¿Por qué consumimos música? ¿Para que el tiempo pase más rápido? ¿Como compañía de efecto tranquilizador? ¿Para amenizar una reunión en la que no hay demasiado de que hablar? ¿Por hábito heredado? ¿Para encontrar una novedad placenteramente estimulante? ¿Para elevar el espíritu, o adormecer un dolor? ¿Por pura nostalgia?
Algo de eso me quedé pensando luego de una escucha completa de La llave, el tercer disco de la uruguaya Elisa Fernández, Eli Almic, aunque confieso que lo primero que sentí fue el impacto de una patada de caballo en la cabeza.
Las 11 nuevas canciones, escritas, compuestas y producidas por la cantante, actriz y rapera, con la paciencia de cinco años (su disco anterior, Días así, es de 2020), tienen la potencia musical y la solidez compositiva suficientes como para adaptarse a cualquiera de las opciones del principio, pero acá lo que sobresale es una propuesta narrativa explícita y personal como nunca antes se había grabado en la historia del rap local y pocas veces, en la de la música uruguaya.
Con La llave, una ambiciosa propuesta en la que participan como coproductores más de una decena de destacados músicos y beatmakers (Álvaro Cardoso, Tinitus, Migue Nieto, Maxi Prieto, Ar13$, Ramiro Jota, Mpdhela, Bosnoo, Eros White y Nan Q y Jaguar), Eli Almic se sube a una tradición de cuentos y poesía catártica forjada por artistas icónicos del hip hop, como 2pac, Lauryn Hill, Eminen y Kendrick Lamar, en sus respectivos álbumes Me against the world (1995), The Miseducation of Lauryn Hill (1998), The Marshall Mathers LP (2000) y Mr. Morale & The Big Steppers (2022). La uruguaya no tiene nada que envidiarles a sus colegas de origen estadounidense, con los que, además de talento, seguro comparte alguna variedad de la valentía.
“Ey, hola. Eli Almic, curando un poco los traumitas”, avisa al comienzo del disco, con un eufemismo que precede a la tormenta. “Intenté” suena en la sintonía de un rap de base elegante, sofisticada y electrónica que le va ideal al frío talante a la identidad rapera que la acompaña desde los comienzos de su carrera. Acaba de poner play a una marea de flashbacks familiares con los que dibujará a lo largo de la placa las imágenes de su vida de hija, niña y adolescente, hasta llegar a la adultez, desde la que reflexiona. “Tengo olor a domingo, a discusión...”, lanza inspirada, y la amargura transmitida de sus palabras no demora en llegar a otros destinos. “Ahí anda llegando el sol que hace rato no se arrima/ Un rayito para mí, yo te ofrendo melodías/ Desenredé la madeja que me contenía”, responde a la pregunta del comienzo. Amerita una pregunta más. ¿Para qué hacen música los músicos?
“Iba x ahí” usa la vertiente del techno conocida como jungle, en una producción del DJ Tinitus. La descarga emocional de Eli, directamente literal, o figurativa, respeta el caos del conflicto, pero sabe expresarse en un determinado orden, que es propio del alto arte, en este caso, retratado con una luz anhelada y un drama nunca disfrazado de otra cosa, para que cualquiera pueda reflejarse en la historia.
“Un mate con mi padre que repare nuestra herida/ quisiera abrazar su niño antes que lo haga la ira/ no sé si estás allá, si escuchás algo todavía”, apunta en “La llave”, y luego, sobre las razones de esta edición artística y personal: “Pa que en el futuro no me sienta sola/ pa que en el presente no camine rota/ encontrar la llave y abrir las esposas”.
“De mí” es un fragmento clásico de Eli, que arranca chill y se pica en rimas aceleradas y un estribillo soulero. El tema cuenta con la participación especial de la cantante colombiana Lalo Cortés.
“Ring/Niñe” es un rap oscuro, producido por Ramiro Jota, que pone los pelos de punta y contiene algo diametralmente opuesto a lo que traen los raps de moda: “Mi padre me dice que me quede quieta/ mi madre me dice que me quede quieta/ a los niños nadie los respeta/ después van y compran escopetas”.
“Cuenco” es el momento melódico mejor logrado de todo el disco, en un álbum que no tiene altibajos de principio a fin y que apoya su narrativa en una exquisita y oportuna música urbana. “Con la certeza de flecha prendí fuego el calendario/ Sola y llena de mi canto, coronada con mi don”, dice, en el punto de una historia no estática ni nostálgica que pega la vuelta, infinitamente, desde la oscuridad hacia otro lugar que no termina de encontrarse del todo, con la incomodidad de la vida real.
Eli rapea, canta y hace sus propios coros, un multitalento que todavía pasa algo desaparecido en la escena local. ¿No será hora de darle una chance al rap por acá?
La canción dedicada a su madre, “Mami”, tiene ritmo de reguetón: “Quiero ver a tu ser liberar al dolor/ Mientras vos te juzgás, yo veo tu valor”. No falta el trap, y más reguetón clásico, en el sencillo “Voilá”: “Si antes era insegura, ahora me siento bien proud/ peleé como leona, a mí las jaulas no me van/ con la llave tatuada voy a olvidarme de este man”.
Queda un tercio de disco para descubrir, más preguntas, reproches, amor, tristeza y salvación, conclusiones reveladas del siglo XXI que no se ven tan seguido en las noticias. “Yo quiero serme sincera pa luego sincerarme afuera”, explica con simpleza.
La llave, de Eli Almic. Independiente, 2025. En plataformas.