y lleva puesto un saco verde de hilo de entrecasa.

“Antes tenía mucha memoria visual”, aclara. “Si leía una frase en un libro, en cualquier otro momento te podía decir en qué lugar de la página estaba. Así me pasó siempre cuando era chica. Leía muchos libros de autores rusos; veía sus nombres y los reconocía, pero si los tenía que nombrar, ni idea. Además, tengo un poquito de dislexia. Veo una forma y sé que tal nombre corresponde a tal personaje, pero no te sé decir si dice Raskólnikov o qué”, dice en referencia al protagonista de la novela Crimen y castigo, de Fiódor Dostoyevski. “No lo puedo deletrear”.

Por otras razones, prefiere no adelantar nada sobre un proyecto audiovisual que lleva adelante con su sello discográfico S.O.N.A.M.O.S., como tampoco sobre su nuevo disco: “Ya grabé un montón, pero bueno, pasaron cosas, tuve que interrumpir y la idea es ponerme a trabajar en octubre, volver a volcarme a todo lo que hice y ver si me quedo con algo de eso. Yo creo que sí; por momentos me encuentro con cosas y me gustan”, desliza sobre el esperadísimo sucesor de Halo (2017), pero nada deja entrever sobre su sonido. ¿Será el de canciones totalmente despojadas de artilugios digitales? ¿Cumplirá su deseo de abandonar por completo el lenguaje convencional de las palabras? ¿Asumirá una nueva forma, o sorprenderá reinventando una tradición?

En 2019 Juana Molina lanzó el EP Forfun, con unas versiones punk pegadizas que ya le aburrieron. En esa misma onda sacó un disco en vivo (ANRMAL, 2020) grabado en México y luego estrenó la versión remasterizada de Segundo (2021), así que vamos por los seis años sin un long play nuevo propiamente suyo. Pero no olvidemos que bajo su sello se sacó el gusto de fabricar una edición especial –de 50º aniversario– del clásico uruguayo Musicasión 4 ½.

“Cuando me pongo a hacer un disco no quiero hacer ninguna otra cosa al mismo tiempo”, cuenta. “Estoy todo el día en el estudio, me voy a dormir y cuando me despierto la cabeza sigue en lo que estaba haciendo antes. Es algo que no para nunca hasta que termino. Me gusta cuando pasa así, porque después eso se nota en la cohesión final del disco. No es que tocás una guitarra por acá, otra voz por allá. Así lográs que quede todo como muy entrelazado”, asegura.

“Lo que vos hacés es jazz”, le decía su madre, amante del género y actriz de profesión, al comienzo de la carrera musical de Juana. “¡Nada que ver!”, respondía, sin terminar de convencer a Chunchuna.

Rara desde el principio, la historia indica que se salió con la suya y tiene su propio estilo. Los convertidos en fans saben que uno de los mayores atractivos de su obra es la singular arquitectura de sus canciones: una simple pista sonora, un ruido o un gran caos inicial se transforman progresivamente en algo más, al ritmo de un viaje fluido e inevitable, hasta llegar a un pasaje claro y perfectamente distinguible.

King Crimson y Eduardo Mateo son dos piezas clave para entender las raíces de su música. Aprendió en días enteros sola con su guitarra, ensayando, a veces, sólo en unas pocas notas. Ahora casi no escucha música; no puede, dice, y se salvan algunas cosas de psicodelia a las que no había llegado todavía, como el disco Suddenly One Summer, de JK & Co, uno de sus preferidos en este momento.

Un show interactivo

Juana es habitué de La Trastienda de Montevideo. Este viernes tendrá como teloneros a Urbano Moraes (otro de sus admirados) y Felipe Fuentes, quienes acaban de lanzar un EP por el sello Little Butterfly Records.

La artista argentina probará con un formato de set improvisado junto al percusionista Diego López de Arcaute: “En la pandemia llevé al vivo algo que hacía en casa, que era improvisar sobre los temas existentes o tocarlos de forma diferente”, cuenta. “Ahora sí, lo que hago se parece más al jazz, pero con otra fórmula o estilo; diría que tiene la intención del jazz. Al principio no me animaba, pero de golpe dije: ‘Basta, voy a probar’. La primera vez fue en un evento de una marca de ropa al que me invitaron a tocar. Como era algo más informal, improvisé todo, y algo que preparé pensando que iba a durar 20 minutos, con tres canciones, se extendió a 45, con las mismas tres canciones. Se me iban ocurriendo cosas en el momento, me recontra liberé y ahí me di cuenta de que quería explotar mucho más ese formato. En los meses de aforo reducido seguí probando este set improvisado. Ya lo había hecho con Odin Schwartz, pero en un estilo más bailable. Esto es como un universo vertiginoso. Nunca sé lo que voy a tocar. Le pido a la gente que me diga algunos números y yo los pongo en la samplera. Por ahí sale un sonido imposible que jamás usaría y tengo que hacer algo con eso. No es que voy a improvisar algo con un sonido de guitarra que ya sé cómo suena. Está buenísimo, yo lo paso muy bien, la gente también, y es algo que me gustaría seguir haciendo”.

Juana Molina + Diego López de Arcaute el viernes 21 a las 21.00 en La Trastienda (Daniel Fernández Crespo 1763) Entradas a $ 1.300 y $ 1.600 en Abitab. Artistas invitados: Urbano Moraes y Felipe Fuentes.