“Querida Cristina: No soy tan ordenada como debería con mis papeles. Esto que te envío es lo que encontré. Te pido que, cuando lo decidas, me aclares qué vas a usar y qué no. Mientras tanto, me alegro de cualquier posible colaboración contigo. Espero que nos veamos pronto y podamos conversar y conocernos mejor. Con todo afecto, Idea”.
El texto de la poeta uruguaya Idea Vilariño, amiga de los dueños de casa, se lee sobre una pared, cerca de la escalera que conduce hacia abajo, a la sala de ensayo. El legendario dúo musical que conforman Washington Carrasco y Cristina Fernández festejará su 50° aniversario en 2026.
“Ella nos fue a ver a un espectáculo en el centro. Yo la conocía del café Sorocabana”, arranca Washington, cuyos cuadros más nuevos, pintados por él mismo, son ciudades de infinitas casas y edificios coloreados de negro y rojo que atraviesan el living del hogar.
“Cuando le conté a Cristina que había conocido a Idea, no lo podía creer. Un día, creo que era lunes, se había organizado una juntada de varios amigos en un boliche y se me ocurrió invitarla: ‘Idea, ¿querés venir a comer un puchero con nosotros?’”. “¡A mí me parecía una locura!”, apunta Cristina, “cómo le ibas a ofrecer puchero nada menos que a ella. Para mí era alguien inalcanzable a quien admiraba muchísimo”.
“Y resulta que Idea respondió: ‘¡Me encanta!’. Y allá fuimos. El puchero tenía chorizo, morcilla...”, sigue Washington, entre risas, antes de continuar con otro cuento, en el que la poeta teje lana mientras viaja en un ómnibus rumbo a Costa Azul, ante la incredulidad de dos adolescentes que la reconocen.
“A ver si conocés a estos dos”, desafía Washington mientras señala una foto en el centro de la biblioteca. Uno de los jóvenes abrazados es él, cuando todavía se ganaba la vida como cantante y guitarrista solista. El otro es su gran amigo y colega Tabaré Etcheverry, a quien el dúo le dedicó una canción en su primer LP, De puerta en puerta (1980).
“Antes de cantar con Cristina, cantaba con el flaco”, explica. “Éramos muy amigos, compañeros. Falleció muy joven, con 32 años. Andábamos juntos por todos lados, con Carlitos Molina, Rufino Mario García, entre muchos otros. La particularidad del flaco era que el loco arrancaba a cantar y te partía los oídos, era impresionante el vozarrón que tenía”, agrega.
Washington, que se había criado en Montevideo, recuerda que los vio llegar a todos desde el interior: “A Tabaré, a El Sabalero, a Marcos Velásquez”, dice. “Y yo los envidiaba porque acá no tenía barra. Y bueno, de a poco nos empezamos a vincular a través de encuentros en los programas de tevé, en la radio, y fue naciendo una amistad”.
El espectáculo que brindarán el jueves 13 en el Solís, simplemente titulado Washington & Cristina, invita a un homenaje de esas amistades con un repertorio de canciones nunca antes interpretadas por el dúo, acompañado por un conjunto formado por Jorge Nocetti en guitarra, Miguel Pose en contrabajo, Mario Ipuche en percusión y Gustavo Di Landro en acordeón y piano.
“Vamos a hacer 17 temas”, adelanta el artista. “A modo de recordación, pero como un encuentro. Fue todo un desafío, porque cuando nos pusimos a hacer una lista, es impresionante la cantidad de amigas y amigos que se han ido”, señala, al tiempo que aclara que el clima “va a ser de fiesta”: “Nada de bajón. Porque la verdad, ¡eran todos unos locos de mierda estos personajes!”, admite.
El cuento de cómo fue que Washington y Cristina se conocieron tiene una versión oficial y unas coordenadas más o menos precisas: el espectáculo Inti canto, realizado en la Alianza Francesa en 1976. Luego están los detalles de la atracción y los intereses que los acercaron.
“Cuando Washington me invitó a participar en ese evento, yo ya me di cuenta de que le gustaba”, sonríe Cristina. “Después que empezamos a relacionarnos, un día me dijo que tenía musicalizados textos de Sara de Ibáñez, y ahí un poco me conquistó”, confiesa la cantante, que había conocido personalmente a la poeta tacuaremboense en su adolescencia: “Yo era chica, estaba en tercero de liceo, cuando la tuve como docente. A mí siempre me gustó la literatura, y cuando entró esta mujer a la clase, que era distinta a todas, me llamó mucho la atención. Era una belleza. Una mujer de pelo tirante, de ojos verdes, preciosa. Y cuando empezaba a hablar tenía una especie de efecto hipnótico: no podías dejar de mirarla. Sus manos, la expresión de su rostro... pero sobre todo sus manos”.
Una de las características tradicionales de sus espectáculos es la teatralidad de las interpretaciones. ¿Cómo la incorporaron?
Carrasco: Naturalmente.
Fernández: Yo lo había visto a Washington actuar, pero siempre desde la platea, y lo tenía como uno más entre los folcloristas. Pero cuando lo vi en un espectáculo que se llamaba Quererte como te quiero, con Leonor Álvarez y Juan Gentile, dedicado a Federico García Lorca, me sorprendí. Mi padre fue actor, y también por mis abuelos ya sabía mucho de música española y sabía que no era nada fácil hacer un espectáculo de ese tipo. Musicalizar a Lorca era algo que tampoco se había hecho en España. Me pareció una belleza.
Y vos, Washington, ¿cómo llegaste a la poesía?
Carrasco: Por Juan Gentile. Hacíamos ese tipo de espectáculos con él. O sea, él recitaba y yo cantaba. A mí siempre me gustó esa dinámica que después continuamos con Cristina.
Fernández: Nos encanta esa combinación de la palabra hablada con la palabra cantada. Y como decía Alberto Candeau: “Todas las noches es un estreno”. Porque el público cambia. Salís un viernes, es una cosa; y en la siguiente actuación, todo es distinto.
A propósito de Candeau, tuvieron una actuación muy importante en el cine Miami, cerca de la salida de la dictadura, en noviembre de 1983.
Carrasco: Eso fue impresionante. Fue un día antes de la proclama en el Obelisco. Ese día se informó que se podía escuchar a [Alfredo] Zitarrosa, a Los Olimareños y todo lo que estaba prohibido. En esa actuación nos acompañaron Raúl Medina y Hugo Jasa. Me acuerdo que no pudimos ni probar sonido.
Fernández: Porque antes se estaba exhibiendo una película. Afuera, la cola para entrar a vernos daba vuelta la esquina y llegaba hasta Tristán Narvaja. Y el clima de emoción era total.
En esta casa en la que viven funcionó durante mucho tiempo un estudio de grabación. ¿Cómo es la historia de este lugar?
Carrasco: Nos pusimos a buscar un lugar para mudarnos juntos en el 85 y nos recomendaron este, que tenía un cartel que decía “casa en mal estado”. No sabés lo que era.
Fernández: Lo primero que nos gustó fue la puerta de entrada. A mí me encantó.
Carrasco: Era una cueva a la que tuvimos que hacerle un montón de reformas. Mario Carrero, que por ese entonces todavía no era senador, nos hizo la cañería. Ahora te dice: “No te hagas el vivo que tengo fueros”. Un día me llama, yo me había ido para afuera: “Tenés que venir ya para acá, no sabés lo que encontré”. Resulta que, con los obreros, habían empezado a cavar y dieron con una bodega de vinos que estaba como tres metros hacia abajo. Ahí después instalamos la cabina del estudio.
¿Qué músicos grabaron acá?
Carrasco: Acá grabó el 99% de los músicos de Uruguay en aquel momento. Así que historias tengo miles. En un momento estaba grabando La Cumana, que eran como 17 y vivían acá adentro, y a la vez Fernando Cabrera estaba con Fines, que para mí es su mejor disco [Cristina coincide con gestos], y venía Alan Gómez, desde Artigas, que justo, las dos veces que vino, de casualidad tenía el estudio libre. Él llegaba, se cambiaba, dejaba el saco en una perchita, se ponía unas alpargatas. Entraba a las diez al estudio y salía a las siete de la tarde con la foto y la grabación prontas. O sea, grababa un disco entero y al día siguiente volvía a Artigas.
¿Cuál sigue siendo el vínculo de ustedes con la música y con el oficio? ¿Lo siguen disfrutando como siempre? ¿Se disfruta de otra manera?
Carrasco: Para mí, es como el primer día.
Fernández: Tenemos los mismos nervios, los mismos miedos. Y Washington siempre me dice: “El día que no tengas esos nervios, no cantes más. Porque se te fue todo”. Este espectáculo que vamos a hacer es un desafío para nosotros, porque las canciones las conocemos, pero nunca las cantamos. Por eso algunas las hacemos en fragmentos, de forma de juntar tres compañeros, por ejemplo. Hay muchas que las hemos grabado y después nunca más las cantamos.
Carrasco: “Dicen los cantores”, del Darno. Tal vez la hicimos hace mucho, alguna vez. Una vez nos fue a ver al teatro. Después nos encontramos y nos dijo: “Escuchen ‘Dicen los cantores’, porque esa canción es para ustedes.” Y ahí la grabamos.
Hay una canción emblemática de Atahualpa Yupanqui, “Soy libre”, que ustedes han incluido en sus repertorios. Quería preguntarles, a propósito de eso, si ustedes, a lo largo de la vida, encontraron ese sentimiento.
Fernández: Yo creo que lo logramos. “Soy libre, soy bueno y puedo querer...”, dice la canción.
Carrasco: Como dice Cristina en los recitales, tenemos autores fetiche: Atahualpa, Líber Falco, Lorca, Zitarrosa... No pueden faltar en nuestro repertorio. Cuando Cristina empezó a cantar en gallego, no estaba del todo convencida. Y después, resulta que en cualquier rincón del país había alguien en el público que te pedía una en gallego. Poder tomarte esa libertad también es fantástico.
Fernández: Lo que pasa es que lo que yo canto en gallego no es cualquier cosa, se hermana con lo que hacemos. Washington ha musicalizado muchos de los poemas que yo canto. Ha musicalizado a Ramón del Valle-Inclán, a Rosalía de Castro, a Lorca, que tiene seis poemas escritos de puño y letra en gallego. Tengo el orgullo de haber grabado seis discos en gallego.
Carrasco: Nos ha pasado que venga un italiano a vernos haciendo las canciones en gallego y nos diga: “No tengo nada que ver, pero me llegan profundamente, siento lo mismo”. Y en la época de la dictadura, cuando nos mandaban gente a revisar las letras para ver si te hacían caer o no, metíamos canciones en gallego que no entendían un carajo, y entonces pasaban. Y después estaba la cosa de leer entre líneas. Eso era maravilloso. La gente sentía la palabra “esperanza” y aquello era como un respiro. Hay un poema de Antonio Machado, “Soñé que tú me llevabas”, que dice: “Vive, esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la tierra!”.
Fernández: Nunca fuimos panfletarios, jamás. Pero cantábamos cosas de gente que pensaba.
Carrasco: Hay poesías muy antiguas que seguimos usando para abrir los recitales, como “Se mire por donde se mire”, de Concha Méndez, que es una poeta de 1900. Te ponés a analizar la letra y refleja lo que está pasando ahora. Eso es fuertísimo.
Fernández: Es que los poetas no están diez pasos, están una vida adelantados.
Washington & Cristina. Jueves 13 de noviembre a las 20.00 en el teatro Solís. Entradas desde $ 600 a $ 1.200 en Tickantel.