Dos de las grandes concertistas de nuestro país acometerán el miércoles los 24 preludios de Chopin y los 24 de Bach. Obras que, para poder ser escuchadas juntas, debieron sortear la perfidia de los aduaneros, jurados enemigos de los pianos en el siglo XIX.

Lo breve no quita lo complejo. Cuesta imaginarse que un conjunto de piezas que apenas superan, varias de ellas, el minuto de duración, tenga una historia tan llena de contratiempos. Traductor del Quijote al polaco y amigo de Frédéric Chopin, Julian Fontana fue el primero en recibir los manuscritos de los 24 preludios (1835-1839) del célebre compositor. Algo normal, si se toma en cuenta que Fontana era algo así como su representante, además de haber sido su compañero de apartamento por dos años, antes de que Chopin se fuera a pasar su “trimestre de los contratiempos” (diciembre de 1838-febrero de 1839) con la poeta George Sand a la supuestamente paradisíaca isla de Mallorca. La isla fue casi infernal para la pareja, que pasó más tiempo discutiendo con el entorno que disfrutando del bucólico paisaje, además de sufrir por un agravamiento de la enfermedad pulmonar del músico.

Lo extraño de aquel paquete que recibió Fontana fue que Chopin indicaba la cifra exacta que se le tenía que pedir al editor. Lo mismo que había dejado en la aduana para sacar de los laberintos burocráticos el piano Pleyel que había pedido que le enviaran desde París.

Lo cuenta George Sand en Un invierno en Mallorca (1842). “Se nos exigían 700 francos de derecho de entrada. Era casi el valor del instrumento. Quisimos reexpedirlo y no estaba permitido. Dejarlo en el puerto hasta nueva orden estaba prohibido; llevarlo fuera de la ciudad (nosotros vivíamos en el campo) a fin de evitar al menos los derechos de puertas que son distintos de los de aduanas, era contrario a las leyes; dejarlo en la ciudad a fin de evitar los derechos de salida, que son distintos de los de entrada, no podía hacerse; arrojarlo al mar es cuanto podíamos hacer si es que teníamos derecho. Después de 15 días de negociaciones obtuvimos que en lugar de salir de la ciudad por una puerta saldría por otra y con unos 400 francos pagamos los impuestos”. Varias semanas estuvo el instrumento en manos de “los feroces aduaneros de Palma”, como les llamó la escritora.

Con el paso de las décadas el piano se convirtió en dos. Ocurre que hasta 2011, cuando la justicia española tomó cartas en el asunto, había dos “celdas Chopin” en la cartuja, cada una con su piano, y los administradores de cada una aseguraban que el suyo había sido el verdadero. Hasta que la justicia española se decidió por uno.

Más allá de los enredos del futuro, lo cierto es que, en aquel invierno boreal de 1839, Chopin logró ponerse manos a la obra. A veces livianos, a veces oscuros, los preludios tenían un lugar preciso en el programa compositivo del creador. Reflejo de una de sus obras admiradas: los 24 preludios de Bach que integran El clave bien temperado (1722).

Son, por eso mismo, dos conjuntos vinculados de manera estrecha. Escritos los de Chopin en sintonía con los de Bach, pero eliminando las fugas y dejando sólo los preludios. En parte porque el espejo del presente siempre refleja de modo desfasado. En parte porque a pesar de la admiración por Bach, la personalidad musical de Chopin tenía la suficiente potencia como para hablar por sí misma.

Este miércoles habrá una inusual ocasión de escucharlos dialogar. Será en manos de dos de las principales concertistas uruguayas, Élida Gencarelli y Raquel Boldorini, ambas calificadas por el musicólogo Coriún Aharonián como dos de las grandes intérpretes de piano del país. Ciudadana ilustre de Montevideo, Boldorini está considerada “una de las últimas representantes de la notable escuela de piano que tuvo este país en la segunda mitad del siglo XX y cuyo nombre es ya leyenda nacional”, según escribieron Aharonián y Rubén Olivera en el tomo Música editado por la Comisión del Bicentenario (2013).

En cuanto a Élida Gencarelli, otro de los nombres legendarios del piano uruguayo, es una especialista en Chopin, en cuya obra se perfeccionó durante sus estudios en Varsovia. Condecorada en Polonia con la Orden del Mérito del Ministerio de Cultura y Arte y con la Cruz de Caballero, fundó la filial uruguaya de la Asociación Chopin. Su registro, además, trasciende con mucho los límites de la música culta del romanticismo, siendo una excepcional pianista de tango y de música contemporánea.

Si el clima el miércoles se llegara a presentar frío, piénsese que será todavía mejor para trasladarse de forma imaginaria hasta aquel helado invierno mallorquín. Pero sin las incomodidades de la celda de la cartuja y sin aduaneros del siglo XIX.

Ciclo de Piano Nibya Marinho de la Temporada de Música de cámara del SODRE, miércoles 9 a las 20.00 en el Auditorio Nelly Goitiño (18 de Julio 930, Montevideo). Entradas $ 400.