El problema con el cine tardío de Woody Allen es que le conocemos demasiado los trucos. En su más reciente película, Golpe de suerte en París, dos de los vértices del triángulo amoroso tienen puntos de vista contrapuestos sobre el azar: Alain, el artista soñador, cree en la casualidad, mientras que Jean, el emprendedor capitalista sin pudores de incurrir en deshonestidades, piensa que uno hace la propia suerte. Cada uno de ellos tendrá un destino pautado por la posición opuesta a la que sostiene. Esa cuestión del azar ya había sido el núcleo filosófico de la obra maestra Match Point (2005), cuya trama estaba centrada, al igual que esta, en un triángulo amoroso y un asesinato.
No creo que nadie pueda prever en detalle los acontecimientos en esta nueva película, trabajados en forma realmente ingeniosa, pero cuando suceden tampoco sorprenden tanto como sería esperable. ¿Cuál es el problema?, podrá preguntarse un defensor empecinado de Allen. Al fin de cuentas, Yasujiro Ozu produjo una obra maestra tras otra durante toda su vida contando pequeñas variaciones de los mismos elementos. La diferencia importante está en que Ozu no pretendía sorprender y la experiencia pasaba por otro lado, mientras que en Allen es un componente central y perdió un considerable voltaje en sus últimas películas.
Hay un curioso síntoma de su renuencia a aventurarse por terrenos nuevos: Alain se pinta como un bohemio que se ha desplazado de ciudad en ciudad y se encuentra en París luego de períodos en Nueva York, Londres y Barcelona. ¡Es una lista casi completa de las ciudades en las que Allen supo hacer películas! (faltan Roma y Los Ángeles).
Claro, tiene que ver con la edad. Allen tenía 87 cuando concluyó esta nueva entrega. Además, él mismo escribe sus guiones, y lo hace a solas, es decir, el proceso creativo no se fecunda con otros aportes. Golpe de suerte en París es su 54º guion de largometraje en 57 años de cine. Quitando un brevísimo lapso en que fue “moderno” (de los inicios hasta mediados de la década de 1970), Woody Allen siempre se asumió y se presentó como un nostálgico, inadaptado a los nuevos tiempos y haciendo de esa inadaptación una parte cada vez más esencial de su persona artística, reacio a darles a estos tiempos ni siquiera una chance.
Es increíble todo lo bueno que hizo durante décadas, pero luego de una serie de películas medio fatigadas uno empieza a perder la esperanza de que llegue una nueva gran película de su autoría. Más allá de que el mercado estadounidense no viene siendo muy amigable con los cineastas de su generación, por más exitosos que hayan sido en el pasado (piénsese en la sucesión de fracasos de taquilla de Scorsese, Coppola, Spielberg o Eastwood), Allen en particular padece el ostracismo de la industria cinematográfica estadounidense debido a la acusación de abuso sexual a su hija de siete años.
Perdido en la traducción
Sus últimas tres películas ya no fueron distribuidas en su país y finalmente decidió abdicar de Estados Unidos y hacer una película esencialmente extranjera. Golpe de suerte en París está hablada en francés, los actores son franceses, y hasta los créditos (siempre en la consabida fuente Windsor blanca sobre fondo negro) son en francés. Con el idioma se va una considerable parte de la chispa habitual de Allen en la redacción de los diálogos.
Además, esta debe ser la primera vez en que el director hace una película sin ningún actor muy conocido. Hay dos que son excelentes (Valérie Lemercier y Melvil Poupaud), pero la pareja principal de amantes (Lou de Laâge y Niels Schneider), pese a la buena pinta, es especialmente desangelada.
Esta película tiene en común con Un día lluvioso en Nueva York (2019) el hecho de lidiar con gente joven y en la actualidad. Eran veinteañeros en aquel film y treintañeros aquí. Y la cuestión es que Allen no sabe cómo es una persona joven hoy día. En esta nueva película, por ejemplo, un elemento central de la trama es que Alain conserva con mucho cuidado el manuscrito de la novela que está escribiendo. Encontrar el manuscrito en un cajón secreto de su apartamento va a ser un giro crucial en la historia. Es totalmente anacrónico: una versión impresa de la novela puede servir para que uno le pegue una leída más relajada, pero nadie se apega a ese montoncito de papel como si fuera algo esencial e irreemplazable como hace 40 años.
Hay elementos de comedia, pero son muy tenues. El tono es el de un drama que no se atreve a ser acentuadamente dramático, o de una comedia que no confía en la gracia de sus chistes y prefiere presentarse como drama. Por ejemplo, en un momento en que está por cometerse un asesinato, la música de jazz, con mucho groove, aligera el tono, impone una distancia burlona. Cuando los matones rumanos están cargando el cadáver, el montaje alternado nos trae a la escena de un remate donde se está vendiendo un cuadro renacentista que muestra una cabeza decapitada (es un toque morboso hitchcockiano). La mujer madura y prosaica que, de pronto, empieza a alimentar sospechas y decide posar de detective siempre es un tópico gracioso, y Allen ya lo había usado con el personaje de Diane Keaton en Un misterioso asesinato en Manhattan (1993). La sorpresa inherente al desenlace también tiene mucho de comedia.
La París de esta película no tiene Campos Elíseos ni Torre Eiffel, y no recuerdo haber visto ni siquiera el Sena. Pero tampoco tiene barrios modernos: está confinada a esas placitas divinas, fachadas de inicios del siglo pasado color crema, cafés con mesas al aire libre donde los clientes están sentados tranquilamente leyendo libros. Golpe de suerte en París es muy recomendable para quienes disfruten de ver lugares bonitos, apartamentos y casas bellamente decorados, gente bonita y vestida con mucho gusto.
El estilo está un poco refrescado. La música no está propiamente agiornada, pero sí avanzó algunas décadas: en vez del habitual jazz de los años 1920 a 1940, aquí hay jazz de los años 50 y 60. El visual es una exquisitez. La fotografía es del gran Vittorio Storaro, quien trabajó con Allen en todas sus películas desde 2016 y está especialmente asociado con Bertolucci, Coppola y Saura. Aquí adoptaron un enfoque especialmente colorístico, que abunda en imágenes en las que conviven zonas frías con otras cálidas, a veces en forma francamente artificial (esa visión de la casa de campo de Jean al atardecer, azulado, donde se distingue perfectamente, por la ventana, los tonos rojizo-anaranjados del interior). La cámara incurre en unos movimientos bastante floridos tomados con steadicam, y además usa un lente gran angular acentuado, que no es lo característico en Allen. Su sabiduría en la puesta en escena sigue asombrando: véase ese plano inicial, cómo logra, en un conjunto de gente caminando por la calle de espaldas, destacar de a poco a Fanny.
Esta película no le va a cambiar la vida a nadie ni va a hacer historia. Pero no es un bodrio, en absoluto, y es muy superior al promedio de lo que hay en cartelera. Es un encanto para los ojos y oídos y tiene sus buenos momentos.
Golpe de suerte en París (Coup de chance). 95 minutos. En Cinemateca, Torre de los Profesionales, Life 21, Movie Punta Carretas, Alfabeta, Movie Montevideo, Portones.