Si se cambia el acompañamiento, se puede repetir una misma nota para generar efectos novedosos. El truco, muy empleado en distintos géneros musicales, es el que usa Pablo Larraín en El conde para que las denuncias contra Pinochet y su régimen nos suenen diferente, a pesar de que las conocemos –o intuimos– desde hace mucho: las reitera en un contexto absolutamente original. Como se viene avanzando más o menos desde su presentación en Venecia, la película propone que veamos al dictador chileno como un vampiro, esa figura maligna del folclore europeo que Bram Stoker condensó en la novela Drácula (1897).

Inevitablemente, Larraín dialoga con buena parte de la cinematografía que se ocupó de Drácula y los suyos durante las primeras décadas del siglo XX, desde Murnau y su Nosferatu en adelante: el film en blanco y negro, la rigidez gestual, el toque anacrónico. La clave es la de la ficción fantástica, pero la historia está protagonizada mayoritariamente por personajes históricos: Augusto Pinochet y familia (más una figura que puede resultar sorpresiva si se desatiende el acento británico de la narradora). En concreto, los hijos del dictador van a reunirse con él en su desolado refugio del sur chileno para reclamarle su herencia: ocurre que Pinochet sólo ha disimulado su desaparición física en 2006, pero en realidad, como buen vampiro, es duro de matar.

Para desencadenar un desenlace, los hijos del dictador contactan a una monja que, entre exorcista y auditora contable, convivirá con ellos. Es ella la que, gracias a sus “entrevistas con el vampiro”, logra poner en discurso los horrores –asesinato, tortura, robo– en los que incurrió el régimen de Pinochet. Escuchar algunas puteadas al dictador espetadas cara a cara produce un insospechado placer y uno imagina que para el público chileno debe haber un plus al delegarlo en boca de actores y actrices tan reconocibles como Paula Luchsinger, la cazavampiros en cuestión. Como en la magnífica El club (2015), Larraín y su socio en la escritura Guillermo Calderón se valen de un agente externo (en aquel caso, un sacerdote que realiza una investigación interna sobre abusos en la iglesia) para vehiculizar denuncias vigentes.

También, al igual que en otras películas guionadas por Calderón, es visible el origen “teatral” del texto, dado que priman los diálogos y los ambientes cerrados. Eso no quiere decir que no haya momentos de intensidad visual: vemos la capa de general/vampiro planeando sobre la Alameda de Santiago durante sus incursiones nocturnas en busca de plasma, vemos a Pinochet frustrado al no encontrar su busto entre la galería de expresidentes, y vemos al joven francés Pinoche lamiendo del filo de la guillotina la sangre de los nobles decapitados durante la Revolución francesa. En este sentido, el título de la película remarca el vínculo entre aristocracia y consumo de sangre humana, y recuerda su carácter alegórico.

Pocos creadores actuales han logrado aprovechar tanto los recursos de la ficción como plataforma de una reivindicación ideológica evidente; tal vez lo que ha hecho Donald Glover en las últimas temporadas de la serie Atlanta sea comparable –por su atrevimiento en la utilización de géneros y la radicalidad de su militancia a favor de los derechos de los afroestadounidenses– a esta incursión de Larraín en lo fantástico-político. El apartamiento de lo que ahora vemos como “código realista” en sus anteriores producciones relacionadas con el pasado reciente –No y Neruda, por citar algunas— fue una jugada arriesgada que resultó bien.

El conde, de Pablo Larraín. 110 minutos. En Netflix.

Larraín en Netflix

Buena parte de la filmografía del director chileno está disponible en la plataforma de streaming. Desde No , sobre el plebiscito de 1988 que dio vuelta al régimen de Pinochet y que, con la presencia de Gael García Bernal, significó el salto internacional de Larraín , a películas como la inaugural Tony Manero y la más reciente Neruda (también con el actor mexicano), que tienen, con diversos grados, a la represión dictatorial como asunto de fondo. Netflix también ofrece la obra maestra El Club.

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