Flor Sakeo mueve la melena y sus rulos saltan para todos lados, se desgañita cantando, se tira al piso, aporrea una pandereta, toca un solo de guitarra excepcional. Es un remolino, pura furia y actitud. Sus temas están llenos de riffs pegadizos y sus shows son apasionados y catárticos, con el sostén de una banda fuerte que la acompaña. Su credo es el de la música más garajera: The Stooges, The 13th Floor Elevators, MC5. Pero no se queda ahí. Admira a Tony Iommi de Black Sabbath, aunque también le interesa la forma de tocar la guitarra de artistas actuales como St. Vincent o Courtney Barnett. 

Durante 2023 se ha presentado en vivo casi todas las semanas en algún rincón de Montevideo. No parece cansarse jamás, y se ríe de que nadie le cree cuando afirma que este año quiere tocar menos. A Flor Sakeo (Zacheo es su apellido real) hay que verla en vivo; puede que el suyo sea de hoy los mejores shows del under capitalino. Cuando se refiere a sus toques, la pasión que le despiertan y la alquimia que genera con el público, usa la palabra dinamita, por lo incierto que resulta: la chispa se prende y puede disparar para cualquier lugar, todos los vive diferente.

Hay quienes dicen que el rock murió, otros que pasó de moda. Sin embargo, en los últimos tres años ha habido una explosión de bandas y solistas nuevos vinculados al género, con un público fiel y que se mueven en un circuito de bares como Andrómeda, Ducón, Tazú o el Clash City Rockers, todos en el Centro de Montevideo.  La afinidad parece estar más en lo humano que en un sonido común: organizan fechas conjuntas donde prima la autogestión, comparten fletes y sonidistas, pero también se cruzan en bares donde se pasan piques o hablan de música y películas. Más allá de algunas continuidades, esta nueva generación de bandas rompió con algunas prácticas de las anteriores que se movían en un ambiente similar. Hay una mayor presencia femenina, más mezcla de géneros y, en muchos casos, una propuesta teatral o performática que se asocia al humor y con la que le escapan a la solemnidad que a veces caracteriza al rock.

Además de Flor Sakeo germinaron bandas como Neamwave, cuyos integrantes parecen recién haber salido del liceo, con un sonido grunge y que recientemente sacaron un muy buen disco. También apareció Obelisco, de un palo más hardcore y que recuerda a la extinta (e inigualable) banda argentina Fun People. Todos han compartido toques con Naoko, que presenta un costado más pop y oscuro, y con Catatumbo, banda con shows arrasadores donde predomina una batería potente y que remiten tanto a Black Flag como a Melvins. Pero hay muchas más. “Te pasaría un PDF con todas las bandas”, me dice riendo Flor Sakeo cuando le pido que me mencione propuestas de acá que le gustan, y nota que su lista va a ser interminable. 

Ignacio Correa, voz y bajo en Catatumbo, asocia esta explosión de proyectos distintos y potentes a los años de encierro en la pandemia: “La gente salió con tremenda fisura de hacer cosas y los músicos empezaron a tomarse más en serio. Nosotros en particular empezamos a trabajar de otra manera y lo veo en las otras bandas. Es tratar de hacerlo lo mejor posible, más allá de las pocas herramientas que tenemos”. 

Flor Sakeo.

Flor Sakeo.

Foto: Matías de León

Las palabras y su uso

Un típico toque de Catatumbo: Ignacio Correa, con el maquillaje corrido como el Guasón de Heath Ledger, parece estar al borde de un brote psicótico y grita palabras ininteligibles mientras se mezcla con el público, varias personas se suben al escenario a bailar o a sacarse la ropa, el pogo es una gran amalgama de donde a veces emerge un brazo o una pierna. Tanto en su sonido como en lo caótico y extremo de sus shows, remiten directamente a la banda estadounidense Butthole Surfers.

Aunque no lo parezca en sus toques, los integrantes de Catatumbo se vinculan al abordaje académico de la música. Algunos estudian actualmente, otros están recibidos, otros experimentan con la creación de instrumentos. Como viven juntos, están todo el tiempo compartiendo lo que aprenden y realizando ejercicios. “Somos unos ñoños”, dice Correa. Al afinar el oído, se nota en su sonido un trabajo musical complejo: ritmos irregulares, improvisación, elementos del jazz y hasta del afrobeat que se mezclan con las referencias más claras al metal o al hardcore. 

Todos participan en distintos proyectos musicales, pero la “catarsis absoluta” la viven con los shows de Catatumbo en un ámbito que se podría definir como under. Para Correa, la palabra, al igual que sucedió con otras como alternativo o experimental, se ha ido vaciando de significado. Así lo explica: “No es algo que me cope tanto estar poniéndome la bandera del under, no sé si me identifica, pero entiendo que, si viene por el lado de no ser parte de algo mainstream, estamos en eso”. 

Ha sido un término complejo y polisémico desde siempre, pero parece la mejor manera de referirse al ambiente en que se mueven estas bandas nuevas. Para Flor Sakeo, el under es algo creado por personas con convicciones firmes, que generan espacios para poder ser ellos mismos. Por más que observa cambios en la escena hoy, cree que hay una esencia que se mantiene. “Siempre se apoyan entre ellos, se cargan 25.000 cosas, se rompen el lomo para llenar un bar de 80 personas. En otro espacio-tiempo pasaban otras cosas o pasaban las mismas cosas, pero capaz que no se hablaban tanto”, dice. 

Sakeo también se pregunta qué tan under es el under ahora cuando los músicos tienen su alcance a través de plataformas y así pueden llegar a cualquier punto del planeta en pocos segundos. Las redes sociales también los conectan con un público que asiste a sus shows y con integrantes de otras bandas con intereses similares. La difusión ya no es una corriente que avanza sólo por el boca a boca. 

La guitarrista y cantante es crítica con su generación: “Nosotros estamos con mucha data y con poca data a la vez. Entre tanta información capaz que nos terminamos cegando”. Pero dentro de los cambios positivos en el under actual encuentra otra postura frente a ciertas actitudes: “Ahora tengo 30 años. Cuando tenía 15 había un montón de cosas en la vuelta, desde actitudes machistas hasta violencia. En ese sentido hay otro tipo de conciencia”.

El público de las bandas, aunque no es abundante, parece ir siempre en aumento. Correa insiste con que la pandemia también fue fundamental para que se creara esa masa de seguidores. Recuerda que hace unos años se movía en un ambiente de hardcore y punk, donde a veces tocaban para 20 o 30 personas. “Pensé que el rock ya había sido”, dice. Pero eso cambió en los últimos años. Para él, hay quienes vivieron el fin de su adolescencia en la pandemia. Cuando terminó ya habían cumplido los 20 y querían ir a ver shows, a vivir en carne propia lo que habían consumido por internet durante el tiempo de encierro. Así salieron a la movida por primera vez. 

Patear el tablero

Bluzz Bar es un océano negro donde apenas se distinguen caras con cerquillos y cuerpos que se mueven. El público, de edades variadas pero con muchos jóvenes, corea las letras de las canciones y salta cuando suena “School” de Nirvana. Julietta Astol, mente detrás de Naoko, emana sensualidad desde el escenario. Tiene un aire lánguido, narcótico, los bajos suenan gruesos al estilo pospunk y ella canta suave, a veces parece que hablara. 

La música de Naoko es urbana e introspectiva. Astol reflexiona sobre su lugar y sus posturas de manera desafiante, habla de la confusión en la juventud, la sexualidad, los excesos. Parte de eso se evidencia en el video de su canción “Melancóliga”, donde se la ve bailando entre el humo del cigarro bajo imágenes de Ian Curtis (de la banda Joy Division) y Robert Smith (The Cure). 

Cuando a sus 16 empezó a escuchar música de forma consciente, Astol conoció a Charly García y le rompió la cabeza. Le dieron muchas ganas de hacer música, pero recuerda que le vino una “bajada”: que ella nunca iba a poder hacer eso, porque los que se subían a un escenario a hacerlo eran hombres, el rol de la mujer en la música y en el rock era otro. Hoy piensa que en parte se debió a un desconocimiento de bandas lideradas por mujeres y por la falta de ejemplos cercanos. 

“Por pila de tiempo esa idea de hacer música la tuve muy apagada. Después me empecé a animar, en los últimos años, producto de un montón de conversaciones que se empezaron a dar que antes no se daban”, dice. Hoy le gusta que su propuesta esté atravesada por el rock, aunque incluye otro montón de géneros, desde el rap hasta el pop.

“Tenés potencial, pero te falta un no sé qué. Me gustabas más cuando cantabas cóvers de Adele”, se escucha en su canción en “Ruda”, refiriéndose a los prejuicios y comentarios que deben enfrentar las músicas en el ambiente. Astol piensa que el aporte de las mujeres al rock no puede ser sólo subirse a un escenario y colgarse una guitarra para hacer lo mismo que hace un varón, algo que expresaba Courtney Love, música que admira y versiona en vivo. “Es también introducir toda una poética, decir cosas desde la perspectiva de una mujer que vive cosas que los hombres no. Eso le suma algo que el rock nunca tuvo. Hay una rebeldía, y el espíritu del rock está ahí, pero son relatos que todavía no se habían contado”, explica.  Flor Sakeo intenta que su figura como mujer que rockea no sea lo único que prevalezca en su propuesta y aún se sorprende de que en cada entrevista le pregunten sobre su rol femenino en el rock: “Simplemente soy un ser humano haciendo música”. De todas formas, es consciente de que si tiene la “cara” para subirse a un escenario se lo debe a un montón de mujeres que le abrieron el camino. 

También observa en ella una autoexigencia que puede deberse a una cuestión de género: “Existe esa presión de que salga lo mejor que pueda, pero siempre estás dándolo todo. Y pienso, ¿los hombres se están presionando de la misma forma que las mujeres cuando nos subimos al escenario? Son preguntas que se me pasan por la cabeza cuando me pongo con una lupa muy encima de lo que hago”.

El aumento de presencia femenina no sólo se ve en las bandas y solistas, también en el público y en otros aspectos como la logística, siempre vinculada a un terreno de los hombres. Es así que varios de los integrantes de la movida trabajan con la fletera Jessy, que además asiste a los toques y carga los instrumentos acompañada de su perra Lupita. 

Clics modernos

Al ver en vivo a estas bandas nuevas sorprende el aspecto visual y teatral que traen a escena. Flor Sakeo ha entrado a sus shows con un vestido blanco y vaporoso para celebrar su “doble 15”, ha actuado con un look del estilo Flashdance, y también se ha caracterizado con Jaime Roos en la tapa de su disco Mediocampo, con el bigote y todo. La estética de Naoko se vincula a lo gótico: medias de red, bucaneras, mucho negro, botas de cuero, pero también ha organizado toques con una consigna, como cuando a fines de 2023 ella y su banda se disfrazaron de personajes de la farándula argentina de los 90.

Sin embargo, los que se llevan todos los premios en ese aspecto y cuyos shows ya pueden llamarse performances son los Catatumbo. Ellos se definen como un circo y su producción es muy trabajada, con propuestas disímiles, siempre bajo una nueva consigna excéntrica. Para Julietta Astol, sus toques “elevaron la vara” para las demás bandas del ambiente y llevan a que nadie quiera perdérselos, porque cada uno es distinto. 

Si uno mira fotografías de sus performances, pueden parecer escenas terroríficas: caras desencajadas, sangre y tripas falsas, máscaras negras con cierres metálicos,cadenas, grilletes. Sin embargo, al presenciarlos se entiende que hay una cuota muy importante de humor. En vivo plantean un homenaje al cine de terror de bajo presupuesto de los años 80, donde también había elementos de comedia. Para su cantante y bajista Correa, lo que buscan no es asustar, sino incomodar al espectador. “Me copa mucho Andy Kaufman, que te daba esa sensación de que no sabías si lo que hacía era posta, si te estabas sintiendo incómodo porque al tipo le estaba pasando algo realmente, o si estaba actuando”, dice.

También hay parte del público que asiste a los toques disfrazada, muchas veces porque ya el afiche da una pauta sobre la estética de esa fecha en particular. “Es una excusa para tunearse”, afirma Correa, y recuerda que tanto en un show con temática de payasos como en otro con imaginería religiosa fueron varios los concurrentes que se calzaron una peluca. “Me gusta que más allá de lo teatral y la ficción todo sigue siendo muy terrenal. El público y nosotros somos casi lo mismo. Aunque no vayas disfrazado, estamos todos muy cerca, no hay misterio. Me embola cuando la gente se toma las cosas muy en serio, cuando hay mucha solemnidad”, dice. Y en eso coincide con varias de las nuevas propuestas, que buscan desacralizar al rock y quitarle su capa de trascendencia. 

Más allá del esfuerzo que les implica tocar temas que no son sencillos, también buscan que todos se diviertan y se suelten: “Muchos en el público llegan a unos niveles de catarsis casi como el nuestro, por lo que veo, la gente desquiciada. Y me encanta eso”.