Escaleras arriba, la última luz del día ilumina una mesa en la que se mezclan la textura del papel y la madera; en el piso, se apoyan filas de lienzos, de a tres, y una caja con cientos de reparticiones. La dueña del pequeño taller no tiene desorden en el que buscar. Entre fotos, libros y dibujos, los finos dedos elevan el sobre indicado.
El regalo se llama Esquela (notas para tu música). “Será bello el oscuro de confiar sin ojos cuando no tenga nada que me aísle”, puede leerse en la primera poesía del montón de hojas sin lomo. Escaleras abajo, la amable anfitriona hierve un té de menta y canta, sin invadir el silencio: “Mirando al mundo cada tanto / con sus venitas frágiles / Hermoso y redondo / grabado en azul / siguiendo al sol en espirales”.
Luego, sigue como si no hubiera pasado nada. “Te voy a dar el nombre de todos”, escribe en el aire. “No quiero que falte ninguno de los que van a estar conmigo”.
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La multifacética Vera Sienra detalla con gracia y contundencia física los ingredientes de los ensayos que suceden en su casa, con bebidas efervescentes, comidas de olla y discusiones de actualidad. “Arranco por las cantantes: Colomba Biasco, Erika Büsch, Gabriela Morgare y Andrea Diez. Además, Gustavo Di Landro en teclados y acordeón, Matías Bertinat en percusión, y cuatro guitarristas: Carlos Gómez, Guzmán Escardó, Carlos da Silveira y Eduardo Yur”, anuncia.
“A Andrea la pesqué en esas cosas que te aparecen en Youtube y fue todo un hallazgo”, dice, con el entusiasmo de los preparativos de una nueva actuación. “Un día se me ocurrió incluir la canción 'Como un pájaro libre' y, aunque Andrea es más bien rockera, su versión sonaba preciosa. Entonces la invité y se adaptó enseguida”.
Así que ya forma parte del grupo estable que viene a tu casa todas las semanas.
Sí, y es un encanto de persona. En estos tiempos, más que nunca, hay que agruparse, unirse. Hay que buscar la forma de juntarse porque vienen tiempos difíciles. Y el mundo artístico tiene mucho que hacer, en ese sentido. El arte es un gran mediador y favorece los encuentros. La clave de este asunto es la palabra nacer. Estamos en una época en la que hay que gestarlo todo, pero para que algo nazca, tiene que haber algo dentro tuyo. Puede ser una idea, una canción, un descubrimiento. En cada gestación, también nace un sentimiento.
El problema es que hoy nos acostumbramos a ver el mundo desde la muerte: muere esto, se destruye aquello, es parte de nuestras rutinas. Si de pronto nos pusiéramos en contacto con esa otra parte, podríamos lograr algo diferente, y mejor.
La idea de este espectáculo se asemeja a lo que puede pasar en un campamento, en donde todos aportamos algo para un bien común. Poder hacerlo en este momento de mi vida me conmueve: sentir la compañía de músicos y de mujeres jóvenes, a través de un enorme cariño que circula entre nosotros. Porque hoy, si no hay una buena persona a tu lado, se complica.
¿No siempre fue así?
Se ve que yo necesitaba enterarme de muchas cosas. Porque hubo una etapa en mi juventud que fue bravísima. Pero también me capacitó para detectar lo que pasa alrededor.
En tus canciones has hablado mucho de la soledad, pero en realidad, en tu presente, pasa todo lo contrario.
Yo creo que no es bueno que el hombre esté solo. Pero tampoco hay que salir corriendo a buscar compañía.
Cuando hablás de juntarse, lo traés como algo que va mucho más allá de tu vida personal, como una conveniencia para todos.
Creo que se juntan las dos cosas. Hay un impulso interior que me empuja a volver a presentarme en vivo. No quiero explicarte eso ahora. Tengo 76 años. Soy de las que creen que el ego tiene una etapa en su carrera y, como todo, se termina. Hay viejos que siguen siendo egóticos, que se jodan. Pero no es por ahí. El camino es sacarse de encima el ego.
Y una cosa es la soledad para vivir sola, estar sola, y que no tengas afectos alrededor. Y otra cosa es la soledad buscando gestar cosas. Esa es la soledad que a mí me interesa.
Nunca pude ir a un taller, ni para pintar, ni para nada. El arte es algo que en un momento apareció en mi vida y lo recibí. Con el tiempo te vas dando cuenta de lo que significa el arte. Depende de cómo lo manejes y cómo lo sigas. Yo me he dado cuenta de que mi actitud existencial siempre fue la misma. Entrando, saliendo, entrando, saliendo. A esta altura de mi vida, decir “nosotros” es muy importante.
En una nota en TV Ciudad dijiste que estamos “plagados de imaginación”.
Yo siempre fui muy imaginativa. Es un lenguaje muy vinculado a mí y al entorno que me rodeaba, y me rodea. Viendo los niños y viendo todo lo que veo, me preocupa la constante invasión de imágenes, de impresiones, que están ocupando la mente, y me pregunto: “¿Cómo hace la gente para distinguir su propia imaginación, entre la infinita cantidad de imágenes y de cosas que recibe a diario?
La imaginación también es un camino de conocimiento. A veces no aparece un pensamiento, pero aparece una imagen. Hay gente que piensa solamente con la palabra. Una imagen te puede permitir entender un contexto.
Entonces, si estamos tan bombardeados con estímulos, es mucho más difícil distinguir una sola imagen. Toda persona que ha despertado un poquito, digamos, está preocupada con esta época.
Hay algunas canciones que hace mucho que no incluís en tu repertorio. Una de mis preferidas de ese grupo es “Que todo espero” (incluida en Reino breve, 1983), una especie de síntesis de tu vida.
Lo es. Y además tenía un curioso fin. “Que todo espero” fue hecha en un momento de mucha desolación, de un enfrentamiento con la realidad muy doloroso. Yo sentía que tenía que vislumbrar por qué era tan voluntariosa y qué pasaba conmigo. Esa canción era una forma de afirmar, en un momento en que el remolino y el vértigo me llevaban a cualquier parte. No estaba centrada, me sentía tironeada por esto y por aquello, y cuando uno está muy tironeado, capaz que no sabe ni dónde está parado. Ese fue el momento, en la mitad de mi vida, y en el comedor de la casa materna, en el que me dije: “Hay una ruedita para ver esto más claro”.
Les prestás mucha atención a las estaciones del año, y a cómo influyen en el sueño y en la creatividad, por ejemplo.
El ser humano está conectado con todo, con el aire, con la luz. Por algo te dicen los médicos, o las viejas historias, que conviene caminar en el pasto, cerca del mar, pero es real. La estación que siempre me ha conectado con lo creativo es la primavera, y también me pasa en la entrada del otoño. Son temas que estudié mucho, pero no sé si son para esta charla.
Te cuento algo que leí el otro día: ¿Qué es el antropoceno? Yo tengo poca cultura. La cultura que tengo es la que necesité. Y creo que de lo que menos sabemos es del propio ser humano. En definitiva, no sabemos cómo funciona. Vamos por ahí, caminamos, venimos. La gestación, por ejemplo, yo que fui madre. Yo no hago nada. Es una voluntad secreta que trabaja mi cuerpo. Funciona todo sin que uno se entere. Todo eso vive en el inconsciente. Está la voluntad práctica: voy a hacer el almuerzo, me voy a bañar, pero hay una voluntad inconsciente que nos mueve a todos lados. Hasta para mirar una cosa en particular. A veces no sabés ni por qué te diste vuelta.
Vuelvo al antropoceno. ¿Por qué me tengo que enterar de esto yo? Dicen los científicos que han estudiado la cosa que, por primera vez en el planeta, todo lo artificial creado por el hombre pesa más que la vida. Es brutal. Y los pueblos están tan solitos, manejados por un montón de locos, ambiciosos. Por eso hay que juntarse. Estamos desamparados.
Hay viejos que, desde jóvenes, se interesan por la vida. Y hay otras personas que son perezosas, que no se interesan por el mundo. Están ahí, pero no les duele. Viven en su mundito. Hoy es un privilegio pensar. ¿Pero quién le enseña a pensar a la gente? Estamos solitos, muchas veces sin saber lo valioso que somos.
¿Qué hacés cuando estás un poco triste o depre?
No me acuesto, y no me demoro. Yo a la depresión la peleo con trabajo. Si de repente me tiré un rato, me levanto y agarro una lechuga, y empiezo a hacer algo. La depresión siempre tiene una razón. Yo no nací con esa tendencia, pero la vida te deprime. Hay niños alegres y niños tristes, niños más callados y escondidos. Yo era una chiquilina muy alegre. Muy vital.
Hoy mencionaste lo de salir y entrar. ¿Dónde aprendiste lo esencial del cuidado, de tu propio cuidado?
Lo aprendí de la misma preocupación. No te olvides que yo tuve polio a los ocho años. Mi primera gran crisis existencial, aunque hubo otras más calladitas, fue cuando nació mi hija Antonia. Yo tenía 42 años. Cuando ella cumplió tres o cuatro, yo le decía: “Antonita, tu madre no puede correr. Intenta no alejarte demasiado para que yo pueda estar cerca de ti. Vas a tener que aprender a cuidarte, porque yo no puedo cuidarte en tus movimientos”. Cuando yo le transmití ese mensaje a ella, me di cuenta de que había aprendido a cuidar. De todos modos, aprendiendo a cuidar, uno se mete en cada lío... Tendría que escribir un librito. Pero sí, hay experiencias muy pesadas. Y sin embargo, salí adelante.
Creo que el cuidado también viene con adquirir ciertos criterios. Cierto sentido común. Hay etapas, en la juventud, ¡qué te vas a cuidar! En general, vivís de acuerdo a tus curiosidades, a tu deseo, a lo que te llega a la nariz. De golpe lo que te llega a la nariz es muy bueno.
Uno tiene sus conversaciones. Somos medio esquizoides. La voz interior, la conciencia me ha dicho: “¡No, mirá que acá no, no te metas por este lado!”. Y vos decís: “Sí, me voy a meter igual”. Esa cosa de: “Yo tengo que conocer esto”.
Tampoco vayas a pensar que fui una tránsfuga. Pero digamos que, en todo, en el amor, la sexualidad, las relaciones humanas, los lugares que conocí, en el estudio, en las batallas del trabajo, siempre intenté aprender. Me acuerdo de un amigo que decía que Buenos Aires era como una flor carnívora. Y yo viví siete años allá. Esa fue una experiencia muy fuerte, en muchos territorios. Ahí conocí gente hermosísima, que me ayudó muchísimo, especialmente en la pintura.
Ahora le hice un poema a Ernesto Sabato, por ejemplo. Era un viejo divino, en el sentido de que no tenía muchas vueltas. Él estuvo en la segunda exposición que hice. Yo tenía 25, 26 años.
¿Dónde fue esa exposición?
En una galería muy linda que se llama Vermeer. En ese momento tenía dos salones: uno para los artistas emergentes y otro para los consagrados. Era un momento en el que pasaban muchas cosas juntas. Una amiga adoptaba a un chico, en una época tan difícil, con la dictadura y la desaparición de niños. Esta amiga escribía y un día decidió llamar a Sabato. Y Sabato nos invitó a un boliche, nos quedamos los tres conversando, ¡y hasta le jugué una pulseada! En un momento, le dije, como al pasar: “Mire, tal día voy a hacer una exposición”. ¡Y el tipo se apareció! Era alguien que estaba en los detalles y que tenía una conexión con los jóvenes.
El reconocimiento de la gente a veces es necesario. O, en todo caso, alguien siempre nos puede ayudar a recordarnos lo valioso que somos. No importa lo que tengas. Hay que decirse: “Yo respiro. Estoy acá en este mundo. Yo nací. Tengo algo que hacer”. Por más mínimo que sea.
Hay que creer también.
Hay que confiar. Hay que creer en el Espíritu y creer en Dios. Eso es complicado en un país como este. El tema de los sentimientos es bastante nebuloso para el ser humano. Por ejemplo, tiene rabia y no sabe cómo contenerla. De la rabia pasa a la cólera y de la cólera a la furia, y se jodió todo.
Pero yo soy una enamorada de la vida y de la gracia de haber encontrado una concepción básica para poder seguir confiando en el mundo y en la gente. Si no tuviera esta base espiritual, no sé dónde estaría. Tal vez drogada hasta las patas.
Vera Sienra. Nosotros, en presente. El viernes a las 20.30 en Sala Zitarrosa (18 de Julio 1012). Entradas a $ 550 en Tickantel. 2x1 para la diaria.