Hay un aire común, percibido y señalado por mucha gente, entre Belén y Argentina, 1985 (2022). Ambas son películas militantes, basadas en hechos reales muy conocidos de la historia reciente argentina, con un enfoque narrativo y estilístico tendiente a lo clásico, amoldado a la fórmula de cine de tribunales. Las dos logran adecuarse a cierto patrón de cine “internacional” sin dejar de sentirse argentinas hasta el tuétano. Son películas dramáticas sobre hechos dramáticos, pero no se privan de momentos de excelente humor.
Esas afinidades sensibles entre ambas están respaldadas por algunos datos de sus realizaciones. Por un lado, está el hecho de que Dolores Fonzi, directora y protagonista de Belén, es la compañera de Santiago Mitre, director de Argentina, 1985, por lo que es esperable que compartan criterios. Además, ambas películas tienen a Amazon como parte del esquema de producción y distribución; cuentan con una participación destacada de Laura Paredes y comparten el mismo director de fotografía (Javier Juliá) y el mismo montajista (Javier Pepe Estrada).
Los hechos
Belén fue el nombre que inventó la abogada Soledad Deza, a efectos de proteger la identidad de una muchacha veinteañera que se encontraba presa injustamente, así como la de su familia. La acusación fue de “homicidio agravado por el vínculo”, es decir, que habría asesinado a su propio hijo o hija; fue la manera en la que sus acusadores describieron la supuesta realización de un aborto.
La muchacha (en la película se llama Julieta) fue condenada a nada menos que ocho años de prisión, y estuvo presa tres años hasta que el juicio fue anulado. La táctica elegida por Soledad –identificarla con el nombre Belén y extender la causa a la opinión pública– terminó convirtiendo la historia de esa mujer en un emblema de la lucha por la legalización del aborto, finalmente aprobado en Argentina en 2020.
Como toda película basada en hechos reales, hay detalles (diálogos personales, algunas situaciones inverificables) que se inventan a efectos de llevar la narrativa. Sin haber leído las investigaciones que relatan la historia con detalle –el guion está basado en el libro Somos Belén, de Ana Correa–, los hechos básicos son fehacientes, hasta donde pude averiguar. La mera premisa de respetarlos termina generando una táctica interesante en el abordaje del asunto.
El hecho es que, tal como quedó demostrado, Belén no se hizo un aborto, sino que sufrió un aborto espontáneo. Al parecer, ni siquiera era consciente, hasta ese momento, de estar embarazada. En circunstancias que nunca se aclararon del todo, la policía irrumpió en la clínica donde ella se estaba atendiendo y le imputó haberse deshecho de un feto que ya tenía algunos meses de desarrollo y que no podía ser de ella (que ni siquiera tenía panza de embarazada), y el proceso que llevó a su condena estuvo plagado de irregularidades.
De ese modo, la película no tiene por qué entrar, en sus primeros momentos, en las discusiones sobre el derecho a abortar o la ética de la interrupción voluntaria del embarazo, ya que la cuestión es otra: Belén no hizo aquello de que está siendo acusada. La condena de Belén sería una injusticia escandalosa aun desde el punto de vista de una persona que tuviera el convencimiento de que el feto tiene los derechos de un ser humano y que el aborto es un asesinato.
Contratesis
Mientras vi la película, por un momento me dio cierto temor de que terminara siendo como esas películas sobre el macartismo en las que la cuestión no era propiamente la libertad de pensamiento de cada uno, sino que el personaje en realidad no era comunista y había sido acusado injustamente (si fuera comunista, la acusación sería justa). A la larga, sin embargo, la película argentina pega una vuelta mucho más interesante, porque la historia de Belén y los empeños de Soledad y su equipo por defenderla terminan haciendo explotar la acción colectiva en una sociedad sumamente conservadora (todo transcurre en Tucumán).
Es interesante ver cómo personas que se tildan a sí mismas de provida están dispuestas a cometer un asesinato (hay un intento de quemar viva a Belén) y a hacer amenazas a los parientes de su abogada defensora en nombre de una religión que, supuestamente, contiene el mandamiento de “no matarás” y predica el perdón, el amor y no tirar la primera piedra. Además, la polarización termina llevando a una absoluta prescindencia con respecto a los hechos: los conservadores estaban ensañados en que Belén cumpliera condena porque eso era llevar agua para su molino, y resultaba totalmente secundario que ella hubiera o no realmente abortado o los sufrimientos que estuviera padeciendo en la cárcel.
Ese giro, que desvela en forma tan cristalina la intensidad del machismo y del fanatismo de pertenencia a una identidad religiosa, termina favoreciendo la apertura, hacia el final de la película, a una toma de posición que no solamente es proaborto, sino que incorpora varias de las causas más apremiantes del feminismo.
Rojo Tucumán
Buena parte de la película está basada en planos extensos con cámara en mano (o no demasiado estabilizada), como uno, cerca del inicio, con más de tres minutos, que describe la llegada de Julieta al hospital y, de paso, establece la geografía de los hechos.
Aún más llamativo es el empleo estructural de los colores. Al inicio es sobre todo el rojo. Hay una secuencia notable en que Julieta, en prisión, recoge unos tomates, cortamos a la preparación de un tuco, que se asocia, dos planos después, con un tarro que contiene tinte rojo, que corta a un hilo rojo y, poco después, a la fantasía de Julieta de que emerge sangre del desagüe de la ducha. Esa presencia ostensiva del rojo asociado a Julieta se va a transferir a Soledad, su abogada defensora, que tantas veces aparece vestida de rojo y tiene un auto rojo, que la dirección de arte cuida de aislar y la puesta en escena e incluso el montaje contribuyen a enfatizar. El rojo va a terminar encarnando varias de las acciones que se realizan buscando justicia para Julieta. La oficina de Soledad, por ejemplo, contiene un afiche rojazo que dice “existimos porque resistimos” (y el rostro dibujado de una mujer en actitud de valentía y propósito). Cuando empiezan las convocatorias para marchas en apoyo a Belén, una de las compañeras de Soledad habla a través de un megáfono rojo.
Sin embargo, en la medida en que esas convocatorias van teniendo efecto, y la película va transitando desde las reuniones entre unas pocas abogadas a una cantidad de militantes y, finalmente, a las marchas multitudinarias, el color predominante va virando al verde, que fue el color que se codificó para representar la lucha por la legalización del aborto en Argentina. La película alcanza su máximo voltaje acompañando ese proceso, que es gozoso porque vemos a la militancia proliferar, y es, además, aleccionante, al insistir en el valor y la necesidad de la acción colectiva organizada. Junto a esas imágenes de movimiento en pro de libertad, justicia y concientización, hay además un discurso apoteósico de Soledad en la sesión culminante en el tribunal, resonando con el movimiento feminista en las calles de toda Argentina.
Los diálogos son muy buenos y las actuaciones son excelentes. Laura Paredes, como siempre, la rompe, y es quien aporta los principales elementos de humor ácido en la película. Fue, además, coguionista, junto a la directora Dolores Fonzi. Es increíble la interpretación de Camila Plaate como Julieta/Belén (merecidamente premiada en el Festival de San Sebastián). Luis Machín hace tremendo juez sorete, y Julieta Cardinali una despreciable abogada irresponsable. Está bárbaro también César Troncoso, en uno de los papeles más simpáticos de la película. Es simultáneamente graciosa y angustiante toda la escena dentro de la emisora de televisión, que ironiza y denuncia a la vez la estupidez de algunos presentadores que terminan diluyendo cualquier atisbo de pensamiento en la premisa de “mostrar las dos caras de la cuestión”.
En la oficina de Soledad hay una foto destacada de Mercedes Sosa, que prepara la aparición, a modo de canción final, de “Cuando tenga la tierra” en la voz de la gran cantora. Eso, por un lado, contribuye a traer a colación el hecho de que Tucumán tiene exponentes vinculados a la rebeldía y la libertad (en su sentido genuino), cosa que, por supuesto, queda claro en todas las mujeres militantes que vimos obrar alrededor de Soledad. Pero además, mientras vemos unas fotos bellísimas de la llamada Marea Verde y específicamente de los reclamos por la libertad para Belén, la canción expande ese impulso más allá, en la dirección de la lucha campesina, por la tierra, con “los que luchan, los maestros, los hacheros, los obreros”.
Exhibición y charla
Luego del lanzamiento en San Sebastián, la película se estrenó en las salas cinematográficas en Argentina, previamente a su lanzamiento en streaming por Amazon Prime. Sin embargo, Amazon tomó la curiosa decisión de, en otros territorios, lanzarla directamente a streaming, lo cual es un poco absurdo para una película de estas características, que pide a gritos visionados colectivos.
En Uruguay hubo una recolección de firmas por parte de colectivos feministas que terminó consiguiendo una autorización restringida a sólo dos funciones en Cinemateca, que se darán el martes 18. Va a ser una oportunidad valiosa para verla como debe ser, en pantalla y en colectivo. Además, va a presentar las funciones la argentina María Florencia Alcaraz, autora del libro ¡Que sea ley! La lucha de los feminismos por el aborto legal (2019), que va a conversar con el público sobre la película.
Belén. 100 minutos. En Prime Video. Funciones especiales en Cinemateca el martes a las 19.00 y a las 21.30.