El 25 de marzo la empresa de tecnología OpenAI anunció la primera actualización importante en más de un año de su famosa herramienta de inteligencia artificial (IA) generativa ChatGPT. Se trata de la opción “Images in ChatGPT”, que permite a los usuarios generar y modificar imágenes directamente dentro del bot conversacional, utilizando toda clase de instrucciones escritas.

Si bien la herramienta ya permitía la creación de gráficos a través del sistema independiente conocido como DALL-E, el desarrollo de su versión actual (ChatGPT 4-o) sumó esta posibilidad. “Es una tecnología completamente nueva debajo del capó”, dijo a The New York Times el investigador de OpenAI Gabriel Goh. “No separamos la generación de imágenes y la generación de texto. Queremos que se haga todo junto”.

Un solo día tardó internet en popularizar esta herramienta y reducirla a un único prompt: convertir una fotografía en una imagen “al estilo” de Studio Ghibli, el estudio de animación fundado por Hayao Miyazaki e Isao Takahata, responsable de películas como Mi vecino Totoro, El viaje de Chihiro y El niño y la garza. La viralización de los primeros resultados llevó a que en minutos (si no segundos) la red social todavía conocida como Twitter se llenara de usuarios que transformaban no solamente sus fotografías personales, sino toda clase de imágenes históricas, desde frames de películas taquilleras hasta testimonios de tragedias como la caída de las Torres Gemelas.

Según la información del sitio de OpenAI, este remozado ChatGPT fue “entrenado” con “una vasta cantidad de estilos de imágenes”, lo que permitió que algunos usuarios generaran resultados “al estilo” de series animadas como South Park o a la animación cuadro a cuadro. Pero para entonces ya las cuentas más variadas, desde la Casa Blanca hasta las Fuerzas de Defensa de Israel, se habían sumado a la moda de transformar hasta la peor de las crueldades en cuadritos que se asemejaban a los seres salidos de la imaginación de Miyazaki.

La cuenta oficial de la residencia del presidente de Estados Unidos, por ejemplo, compartió una imagen ghiblificada de Virginia Basora-González, inmigrante dominicana acusada de tráfico de fentanilo que había sido arrestada al intentar regresar a Estados Unidos, y que la cuenta previamente había descrito que “lloró cuando fue puesta bajo custodia”. En el dibujo, que no es una adaptación de una fotografía anterior, sino una creación original a partir de comandos escritos, Basora-González llora mientras es esposada.

Sobre esto, Adi Robertson escribió en The Verge que “el mal uso de una herramienta de software no debería necesariamente desacreditarla”. Pero con la aparición de más imágenes en las cuentas del gobierno estadounidense, “el adorable filtro Ghibli y la campaña de la Casa Blanca empezaron a verse, de alguna manera, hechas el uno para la otra. Ambos son, por contradictorio que parezca, producto de una mentalidad que trata a la decencia más básica como debilidad y a la insensibilidad como prerrogativa del poder”, agregó.

Más allá de casos puntuales, de inmediato surgieron voces críticas, en muchos casos las mismas que vienen manifestándose en contra de la IA generativa por su oposición a la esencia del hecho artístico y también porque el “entrenamiento” de los algoritmos detrás de los chatbots está en la mira por violar numerosísimos derechos de autor. En 2024, más de 10.000 artistas de las más diversas ramas firmaron una carta pública en la que condenan “el uso sin licencia de obras creativas” para el desarrollo de herramientas como esta. El propio The New York Times demandó a OpenAI por el uso de “millones de artículos” sin autorización. Un vocero de la compañía dijo al citado periódico: “Seguimos evitando generaciones con el estilo de artistas vivos individuales, pero permitimos estilos más amplios de estudios”.

Miyazaki no aprueba esto

Como muestra de que la discusión lleva su tiempo, y a propósito de la moda de la ghiblificación, resurgieron imágenes de un documental de 2016 en el que el mismísimo Miyazaki habla del tema. Al creador japonés le muestran una animación muy básica generada por IA y le explican que la tecnología podría presentar movimientos grotescos que los humanos no podríamos imaginar, lo que provoca la respuesta del director.

“Cada mañana veo a un amigo mío que tiene una discapacidad. Es muy difícil para él chocar las palmas; su brazo con los músculos agarrotados no puede alcanzar mi mano. Pensando en él, no puedo ver esto y encontrarlo interesante. Quien sea que crea estas cosas no tiene idea de lo que es el dolor. Estoy profundamente disgustado... Siento firmemente que esto es un insulto a la vida misma”, decía el cineasta.

El usuario de X @punished_picnic resumió el pensamiento de muchos: “Para mí, la mayor parte de lo que hace especial al arte es que alguien dedicó el tiempo, la habilidad y la imaginación para comunicar una idea. Incluso el arte que odio, los fracasos inmorales o incompetentes, son más valiosos que lo que cualquier IA pueda producir. No puedo identificarme con ninguna persona maravillada por esta imitación sin alma”.

El dibujante uruguayo Matías Bergara también se expresó al respecto: “Usar una IA para crear arte es como pedirle a un software que ame a alguien por vos. Estás eligiendo quedarte afuera de la parte más importante que tiene esto y de espaldas a la gracia de crear. Las cosas que la IA hace por vos son huecas y se desintegran en segundos como las palabras irrelevantes”.

Una central nuclear reabierta para abastecer el consumo de energía de OpenAI

Otro asunto indivisible que también surge (o surgía) al hablar de NFT y criptoarte es el del consumo de recursos. La popularidad de este “filtro” en específico fue tal que OpenAI debió establecer un límite temporal en la generación de imágenes de ChatGPT. Sam Altman, director de la compañía, dijo en X: “Es muy divertido ver a la gente amando las imágenes en ChatGPT, pero nuestros procesadores se están derritiendo”. Y explicó que la modalidad gratuita solamente permitirá tres generaciones por día.

La IA generativa necesita de un número importante de cálculos para procesar los prompts y generar las respuestas, lo que requiere procesadores poderosos, una infraestructura a gran escala en la nube y un consumo energético significativo. Microsoft llegó a un acuerdo para la reapertura de la central nuclear de Three Mile Island, sitio del accidente nuclear comercial más grande en la historia de Estados Unidos, con el fin de proveer de electricidad a sus data centers. Los procesadores generan calor, y muchos de estos edificios utilizan sistemas de refrigeración líquida, que toman agua de ríos o pozos como fuente y la evaporan en el proceso.

En internet circulan cifras, como la que dice que cada consulta de IA generativa consumiría una botella de agua para el enfriamiento del sistema. Y mientras los data centers comienzan a experimentar con agua salada (lo que provocaría otro tipo de problemas ecológicos), al tiempo que buscan formas más eficientes de funcionar, ya en 2023 un estudio advertía que para 2027 el consumo de electricidad de las compañías que utilizan esta tecnología se equipararía con el de Países Bajos.

Mientras tanto, los expertos creen que Studio Ghibli tendría dificultades para probar su caso en la Justicia, si es que quisiera demandar a OpenAI. Según explica Business Insider, hay dos demandas posibles: por el uso de su obra para entrenar al algoritmo (el input) y por la creación de imágenes que se asemejan a las suyas (el output). En el primer caso, debería probar el uso de sus diseños en el entrenamiento de las herramientas, pero el segundo sería incluso más complejo, porque “si simplemente evocás la onda del trabajo creativo de alguien más, por lo general, no violás sus derechos de autor”.

Los espíritus vengadores

Como si fuera la naturaleza rebelándose contra los hombres, Studio Ghibli tuvo una pequeña pero significativa victoria en Estados Unidos durante el último fin de semana. El reestreno en salas IMAX de la película animada La princesa Mononoke le representó una recaudación de casi cuatro millones de dólares, que la dejó sexta en el total, pero en lo más alto teniendo en cuenta la cantidad de dinero promedio por sala. Según los primeros datos, el total sería de más de 10.000 dólares por sala, cuando la segunda en la lista recaudó apenas la mitad. Para esto hay que tener en cuenta que las entradas de IMAX (salas con proyección más grande y sonido especial) tienen un costo mayor que las salas comunes.

La princesa Mononoke se estrenó en Japón en 1997 y llegó a Estados Unidos dos años más tarde de la mano de Miramax, la empresa de Harvey Weinstein, y con un guion adaptado por Neil Gaiman.