Poético y visceral, Superestar, el disco debut de Virginia Álvarez, evoca influencias que van desde Juana Molina hasta Sonic Youth, y nos invita a explorar lo oscuro, abrazarlo y transformarlo en belleza.
Tal vez la mayor influencia que tuvo Álvarez en la niñez fueron las guitarreadas de sus tíos en Treinta y Tres, departamento de origen de su madre. No proviene de una familia de músicos; es incierto el azaroso capricho del talento. Lo cierto es que se crio en el barrio montevideano Flor de Maroñas, rodeada de plena y candombe. Su primer contacto con un instrumento fue la guitarra de una vecina que estaba “hecha pelota” y tenía tres cuerdas (aun así la cantautora asegura haber sentido una conexión con aquel objeto). Su primera banda fue de punk, su primera guitarra, una Squire Stratocaster; sólo tocaba los graves porque en realidad necesitaban una bajista.
Después del punk llegó el indie y con ello un bajo, y la banda The Blueberries, que le posibilitó, entre otras cosas, tocar en Argentina. Superestar recuerda a esta etapa de Álvarez, más intuitiva y “visceral”, sin el estudio teórico de la música, previo a su llegada al tango, y con ella, la de una etapa “metódica”.
A raíz de una beca para tocar en la Orquesta Escuela de Tango Nuevo en Argentina, empezó a interiorizarse en el género, y con ello a sumirse en su ambiente, llegando a ser la contrabajista de la Orquesta de Las Señoras, grupo formado en 2018. Según Álvarez, el tango es un estilo que “en la práctica es diverso” y “trasciende lo generacional”. Si bien es una de sus grandes pasiones, en el disco predominan las marcas de su inicio más rockero.
Aunque “Superestar”, la canción que le da nombre al disco, trata sobre una relación amorosa, también remite a su relación con el álbum. Superestar captura el proceso de enamoramiento sobre “la pelea entre la razón y la emocionalidad”, sobre un estado de “idas y vueltas, bajadas y subidas y autoconocimiento”, un estado que tanto lo siente con personas como con libros y discos.
Después de haber tocado las canciones en grupo por algún tiempo, en 2020 decidió realizar una maqueta. Su amigo José Redondo la acompañó en este proceso y terminó convirtiéndose así en el coproductor del disco. Posteriormente, la regrabación se realizó en la Usina Cultural Peñarol, con gran fidelidad a las maquetas, y con un equipo formado por Mattías Banguese en la batería, Leroy Machado en la guitarra y Rocío Correa Beceiro en los coros.
Luego llegó el lanzamiento el 15 de diciembre de 2023. Desde ese momento, tuvo la oportunidad de presentarse en el teatro Solís a través del Ciclo de Mujeres y Disidencias en la Música Uruguaya (Mydmus) y en la sala Corchea.
“Fueron dos formatos diferentes, pero aunque las salas son de tamaños muy distintos ambas tienen una cuestión íntima”, dice la cantautora. El principal cambio para esas presentaciones fue la banda, posible por la autogestión, que “tiene esas libertades”. Por esto mismo no desea cerrar la posibilidad de “habilitar el espacio” a compañeras y compañeros que pueden aportar desde su experiencia y trayectoria otros matices al disco. “De alguna forma trasciende, dejan de ser sólo tus canciones o disco grabado y se transforma en una interpretación grupal, colectiva”, reflexionó.
Al escuchar frases como “la sonrisa en grieta/ la luna despertar”, de “Plena luz”, o “aprendí a leerme a través del cristal”, de “Let it mi”, se puede apreciar la presencia marcada de la poesía; la cantautora vuelve una y otra vez a creadoras como Alejandra Pizarnik, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni y Emily Dickinson. De esta tomó la inspiración para elegir “Vickinson” como seudónimo. De Juana, dice que lo que más aprecia es Diario de una isleña (1967), su última publicación antes de morir, porque la poeta “estaba en una etapa más madura” y se distingue del amor que escribía en los primeros libros, “más naíf”.
Por lo general, sus canciones tienen temáticas que “no son para nada felices”. Álvarez entiende que “se trata de conectar con lo triste para poder transformarlo; cuando hacés una canción sobre algo estás transformando eso que sentís y dándole una belleza”. Esta perspectiva está presente en “Plena luz”, una canción que trata sobre la violencia doméstica: “La sonrisa engrieta a la luna despertar” hace referencia a “aquella mujer que, por más que está pasando por ciertas situaciones, de repente ve esa fuerza para poder salir de ahí”.
Juana Molina, Rosario Bléfari y Patti Smith han marcado su forma de hacer música. En lo local, tiene gran admiración por Rodra y Mínima, con quien compartió escenario en diciembre. Por esta razón, la primera presentación del disco se dio a través del llamado que hizo Mydmus, un hecho que catalogó como “una decisión política”. La influencia en el sonido de artistas como St. Vincent se percibe en la distorsión de las guitarras, la de Juana Molina en el ostinato, la de Sonic Youth y su bajista Kim Gordon en “el sonido medio podrido en el fuzz de los pedales”.
Superestar nos invita a sumergirnos en lo profundo, atravesar campos de corales, sentir lo oscuro con las manos y emerger a plena luz. Con arpegios de guitarra acústica, distorsiones excéntricas y riffs adictivos que evocan a The Strokes y The Cure, atraviesa el deber ser, la asfixia de la ciudad, la monotonía y el nudo en la garganta. Con sensibilidad y fuerza, reivindica el sentir femenino desde la rabia, el entendimiento y la ternura. El disco revitaliza la escena musical uruguaya, combinando la experiencia de artistas consolidados con el talento emergente.
Superestar, de Virginia Álvarez. En plataformas.