Algunas contratapas son imprudentes, porque adelantan asuntos de la trama que convendría que los lectores descubriéramos en la lectura. Pero el caso de la novela de Dolores Reyes Cometierra (2019) es extremo: da noticia de algo que no está en el texto. Dice: “Cuando era chica, Cometierra tragó tierra y supo en una visión que su papá había matado a golpes a su mamá”.

Eso no está en el libro. Y no es sólo la contratapa: da la impresión de que son los paratextos y los comentarios de críticos, periodistas y políticos los que expresan lo más importante. Por ejemplo, la dedicatoria sesga la lectura en un sentido que no sería fácil de ver sin ella. La novela cuenta secuestros, suicidios y asesinatos, algunos cuyas víctimas son mujeres. Pero si no fuera porque la dedicatoria dice “A la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos. A las víctimas de femicidio, a sus sobrevivientes”, difícilmente diríamos que su tema es el femicidio.

Dentro del texto, la escena en la que supuestamente se da noticia de que el padre ha matado a la madre es elíptica: “La sacudieron. Veo los golpes, aunque no los sienta. La furia de los puños hundiéndose como pozos en la carne. Veo a papá, manos iguales a mis manos, brazos fuertes para el puño, que se enganchó en tu corazón y en tu carne como un anzuelo. Y algo, como un río, que empieza a irse”.

Es difícil que, si no estuviera el explícito texto de la contratapa, se identificara claramente que esa es la escena de un asesinato, especialmente visto a través de los ojos de una niña, la hija de la víctima.

Se trata de lenguaje poético, y tal vez se podría decir que la responsabilidad de la incomprensión es mi falta de sensibilidad. Pero si la escena fuera clara, los editores no habrían decidido explicitarla en la contratapa.

Cometierra es un relato ficticio en primera persona de una niña, luego adolescente, que tiene visiones de muertos o secuestrados, para lo cual debe comer tierra vinculada con la persona de la que quiere saber algo. Hacia el final del libro su don se amplía hacia la premonición, y sin el requisito de comer tierra. Se trata de una pintura de ambientes y personajes. Niños que crecen solos, que abandonan la escuela, que medran en una villa miseria bonaerense.

De lectura ágil, está redactada con una estrategia de parataxia que crea la impresión de que las cosas simplemente suceden, sin causa identificable, en frases cortas, párrafos cortos y capítulos cortísimos. Hay una atención al léxico de los adolescentes de las villas, aunque la sintaxis parece más cercana a la de una persona letrada, como si la autora dispusiera de un diccionario de jerga, pero no de una gramática. A pesar de algunos resbalones, el texto crea imágenes convincentes que pintan certeramente ambientes, situaciones y personajes.

La novela, publicada poco antes del comienzo de la pandemia de covid, tuvo un éxito instantáneo en Argentina. En 2024, su inclusión, por parte del gobierno de la provincia de Buenos Aires, en una colección de 100 títulos con destino a la currícula de los liceos de la provincia, alborotó el gen libertario del gobierno federal. El ministro de Cultura de la nación calificó al libro de degenerado, y en la misma frase informó que no lo había leído. La vicepresidenta publicó dos fragmentos de otro libro, adjudicándolos a Cometierra, y pidió que se deje de sexualizar a los niños. Semejantes burradas dieron a la oposición y a colectivos sociales argumentos válidos para condenar la conducta del gobierno. El éxito de la novela se amplificó, agotó varias ediciones (van cerca de 20), se tradujo a varios idiomas y quedó decididamente catalogada de denuncia feminista, progresista y militante.

Gente dada a la hipérbole calificó la novela de obra maestra y a su autora de gran escritora. Dolores Reyes se convirtió en figura en numerosas ferias internacionales y firmó contrato con una editorial transnacional para su segunda novela, Miseria, que se publicó en el año del pico del escándalo en torno a Cometierra. Ahora se estrenó en Prime Video una serie mexicana que, dicen la autora y los productores argentinos y mexicanos, se basa en Cometierra.

Homonimia heterosemántica

Da la impresión de que los realizadores han leído la contratapa, pero no parece que hayan leído el libro. Uno esperaría que la idea, o el argumento, o los personajes de la novela estuvieran emparentados con sus equivalentes de la serie, pero no. De la novela se conservan algunos nombres de personajes y el don de la protagonista para tener visiones luego de comer tierra. Otra cosa en común es que tampoco aquí el femicidio es un asunto central. En cuanto a los hechos de la trama que cuenta la novela, ninguno aparece en la serie, y viceversa.

Algo frecuente en las trasposiciones de literatura a lenguaje audiovisual es la necesidad de hacer intervenir un elenco más numeroso, puesto que toda la información debe transmitirse en forma de escenas y no, como puede hacerse fácilmente en literatura, mediante resúmenes. Pero en la serie no sólo hay más personajes, sino que tienen otro mundo y otras motivaciones.

La serie evita los planos generales, como para que no se pueda identificar claramente el contexto miserable que propone la novela. El grupo social parece tratarse de una clase trabajadora y no de grupos cercanos a la marginalidad. La protagonista es una liceal de un instituto de buena calidad, cuando en la novela la niña abandona la escuela.

Además de la protagonista, uno de sus compañeros de liceo tiene poderes extraordinarios: es un “nahual”, es decir, una especie de mago o brujo que puede convertirse en animal.

En resumen, el parentesco entre ambas obras radica en los nombres de algunos de los personajes y en el hecho de que la protagonista come tierra para encontrar la verdad.

El principal problema al que se enfrentaron los productores de la serie es que la novela tiene una trama dispersa. El libro se compone de una gran cantidad de situaciones breves, casi siempre presentadas en forma de resumen y no de escena, que sedimentan sin cristalizar en un hilo narrativo fuerte. Esta característica de la novela es esencial para crear una sensación de mundo; una trama fuerte haría que la pobreza y la violencia fueran sólo un contexto para el desarrollo de la trama.

En cambio, las series masivas buscan líneas de acción gruesas, motivaciones simples, villanos nítidos y protagonistas virtuosos. Esta necesidad de negocio parece explicar la invención de subtramas, historias y motivaciones de la serie, y la pérdida del aire atemporal de la novela, de lucha inocente de los personajes por salir de una sordidez que todo lo invade.

Siguiendo los usos de la industria audiovisual hegemónica, los villanos de la serie son caricaturescos, parecen ser la causa de todos los males, y terminan siendo castigados por los poderes sobrenaturales (ahora, además de premonitorios, telequinéticos) de la protagonista.

Los capítulos tienen una duración de un promedio de media hora, y, si bien con problemas de verosimilitud y motivación en muchos casos, el elenco es muy convincente. Lo mejor es el habla: jerga mexicana adolescente a veces notablemente cerrada, que le da color y, para quienes no conocemos la realidad de ese medio, sensación de verdad. También es buena la banda sonora, con predominio de rap; el tema central, cantado por Natalia Lafourcade, es el equivalente sonoro de la contratapa explicativa del libro.

Pero nombrar no basta. Decir, en una canción o en una entrevista de prensa, que el tema central es el “femicidio” no alcanza. Si el valor de la serie es la denuncia y no la integridad artística, entonces la serie no vale, porque no intenta buscar la clave de la violencia y el crimen, y especialmente, dado que así se la promociona, del femicidio como fenómeno.

Por cierto, como arma arrojadiza contra la violencia censora del gobierno y el negacionismo, tanto la novela como la serie cumplen una función. No convendría confundir esa función con valor artístico.

Cometierra. Siete episodios de 35 minutos. En Prime Video.