La pelusa de los árboles, los puestos de garrapiñadas y el hombre de lentes negros, dueño de algunas baldosas cerca del cruce con Yaguarón, son cosas que no han cambiado en 40 años sobre 18 de Julio. El hombre de sobretodo negro ahora tiene el pelo canoso y abandonó el balanceo espasmódico para refugiarse en un teléfono celular que lo ayuda con su ceguera. La lata podría ser la misma de siempre, sonando cerca de uno de los últimos puestos de revistas que quedan sobre la avenida y del antiguo local del diario El Día convertido en casino.

Unas cuadras hacia abajo, a la altura de Canelones, en un cuarto de niños desocupado que no supera los diez metros cuadrados, cinco músicos ensayan canciones uruguayas de 1986.

El bajo le da entrada a “El gerontocida”: “El asesino de viejas / va a la Plaza de Bomberos / y se pasa el día entero / esperando sin descanso / a su víctima casual / y cuando por fin la halla / la desmaya de un palazo / y la mete de cabeza / en la fuente que allí hay / Y más tarde se va al cine / con la guita mal habida, / se la gasta en cocaína / y en algunas porquerías / que prefiero ni nombrar / Y después se va un boliche / en Justicia y Miguelete / pide al mozo dos pizzas / y del orillo un fainá”, canta Sebastián Gavilanes, El Gavilán.

El primero en caer al ensayo es Fernando Calvin Rodríguez, el legendario guitarrista de Los Tontos, que actualmente reside en Buenos Aires. Baja de un taxi y sonríe para la foto. Carga con su instrumento y una valija. A la pasada comenta: “El miedo a las fotos nos quedó un poco por la cana”.

“Soy muy callado, pero muy rompebolas con el tema del sonido”, avisa Calvin. Enchufa sus guitarras, los pedales de efectos y se mete en la habitación mientras el resto de los cómplices comienzan a llegar.

Tirado en un sillón, el más relajado de todos es Juan Meza, un amigo del Gavilán en sus años por México. Los dos son buscavidas. El Gavilán le contó que estaba con el regreso de Los Tontos y le propuso hacer un documental sobre la banda. En la misma sintonía se editó hace poco Los Tontos, una mirada novelada a la banda escrita por Rosana Malaneschii (Estuario, 2024).

De bermudas y ropa de entrecasa, corre el percusionista Nicolás Millot, otro amigo del Gavilán, experto en tecnología y todoterreno. El momento recuerda la camaradería y el ambiente de pares en la escena de Pulp Fiction en que Harvey Keitel interpreta a “El lobo”.

En un pequeño patio interno, de lentes negros y gorra de sol, el baterista Leo Baroncini, alias Trevor Podargo, responde en inglés mensajes de Whatsapp de su esposa, todavía en Indianápolis: “No, I wasn’t”, dice. Ella y sus hijos y otros parientes lo vendrán a ver el sábado.

Es martes y la banda 2.0 está energizada por su participación en la entrega de los Graffiti de la noche anterior. Los Tontos tocaron un par de temas y, según el bajista Xavier Pereira, otro amigo todoterreno del Gavilán, “fue lo mejor de la velada, todo el mundo me dijo lo mismo”.

De golpe son tres los que se abrazan y saltan en el medio del living. Son las cuatro de la tarde y el grupo cumple con el comienzo de una agenda estricta de intensos ensayos para llegar al sábado de la mejor manera.

Calvin y Trevor son dos sesentones con familia, hijos, hábitos para el cuidado de la salud y buen humor. Comparten unos días en Montevideo, bastante parecidos a los de sus días de inmensa popularidad. En una nota con el programa Algo contigo, de Canal 4, Calvin recuerda que hicieron 208 shows en tres años con Los Tontos, antes de que la banda se separara, en 1988.

En 2022 vieron lo que hizo el Gavilán en un primer homenaje a Los Tontos en la sala Zitarrosa, que incluyó a invitados como Gabriel Peluffo, Alejandra Wolff, el Fata Delgado, Tabaré Rivero y Mandrake Wolf (que luego derivó en la edición del disco Homenaje a Los Tontos, editado este año por Bizarro), y se sorprendieron por la vigencia de su repertorio. Además, encontraron en el Gavilán un intérprete serio y comprometido con su obra y la capacidad suficiente para sacar los piques más finos de sus canciones.

Calvin está encantado de ensayar en poco espacio, aunque deja caer que la posta se va a poder escuchar cuando ensayen en una sala grande, al otro día.

“Arrancamos en mi casa en Buceo, en un lugar parecido a este. Siempre fuimos una banda de garaje. Éramos tres pibes que queríamos tocar, no había otra pretensión. De pedo salió bien, porque no existe ninguna fórmula para gustarle a la gente”, cuenta, en un rincón del cuarto, mientras sigue probando los matices de su guitarra durante horas, solo o acompañado. Lo que sale de su instrumento podría recordar a Mark Knopfler y Sting, en fragmentos de climas que son su gran talento y parte de la magia del sonido de Los Tontos.

“Esto me acompaña a todos lados”, dice Trevor, y levanta una botella de plástico de azul transparente: “Agua, limón y sal. Te regenera la electricidad del cuerpo, es una cosa espectacular”, explica. “Y además te levanta los glúteos”, acota el Gavilán.

La energía del momento es de especial intensidad. Una mezcla de una euforia revivida con un cruce de recuerdos y preguntas que llegan a través de notas de prensa, curiosidad de fanáticos y por la figura del cantante, bajista y compositor de la banda Renzo Teflón (1962-2018), que se siente en una forma no del todo definida, sin una expresión clara en palabras, pero a través de una sensación que aún mezcla dolor, admiración y asuntos pendientes.

En los últimos días de Renzo, Calvin y Trevor lograron, por fin, hacer las paces con él. Bromearon y, si bien nunca se terminaron de poner de acuerdo, a los tres les pareció una buena idea armar un big band para interpretar el repertorio de Los Tontos.

La propuesta del show para este sábado se le parece bastante. De hecho, la intención de ambos músicos con esta fecha es la de darle un cierre a la propuesta artística de la banda, que sea a la vez un espectáculo en homenaje a Renzo Teflón.

“Yo desde que me fui de acá no toqué más las canciones de Los Tontos, y Leo tampoco”, dice Calvin. “Pasaron 37 años. En mi caso fue como que intenté cerrar una etapa, pero no te podría explicar mucho más. Lo que sí te puedo decir es que para nosotros este espectáculo supone una carga emotiva muy grande”, confiesa.

El grupo mira asombrado un video en la pantalla de un teléfono celular en el que quedó registrado su paso por los Premios Graffiti. “Fue como el desembarco en Normandía, no sabíamos con lo que nos íbamos a encontrar”, dice Calvin.

“Yo estaba bastante nervioso”, admite Trevor, “pero después empezamos a ver tantas caras felices y sonriéndonos, que se me fue todo. Fue muy lindo encontrarnos con muchos músicos amigos, como Gustavo Etchenique o Jorge Nasser, que fue tan generoso con nosotros”.

“Jorge siempre nos invitaba a tocar”, recuerda Calvin. “Con Níquel, en 1988, grabamos ‘Ataque de asco’ en el pub Laskina, un tema que salió de bonus track en el disco Gusano loco”.

Otras postales salen a propósito de la reciente remasterización de los dos primeros discos del grupo Los Tontos (Orfeo, 1986) y Los Tontos al natural (Orfeo, 1987), reeditados este año en formato digital por Bizarro Records. “Hicieron un muy buen laburo”, dice Calvin, que desde hace años se dedica al “audio profesional” y prefiere grabar música que tocarla. “Ese disco lo habían destruido”, cuenta sobre la edición sonora original de Los Tontos al natural. “Realmente yo sé lo que se encontró el ingeniero de sonido que agarró esas cintas. Era una gillette que te cortaba los oídos por los agudos que tenía. El disco que nosotros hicimos tenía unos graves impresionantes. A veces, con Leo decimos: “¿Y si lo grabamos de vuelta? Aislamos la voz de Renzo y el bajo, y tocamos de nuevo”.

“Por otro lado, pienso que a veces las cosas deben quedar como fueron en ese momento”, reflexiona. Sobre el paquete original de la edición en casete de Los Tontos al natural (un envase cilíndrico de plástico), Calvin cuenta que la idea de Trevor era “venderlo en una lata de verdad, para que la gente la tuviera que abrir con un abrelatas. Era un adelantado, quería vender el casete en almacenes y supermercados como después terminó pasando”.

En el estudio

Al día siguiente, la banda se mete en una sala grande de la calle Ejido. Los músicos arrancan el ensayo al mediodía y las pausas son para más notas de prensa. Los periodistas de un canal de televisión consultan por el “Himno de los conductores imprudentes”; Leo dice: “Queremos que sea una sorpresa”.

“Somos una manga de marineros borrachos”, lanza Calvin, que todavía no está conforme con el ensamble del sonido y pide “tocar más fuerte”. Por el lugar pasan curiosos e invitados especiales que tendrán, cada uno, su momento de brillo en el espectáculo.

Suena “La gordita 103”, enriquecida de acordes, pausas y un poquito de distorsión de guitarra. La banda recrea con fidelidad y como nunca el sonido de antaño.

Jonás Silva, cantante y guitarrista de grupo de rock D.S.M., uno de los invitados al evento, ondula sus piernas conquistado por las melodías: “Mi primera banda la tuve en 2005, se llamaba Los Pintagous. Renzo Teflón tocaba el bajo con nosotros. Después de eso, con Nacho Piñas hizo los Fachos A Go Go”, recuerda, para retratar la importancia de Renzo y Los Tontos en su vida.

El Gavilán me pregunta si preciso algo para cumplir con mi trabajo. Su temple parece el más oportuno para lidiar con el alboroto alrededor de sus compañeros más veteranos y los miles de detalles que supone un espectáculo de este tipo, cargado en gran medida sobre sus espaldas autogestivas. A Sebastián Gavilanes, que tocó con todos y vivió en México durante un buen tiempo, se lo reconoce como un versátil guitarrista y cantante al que se puede llamar a cualquier hora del día para sumarse a proyectos de los que surgen de repente. Tiene sus discos solistas, los que grabó con Los Verde, y también comparte años de tarea junto a Max Capote, quien siempre lo ha considerado uno de los suyos. Como en un día más de trabajo, el músico ecualiza bromas, chistes, fechas y encuentra enchufes, camina de un lado hacia el otro y le dice “como vos quieras” a un invitado muy especial, en la mejor resolución del instante.

Para el bajista Xavier Pereira la experiencia de participar en este proyecto es “única” y agrega al privilegio los cuentos de época que Calvin y Trevor se reservan para sus compañeros de banda. “Fijate que fueron los únicos que tuvieron un programa de televisión, en Canal 4”, explica para dimensionar la popularidad de Los Tontos y La cueva del rock a mediados de los 80. “Para mí es un honor, pero también es una responsabilidad muy grande. Estamos hablando de la historia viva del rock”, sostiene el bajista, al tiempo que evoca a Trevor Podargo tocando con Los Estómagos en un concierto de 1985, detrás del Club Biguá, en Punta Carretas, al que fue con su padre, cuando tenía seis años.

Sobre la forma de tocar de Renzo, explica: “Metía unos acordes como invertidos, una cosa muy loca, muchas veces con el bajo tocado con púa, con esa del punk filtrado por The Police”, dice. “Además, entre la música y las letras había algo de performance que le daba una cosa cinematográfica a la experiencia”.

Calvin usa un montón de pedales, y uno, “que es como un emulador de un equipo”: “Este es un afinador, este es un pitch shifter y estos dos los usaba con Los Tontos, un chorus y un digital sampler delay. A veces uso tres delays. En la época de Los Tontos el chorus iba conmigo a todos lados y en una época usaba un armonizer”, detalla.

A esta hora, el más serio de todos es Trevor, cuya costumbre casi permanente es la de intercalar chistes muy ingenuos y simples que esconden una pizca de maldad o verdad.

Cuando termina el ensayo de la tarde, transcurridas tres horas, guarda los platos de su batería mientras relata que en el dadaísmo que lo atrajo y lo conectó primero con Renzo y luego con Calvin jugaron un rol importante los libros de un padre estudiante de Arquitectura, que “no pudo terminar la carrera por un accidente”, la historia del arte y una tía muy lectora: “En mi casa se hablaba de eso: de romper con lo establecido, de encontrar lo hermoso en lo feo. Con Los Tontos encontramos que podíamos decir algo a partir del absurdo. Nuestros coros eran ña ña ña ña. A Renzo le interesa todo y todos, y en ese interés por el absurdo encontrábamos un lenguaje en común los tres”.

El Gavilán se refiere a Calvin como “El jefe”. “Esto lo soñé hace muchísimos años”, admite. Cuando era un niño y escuchaba y jugaba a Los Tontos, dice que sentía que tenía algo para ellos, que eran amigos, que un día lo iban a ver como uno más de ellos. Algo así como: “Hola, al fin nos encontramos”.

Los Tontos 2.0, sábado a las 21.00 en la sala Zitarrosa. Entradas generales a $ 1.000 y tertulias a $ 800 en Tickantel.